viernes, 22 de noviembre de 2024

CLIPDA DCCXX: Comediante

 

La banana pegada con cinta adhesiva titulada 'Comedian' que Maurizio Cattelan presentó en 2019 en la feria Art Basel de Miami ha vuelto a los titulares de prensa con motivo de su adjudicación en 6,2 millones de dólares en una subasta celebrada en Sotheby's. Buena ocasión para repasar la considerable trayectoria humorísitica de esa obra que hoy protagoniza en la prensa española la viñeta de Eneko en el digital Público, así como dos piezas de humor británico: el dibujo de Andy Davey en el Telegraph con una bananizada ministra de Hacienda (Chancellor of the Exchequer) Rachel Reeves, un nada frutal Zelenski de Andy Bunday y otra viñeta más sobre la guerra de Ucrania de Ben Jennings en The Guardian.

Hace algo más de un año que no veíamos referencias a esta lucrativa provocación de Cattelan. Desde que Kiko da Silva la evocara en la viñeta publicada el 17/10/23 en El Correo Gallego que sumaba su quinta aportación en poco más de un mes a nuestra colección de  Humor alto oleico.  

Saltamos ahora hasta diciembre de 2019 para recordar que en el CLIPDA CCCXI dimos del humor suscitado por la presentación de la obra de la que supuestamente existían tres ediciones que se habrían vendido por 120.000 dólares. Pero entonces fue noticia que el último día de la citada feria Art Basel de Miami, el artista georgiano David Datuna  arrancó el plátano y se lo comió tranquilamente mientras algunos asistentes filmaban esa performance que tituló 'Hungry Artist' (más detalles y vídeo). 

Hasta tres viñetas coleccionábamos entonces en la prensa española sobre lo sucedido en la lejana Florida. Una indirecta referencia de García Morán en la Gaceta de Salamanca, la tira de Alberto Calvo en Heraldo de Aragón que ya incluía una recreación de la pieza (con un leve error en la divisa en que expresó el precio) y la de Andrés Meixide en La Voz de Galicia que practicaba una sustitución de lo fijado a la pared.


Algunas otras viñetas inspiradas en la encintada banana que posteriormente encontramos en la web de Cartoonmovement fueron las del alemán alemán Guido Kuehn, que convirtió la destruida pieza en el sueño del niño Aylan Kurdi que pereció ahogado en 2015 en la costa de Turquía, la del dibujante de este país Oguz Gurel y la del iraní Hahrokh Heidari que le dio un magrittiano  toque al asunto. 

 

Thibaut Soulcié cambió el fruto por un cacahuete en su ironía sobre las pensiones protagonizada por Macron (las palabras del presidente pueden traducirse como "soltad la pasta"). Y en la posterior jornada electoral del Reino Unido, el irlandés Graeme Keyes utilizó el ínclito plátano como marcador de su peculiar panel electoral. En Estados Unidos fue Bruce Plante quien añadió una versión oportunamente adaptada con un melocotón al polémico  impeachement que allí se desarrollaba entonces.



El dibujante neerlandés  Bas van der Schot  aportó desde el diario neerlandés De Volksrant una versión oportunamente calificada como street-art metaconceptual y Eneko las Heras convirtió la provocación de Cattelan  en la última etapa de la breve historia del arte que publicó en El Jueves. Completábamos aquella crónica con el dibujante cubanomexicano Ángel Boligán, que publicó en el diario El Universal una viñeta titulada 'Luna contra la pared' en la que hacía referencia a la detención en Estados Unidos, acusado de tráfico de drogas, de Genaro García Luna, quien fuera secretario (ministro) de Seguridad Pública en el gobierno del presidente mexicano Felipe Calderón (más detalles).


En el CLIPDA CCCXIV añadimos otras dos viñetas a la bananera colección, la de Clay Jones del 21/12/19 y la de Kiko da Silva que celebraba con una jornada de retraso el Día de los Inocentes.


Proseguimos con la contribución de Olivia de Recat al #DollyPartonChallenge ya en mes de enero de 2020, el cartel para el Entroido de Pontevedra de Kiko da Silva protagonizado por el loro Ravachol y la reincidente aplicación del esparadrapo realizada por el dibujante de El Correo Gallego en la viñeta que dedicó a la feria ARCO. Ya se imaginarán quien es nuestro máximo candidato a sumar en próximos día un nuevo dibujo a esta colección que complementamos con el muy recomendable artículo de Mario Vargas-Llosa El palo de escoba (que ha pasado a tener un acceso restringido a suscriptores que anteriormente no tenía).



El palo de escoba
Mario Vargas-Llosa (El País, 24/7/2016)

En el arte de nuestro tiempo el verdadero talento y la picardía más cínica coexisten y se entremezclan de tal manera que ya no es posible separar ni diferenciar una de la otra


Para olvidarme del Brexit fui a conocer el nuevo edificio de la Tate Modern en Londres y, como esperaba, me encontré con la apoteosis de la civilización del espectáculo. Tenía mucho éxito, pues, pese a ser un día ordinario, estaba repleto de gente; muchos turistas, pero, me parece, la mayoría de los visitantes eran ingleses y, sobre todo, jóvenes.

En el tercer piso, en una de las grandes y luminosas salas de exposición había un palo cilíndrico, probablemente de escoba, al que el artista había despojado de los alambres o las pajas que debieron de volverlo funcional en el pasado —un objeto del quehacer doméstico— y lo había pintado minuciosamente de colores verdes, azules, amarillos, rojos y negros, series que en ese orden —más o menos— lo cubrían de principio a fin. Una cuerda formaba a su alrededor un rectángulo que impedía a los espectadores acercarse demasiado a él y tocarlo. Estaba contemplándolo cuando me vi rodeado de un grupo escolar, niños y niñas uniformados de azul, sin duda pituquitos de buenas familias y colegio privado a los que una joven profesora había conducido hasta allá para familiarizarlos con el arte moderno.

Lo hacía con entusiasmo, inteligencia y convicción. Era delgada, de ojos muy vivos y hablaba un inglés muy claro, magisterial. Me quedé allí, en medio del corro, simulando estar embebido en la contemplación del palo de escoba, pero, en verdad, escuchándola. Se ayudaba con notas que, a todas luces, había preparado concienzudamente. Dijo a los escolares que esta escultura, u objeto estético, había que situarlo, a fin de apreciarlo debidamente, dentro del llamado arte conceptual. ¿Qué era eso? Un arte hecho de conceptos, de ideas, es decir, de obras que debían estimular la inteligencia y la imaginación del espectador antes que su sensibilidad pudiera gozar de veras de aquella pintura, escultura o instalación que tenía ante sus ojos. En otras palabras, lo que veían allí, apoyado en esa pared, no era un palo de escoba pintado de colores sino un punto de partida, un trampolín, para llegar a algo que, ahora, ellos mismos, debían ir construyendo —o, acaso, mejor decir escudriñando, desenterrando, revelando— gracias a su fantasía e invención. A ver, veamos ¿a quién de ellos aquel objeto le sugería algo?

Chicos y chicas, que la escuchaban con atención, intercambiaron miradas y risitas. El silencio, prolongado, lo rompió un pecosito pelirrojo con cara de pícaro: “¿Los colores del arcoíris, tal vez, Miss?”. “Bueno, por qué no”, repuso la Miss, prudentemente. “¿Alguna otra sugerencia u observación?”. Nuevo silencio, risitas y codazos. “Harry Potter volaba en un palo de escoba que se parecía a éste”, susurró una chiquilla, enrojeciendo como un camarón. Hubo carcajadas, pero la profesora, amable y pertinaz, los reconvino: “Todo es posible, no se rían. El artista se inspiró tal vez en los libros de Harry Potter, quién sabe. No inventen por inventar, concéntrense en el objeto estético que tienen delante y pregúntense qué esconde en su interior, qué ideas o sugestiones hay en él que ustedes puedan asociar con cosas que recuerdan, que vienen a su memoria gracias a él”.

Poco a poco los chiquillos fueron animándose a improvisar y, en tanto que algunos parecían seguir las instrucciones de la Miss y proponían interpretaciones que tenían alguna relación con el palo de escoba pintado, otros jugaban o querían divertir a sus compañeros diciendo cosas disparatadas e insólitas. Un gordito muy serio aseguró que ese palo de escoba le recordaba a su abuela, una anciana que, en sus últimos años, se arrastraba siempre con la ayuda de un bastón para no tropezar y caerse. A medida que pasaban los minutos mi admiración por la profesora aumentaba. Nunca desfalleció, nunca se burló ni se enojó al oír las tonterías que le decían. Se daba cuenta muy bien de que, si no todos, la mayoría de sus alumnos se habían olvidado ya del palo de escoba y del arte conceptual, y estaban distrayendo su aburrimiento con un jueguecito del que ella misma, sin quererlo, les había dado la clave. Una y otra vez, con una tenacidad heroica, mostrando interés en todo lo que oía, por burlón y descabellado que fuera, los volvía a traer al “objeto estético” que tenían al frente, explicándoles que ahora sí, por todo lo que estaba ocurriendo, comprendían sin duda cómo aquel cilindro de madera decorado con aquellos intensos colores había abierto en todos ellos una compuerta mental por la que salían ideas, conceptos, que los regresaban al pasado y los retrotraían al presente, y activaban su creatividad y los volvían más permeables y sensibles al arte de nuestros días. Ese arte que es diametralmente distinto de lo que era bello y feo para los artistas que pintaron los cuadros de los clásicos que habían visto hacía unos meses en la visita que hicieron a la National Gallery.

Cuando la perseverante y simpática Miss se llevó a sus alumnos a explorar, en esa misma sala del nuevo edificio de la Tate Modern, un laberinto de petates de Cristina Iglesias, yo me quedé todavía un rato frente a este “objeto estético”, el palo de escoba pintado por un artista cuyo nombre decidí no averiguar; tampoco quise saber el título con que había bautizado a su “escultura conceptual”. Pensaba en la difícil empresa de esa profesora: convencer a esos niños de que aquello representaba el arte de nuestro tiempo, que había en ese palo pintado toda esa suma de que consta una obra de arte genuina: artesanía, destreza, invención, originalidad, audacia, ideas, intuiciones, belleza. Ella estaba convencida de que era así, porque, en caso contrario, hubiera sido imposible que asumiera con tanto empeño lo que hacía, con esa alegría y seguridad con la que hablaba a sus alumnos y escuchaba sus reacciones. ¿No hubiera sido una crueldad hacerle saber que lo que hacía, en el fondo, con tanta entrega, ilusión e inocencia, no era otra cosa que contribuir a un embauque monumental, a una sutilísima conjura poco menos que planetaria en la que galerías, museos, críticos ilustrísimos, revistas especializadas, coleccionistas, profesores, mecenas y negociantes caraduras, se habían ido poniendo de acuerdo para engañarse, engañar a medio mundo y, de paso, permitir que algunos pocos se llenaran los bolsillos gracias a semejante impostura? Una extraordinaria conspiración de la que nadie habla y que, sin embargo, ha triunfado en toda la línea, al extremo de ser irreversible: en el arte de nuestro tiempo el verdadero talento y la picardía más cínica coexisten y se entremezclan de tal manera que ya no es posible separar ni diferenciar una de la otra. Esas cosas ocurrieron siempre, sin duda, pero, entonces, además de ellas, había ciertas ciudades, ciertas instituciones, ciertos artistas y ciertos críticos que resistían, se enfrentaban a la picardía y la mentira, y las denunciaban y vencían. Integraban esa demonizada élite que la corrección política de nuestra época ha mandado al paredón. ¿Qué ganamos? Esto que tengo al frente: un palo de escoba con los colores del arcoíris que se parece a aquel con el que Harry Potter vuela entre las nubes.




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