Fundéu publicó el martes unas claves de redacción sobre el apagón en las que nos llamó la atención la ausencia de toda mención al energético error periodístico más frecuente, que no es otro que la utilización de las espurias unidades Gw/h y Mw/h en vez de las correctas Gwh y Mwh que cuantifican la energía como producto de la potencia (Gw o Mw) por el tiempo en horas durante el que ha sido aplicada. Hasta en un artículo con bastante rigurosos firmantes de El País hemos visto estos día tan extendido error (y las unidades del gráfico son Gw, potencia demandada, no Gwh).El Centro Virtual Cervantes tan solo ha actualizado esta semana la sección el Trujamán. El encuentro de Zelenski en la Casa Blanca de Jesús Baigorri Jalón plantea que el famoso incidente de la Casa Blanca quizá no se habría producido si el presidente de Ucrania hubiera utilizado traductor. Una interesante tesis que vemos bien argumentada.

Pasamos a la literatura con la Microdosificación de Jane Austen en la oficina que Tom Gauld propuso la semana pasada en The Guardian Books. Una viñeta que reseñamos con bastante retraso porque el diario británico no la subió hasta el lunes a su web. Sigue el divertimento gramatical que el humorista escocés ha publicado en New Scientist.
Vamos ahora con la borgiana pieza de Bernardo Erlich en el diario Clarín del pasado domingo. Un dibujo sobre el que no estará de más aclarar que lo recogido por Borges en su ensayo Nueva refutación del tiempo (1944 - 1946; enlace al texto íntegro) no es un sueño propio, sino el que tuvo el filósofo Chuang Tzu (en transcripción Wade-Giles; modernamente es conocido como Zhuangzi) hace unos veinticuatro siglos que acabó por no saber si se había despertado de un sueño en el que era una mariposa o si realmente era una mariposa que estaba soñando que era Chuang Tzu.Anexo
Pues bien, ahora me toca salir al paso de una cita errónea que yo mismo he esparcido en los últimos años. O sea, que salgo al paso de mí mismo. Se trata de la afirmación “el español es la suma de todas las maneras de hablarlo”, que en diversas ocasiones (entrevistas y artículos) fui atribuyendo al historiador de la lengua mexicano Antonio Alatorre. Y como este autor falleció en 2010, no ha tenido la oportunidad de desmentirme como merecía.
A finales de los noventa leí una obra de Alatorre, titulada Los 1001 años de la lengua española (FCE, México, 1995), a la que mi imaginación atribuiría esa frase mucho tiempo después. Hace unos meses quise reproducirla con referencia de página y edición, pues iba a incluirla en un trabajo donde procedía citar con rigor académico las fuentes bibliográficas; y, para mi sorpresa, no la encontré ni en ese libro ni en ningún otro del filólogo mexicano. La subsiguiente búsqueda en Google, preocupado por mi ya previsible error, me echaba a la cara unos resultados incómodos: hallé 152 veces la frase completa tal como yo la reiteraba, y en 23 de ellas figuro como responsable de haberla atribuido así. En otras menciones, o bien el aserto se adjudica a Alatorre, sin mi mediación expresa pero no sin mi culpa, o bien se apropia de él quien firma el texto, tal vez de forma inocente. También hallo citas en las cuales la frase se atribuye a mi autoría, quizás porque quien me entrevistó no había anotado bien la cita falsa que yo iba propagando sin noción del error. En ningún caso se remitía a un filólogo verdadero. Es decir, a su verdadero autor.
Por las dudas, renuncié a repetirla desde entonces, y en ese tiempo la he ido buscando a ratos perdidos en otros libros de mi biblioteca. ¿De dónde la habría sacado? Por suerte, acostumbro a subrayar lo que me llama la atención, y gracias a eso acabé hallando al verdadero artífice.
Se trata del muy prestigioso Eugenio Coseriu (1921-2002), lingüista rumano que impartió sus enseñanzas en universidades de Uruguay, Francia y Alemania, donde falleció. Al toparme con su frase, descubrí que mi mala cabeza no solo había confundido al autor del texto sino que también había alterado ligeramente sus palabras.
Coseriu escribe en la página 23 de El hombre y su lenguaje (Gredos, Madrid, 1991): “Una lengua, por ejemplo el español, es la suma de las posibilidades del hablar español, posibilidades que en parte ya han sido realizadas históricamente y, en parte, están aún por realizar”.
En fin, así funciona la memoria de los desmemoriados como yo. Seguramente leí un libro a continuación del otro y readjudiqué la autoría verdadera; para después resumir el mensaje como si estuviera escribiendo un titular.
Todo ello no quita para que en este caso la afirmación repetida sea cierta, porque el español es la suma de todas las maneras de hablarlo, en pie de igualdad entre los pueblos que lo tienen como lengua; lo diga quien lo diga, o quien lo haya dicho. Que en este caso fue Coseriu.
Así pues, la inteligencia artificial queda avisada al respecto, porque también se había liado por mi culpa.
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