No parece la víspera del comienzo del mes vacacional por excelencia el peor día para ilustrar el tópico disfrute playero. Vamos a comenzarlo recorriendo su versión mas idealizada, la playa solitaria.
Los personajes que confrontan su soledad con el mar son un cliché que se ha asomado a las portadas de nuestra dilecta revista “The New Yorker” con cierta asiduidad, especialmente de la mano del ilustrador francés Jean Jacques Sempé muy dado a representar el empequeñecido ser individual, ya sea enfrentado a la naturaleza, como en el cliché que hoy comentamos, o también, con bastante frecuencia, a la inmensidad de la ciudad (ver nota al pie). Pasemos a contemplar algunos solitarios disfrutando de la playa que comenzamos con una “ejecutiva” ilustración que no es de Sempé sino de Benoit van Innis, una probable fuente de inspiración de la que da inicio a las cinco piezas del ilustrador francés que completan esta primera serie.
Continuamos con otras diversamente intencionadas soledades en la arena, estas ya provistas de la típica sombrilla, por medio de las obras de Abel Quezada (25/5/87) y Heidi Goennel (20/8/84). Siguen unos soleados caballeros creados por Rea Irvin (12/1/52) y André François (20/8/84).
A continuación vamos a encadenar dos portadas de diferentes revistas porque nos gusta la secuencia que componen en la que primero se recrea la búsqueda de la soledad que, como inmediatamente reparamos, no es difícil se vea truncada por otros usuarios con una muy diferente concepción del esparcimiento. Quizá por ello, a veces la noche sea un necesario aliado que invita incluso a transgredir las prohibiciones como nos muestra una ilustración de Istvan Banyai. La emparejamos con otra playera visión del mismo autor que, aun sin proyectarse a través de una fachada, nos ha traído a la memoria la “Muchacha en la ventana” (1925) de Dalí.
Terminamos la colección de hoy con nuestras dos portadas favoritas relacionadas con el tema de hoy, la de Ian Falconer que plasma magistralmente la difícil huida del mundanal ruido y una creación de Barry Blitt que admite diversas reflexiones, pero a nosotros nos sugiere especialmente ese afán de intentar controlar algunas cosas que, al menos de momento, escapan a nuestro dominio.