De las tres secciones que habitualmente visitamos en el Centro Virtual Cervantes, tan solo el Trujamán ha publicado un nuvo artículo en esta vacacional semana. Y ciertamente recomendable lectura nos parece el heterodoxo Insurgentes, bandidos, ladrones de Juan Gabriel López Guix. Prueben a leer a continuación La Semana Santa en tres palabras de Jacobo Bergareche que combina la hondura de la madrugá sevillana con la entusista modestia de las celebraciones ovetenses.
Entre lo publicado en Fundéu nos ha llamado la atención que en las claves de redacción sobre el fallecimiento de Mario Vargas Llosa no se haya incluido Conversación en La Catedral entre los ejemplos de cómo escribir los títulos de los libros. Y no solo por su relevancia, sino porque las mayúsculas precisamente advierten que esa conversación entra Zabalita y el zambo Ambrosio no se desarrollan en un templo catedralicio.
Hay noticias que ilustran especialmente bien lo esforzada e ingrata que resulta la labor de Fundéu. Nos traemos un titular de Antena 3, cadena que presume de ostentar el liderazgo televisivo en informativos, que exige preguntarse ¿qué formación (y sentido común) pude tener quien perpetra semejante desatino?
Ucranio y ucraniano, de nuevo tituló Álex Grijelmo su lingüístico artículo del miércoles que abunda en una dicotomía que ya trató en La punta de la lengua del 21 de febrero de 2022. Tendrá que consolarse don Álex con casos como el de cocodrilo / crocodilo en que los defensores de la ortodoxia, en este caso ya los medievales hablantes de latín, también perdieron la partida en la democrática elección de los hablantes. Interesante asunto resulta el de los triunfos de la heterodoxia que nos da pie a enlazar el Rinconte ¿Por qué cocodrilo y no cocreta? publicado en 2011 por Pedro Álvarez de Miranda.
Pasamos al lenguaje del humor con el paronímico retoque que hoy aplica Donald Trump a un mandamiento de Jesucristo en la tira de Asier y Javier.
La unánime decisión de la Corte Suprema de Reino Unido relativa a que la definición de mujer debe basarse en el sexo biológico asignado en el nacimiento suscitó una hamletiana pieza de Morten Morland con un cromosómico dilema que hemos añadido a nuestra extensa colección de Humor que enseña teatro.
Concluimos el breve apunte de hoy con la evocación que ayer hacía Vadot con Giorgia Meloni del dual personaje Dr. Jekyll y Mr. Hyde creado por R.L. Stevenson.
Anexo
Los periodistas de hoy en día se sienten mejor si se ven arropados por la corriente general que si se desmarcan libremente de ella. Por eso tienden a otorgar mucha importancia a los usos mayoritarios del lenguaje y se pliegan a ellos frente la posibilidad de hacer algo distinto pero también razonable. (De esto último suele surgir el estilo diferenciado; la personalidad propia que se manifiesta a través de la palabra). En eso el periodismo de hoy vive un espíritu contrario al que ejerció la generación anterior.
Tan extendida tendencia se manifiesta por ejemplo en la presión actual por escribir “ucraniano” y no “ucranio”, pese a que esta forma es válida también y más antigua, y aunque la otra derive de traducciones irreflexivas del inglés y del francés (ukrainian y ukrainien) aplicadas por quienes al manejar los teletipos de las agencias internacionales desconocían la existencia previa de “ucranio”.
Volvemos tres años después sobre este asunto, a cuenta del rebrote de una vieja polémica que ya aparecía en la revista Noticias de Actualidad allá por el 1 de enero de 1959.
Entre los periodistas, los defensores de “ucraniano” se suelen apoyar en las quejas de algunos lectores frente a la opción “ucranio”, sin reparar en el sesgo de atención a la protesta: los disconformes con algo levantan la voz, mientras que quienes están de acuerdo se callan porque no ven motivo para reclamar. Por tanto, no se debe tomar como medida demoscópica un número de protestas si no se puede comparar con el número de conformidades.
Cuando nació EL PAÍS, en 1976, el único gentilicio de Ucrania que figuraba en el Diccionario académico, desde 1925, era “ucranio”, que antes ya se había citado en el Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas, de 1802, de Lorenzo Hervás; y en el diccionario de la imprenta madrileña Gaspar y Roig en 1855, además de en el diccionario de la Dirección de Telégrafos, en 1858, entre otros muchos testimonios de uso.
La novedad “ucraniano” no la incluye la RAE hasta 1984, si bien seguía recomendando “ucranio”. En ese contexto, el Libro de estilo de EL PAÍS adopta “ucranio”, opción que mantiene hoy. Una de sus ventajas reside en el menor número de letras, lo cual facilita cuadrar los titulares. Y cuenta con la analogía de gentilicios europeos formados a partir de topónimos que terminan en -nia: de Estonia, estonio; de Armenia, armenio; de Macedonia, macedonio; de Bosnia, bosnio; de Caledonia, caledonio; de Ausonia, ausonio…
Ahora bien, desde 1992 las academias recomiendan (que no ordenan) “ucraniano”, por su mayor difusión; sin que por ello rechacen el gentilicio tradicional en español.
Pero la regla de los usos mayoritarios implica ciertas consecuencias contrarias a un estilo periodístico coherente. Así, no procedería ya escribir “Oriente Próximo” como se impuso EL PAÍS, sino “Oriente Medio” (Middle East), opción más extendida en los diarios por influencia estadounidense. Y se habría de adoptar “el cóvid” frente a “la covid”, cuando en este acrónimo la letra d representa a disease –en inglés “enfermedad”–, la palabra básica para el género de la sigla en español. Y así deberían sucederse otras decisiones que podrían acabar con la personalidad distintiva de quien las asumiese y, de paso, con la precisión, la cohesión y la riqueza de la lengua cultivada.
Optar por “ucraniano” sería legítimo, claro. Pero el argumento aportado muestra el actual vértigo periodístico de hablar en minoría, que aboca a dejarse llevar siempre por la corriente sin nadar ni razonar de vez en cuando contra ella. Y a veces, sin siquiera razonar a favor.
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