Comenzamos con el Rinconte Buscadores de tesoros en Sierra Nevada, Granada, 1914 en el que José Manuel Pedrosa califica como bellísima palabra la denominación chalgueiros que reciben los buscadores de tesoros en algunos lugares de Asturias. Transcribimos la explicación de Aurelio de Llano en Del folklore asturiano (1922):
A los tesoros ocultos en Oriente los llaman tesoros; en Morcín, Riosa, Belmonte y Allande, los llaman ayalgas; en el concejo de Cudillero y el de Luarca, yalgas; en Teverga y Somiedo, chalgas; y chalgueiros a los que se dedican a buscarlas.
Tomamos esta cita del libro Tesoros, ayalgas y chalgueiros. La fiebre del oro en Asturias (enlace a una versión pdf) de Jesús Suárez López, con la colaboración de Alberto Álvarez Peña, que se menciona en el artículo.
Asimismo suplimos la aversión a los enlaces tan habitual en el CVC con uno a otra mención: el capítulo de Las Cartas eruditas y curiosas de fray Benito Jerónimo Feijoo titulado De la vana y perniciosa aplicación a buscar tesoros escondidos (1750).
Y no podemos dejar de aprovechar para recomendar una lectura del Capítulo LIV de la segunda parte de El Quijote, Que trata de cosas tocantes a esta historia, y no a otra alguna, en el que Sancho topa con su morisco vecino Ricote que regresa a España disfrazado de peregrino con la intención de recuperar el tesoro que había enterrado a las afueras del pueblo cuando se promulgó el primer bando de expulsión de los moriscos.
Entre las recomendaciones de esta semana de Fundéu nos ha parecido particularmente interesante la advertencia de que La fórmula y/o, calco del inglés and/or, resulta casi siempre innecesaria puesto que la conjunción o no siempre es excluyente. Nos acusamos de incurrir ocasionamente en esa redundancia resultante del contagio de las disyunciones exclusivas que la lógica preposicional trata con diferencial rigor. Otra lectura que nos parece recomendable es el apunte sobre el correcto uso de los dobles participios de los verbos freír (freído, frito), imprimir (imprimido, impreso) y proveer (proveído, provisto).
La escritora Carmen Domingo publicó anteayer en El País La perversión del lenguaje o la banalización de las palabras. Como la versión de libre acceso de este artículo reservado a suscriptores del diario madrileño que enlazamos en la web Almendrón no incluye los hiperenlaces, procede aclarar que el texto original no tiene ninguno a los tuis de tuits de JK Rowling que se mencionan. Suplido acaba de quedar. El lunes volveremos sobre la viñeta de Blower en el Telegraph inspirada en la serie "The man who ..." de H. M. Bateman, que es la que más nos ha gustado de cuantas se han publicado en la prensa británica sobre la inquietante Ley de Delitos de Odio y Orden Público que acaba de entrar en vigor en Escocia [1]. No se pierdan la escacharrante escena conexa que se ha vivido recientemente en la televisión canaria.El título Este artículo es genial de La punta de la lengua que hoy publica Álex Grijelmo que, como es habitual, encontrán íntegro como anexo, desvela con juguetón autoelogio la palabra que hoy ocupa sus afanes para combatir el empobrecimiento lingüístico.
Volvemos al humor de especial interés lingüísitico con la viñeta del martes de JM Nieto que incluye un divertido ejemplo de malapropismo (del inglés malapropism): el uso incorrecto de palabras parónimas que toma su nombre de la sra. Malaprop, un personaje de la comedia The Rivals (1775) de Richard Brinsley Sheridan que inspiró ese nombre en la expresión francesa mal à propos que significa inoportunamente. Creemos que el más famoso en español sigue siendo el "me gustan los toreros que están en candelabro" de Sofía Mazagatos de mediados de los años noventa. Enlazamos un artículo de Archiletras sobre esos deslices.
Uno de los más famosos de Mrs. Malaprop es el uso de allegory (alegoría) por alligator (caimán, pero referido a los cocodrilos del Nilo) en la frase “She's as headstrong as an allegory on the banks of the Nile” (más detalles; en inglés). Tan popular se hizo que inspiró el pie de de la viñeta de John Tenniel titulada Hold on! (¡Aguanta!) publicada en la revista Punch del 10 de junio de 1882 en la que el poder británico personificado en el icónico John Bull se esfuerza por mantener, con la ayuda de Francia, el control de Egipto que aparece representado como un cocodrilo.
Retornamos al humor nacional con Tris, que combinó en el diario La Rioja del martes un frase en muy macarrónico spanglish con una versión en fromlostiano del ¿me lo dices o me lo cuentas? que fuera popularizado por Kojak y, ya a principios de este siglo, diera título a un programa de televisión sobre sexo de Lorena Berdún. Acompañamos la variante malagueña, por aquellos pagos ¡Muerde el rollo! significa ¡Qué curioso!, de la viñeta de Idígoras y Pachi en el diario Sur del 3/9/23.
Álex Grijelmo (El País, 6/4/24)
Le cuenta una alumna a otra por WhatsApp: “Mañana es viernes”. Y su amiga le contesta: “¡Genial!”.
Tres aficionados observan por dentro el nuevo Bernabéu, y se le oye a uno: “Menuda obra. Es genial”.
El adjetivo “genial” aumenta exponencialmente en el uso y baja por tanto en su cotización.
“¿Qué te parece vernos mañana a las cinco?”. “Genial”.
“¿Qué opinas del Guernica?”. “Genial”.
Si aplicamos a una obra de arte el mismo adjetivo que a la hora de una cita, su devaluación se vuelve inevitable.
Poco a poco, todos nos convertimos en geniales, a la altura de los grandes artistas. Compartimos con ellos un mismo adjetivo, todo un lujo. Un lujo genial. Incluso este artículo es genial. Es genial que se publique, es genial que usted tenga tiempo para leerlo, sería genial que le gustase. Y usted también es genial. Pero lamento desencantarle: hoy en día, ser genial ya no significa gran cosa.
Ahora bien, la persona genial que lea estas líneas no habrá de entender que el término se aplicó mal en los ejemplos aportados. El Diccionario los ampara, porque incluye las equivalencias “placentero, que causa deleite o alegría” y “magnífico, estupendo”, además de su más arraigado sentido: “Que revela genio creador”. Este “genio” deriva a su vez del latín Genius, la divinidad particular de cada persona, que nacía y moría con ella.
El problema, como en tantas ocasiones, no se halla en el uso, sino en el abuso. Se trata de un asunto de estilo; no de corrección o incorrección.
El Diccionario de las academias acaba de incorporar a cada palabra definida unos cuantos sinónimos. A “genial” le corresponden “ingenioso”, “ocurrente”, “agudo”, “perspicaz”, “gracioso”, “divertido”, “magistral”, “sobresaliente”, “talentoso”, “magnífico”, “estupendo”, “excelente”, “espléndido”, “formidable”, “extraordinario”, “maravilloso”, “macanudo”, “chévere”, “bacán”, “bacano”, “guay” y “chachi”. Como se ve, en la lista se despliegan todos los registros de la lengua —más cultos o más coloquiales o jergales— y sus diferentes variedades geográficas. Y hay donde elegir.
En teoría, con eso queda resuelto el problema, ¿no?: voy al Diccionario y encuentro cómo sustituir “genial” por otra palabra más estilosa. ¡No necesito leer tantos libros…! Pero, ay, apenas existen sinónimos absolutos. Ni siquiera “comenzar” y “empezar” lo son: no se entiende lo mismo en “no empieces otra vez con eso” que en “no comiences otra vez con eso”. Lo primero se le puede decir a un pesado, y lo segundo a un alumno de Periodismo.
Del mismo modo, el equivalente “perspicaz” serviría como alternativa para “es una observación genial”. Pero sería raro contestar que el pescado de un restaurante nos ha parecido perspicaz.
No pretendemos reconvenir a nadie por su lenguaje coloquial —sí a los periodistas que copian la tendencia—, siempre que sepa cambiar de registro cuando la situación lo requiere. Intentamos interpretar los fenómenos sociales. La riqueza al elegir adjetivos muestra el interés hacia la lengua y sus matices. Por el contrario, la pobreza de vocabulario nos suele hablar de escasez de lecturas o pereza mental, todo lo cual provoca dificultades para argumentar y para convencer o seducir con la palabra.
Ahora, si al personal no le apetece aumentar su léxico y repetirse a cada rato… pues nada: genial.
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