sábado, 13 de septiembre de 2025

Lenguaje de la semana 37/2025


Álex Grijelmo ha hecho doblete esta semana en El País. El martes publicó El Departamento de la Guerra con las palabras, nuestro anexo 1 de hoy, y al día siguiente Femeninos problemáticos, un artículo que adjuntamos como anexo 2 que concluye con la irónica declaración de que se conformaría con haber aumentado las dudas de los lectores sobre la controvertida materia tratada.

En cuanto al primero de los citados textos, no entramos en cuáles puedan ser las motivaciones de Vox para preferir el "antiguo concepto" de violencia doméstica (esta denominación se aplica ahora exclusivamente a la violencia en el ámbito de los hogares que no tiene calificación de violencia de género), pero las nuestras las tenemos expuestas en el apunte El sexo del delito. Y ojo con la creciente violencia intergeneracional que tan despercibida está pasando entre tanta estadística interesada.

Pasamos al Centro Virtual Cervantes. Maité Mancini dedicó el Martes Neológicobinarismo (de género), aunque parece considerar más perentoria la llegada al diccionario del contrapuesto no binarismo. Nosotros intentamos minimizar tanta disquisición emocional con más objetivable sexo y menos subjetivizado género.

El Trujamán de Lucas Martí Domken titulado  Quijotismo no es cervantismo narra un curioso enfrentamiento de Unamuno con Homer P. Earle, el traductor al inglés de Vida de don Quijote y Sancho. ¡Menudo era D. Miguel!

Completamos la reseña del Cervantes con un enlace al Rinconete Ad astra (25). Akasa-Puspa: flor que brilla en el cielo que Rodolfo Martínez dedica a glosar muy someramente el díptico compuesto por Mundos en el abismo (1988) e Hijos de la eternidad (1989) de los valencianos Juan Miguel Aguilera y Javier Redal.

En La Voz de Galicia, Francisco Ríos aborda hoy en Pirómanos y meteorología el deficiente uso que habitualmente se hace de esas palabras que tanto han aparecido en las informaciones sobre los incendios que este verano han carbonizado extensas superficies de España.

Pasamos al lenguaje del humor con JM Nieto, que acuñó "meimportaunbledización" para su irónica pieza del lunes sobre la polarización reinante. García Morán, por su parte, denominó "corruptonita" a la debilitadora materia cuyos efectos trata de desviar Sánchez utilizando como escudo protector la causa palestina.

Proseguimos con una aeroferroviaria dilogía de Gallego y Rey más la viñetas que tanto Miki y Duarte como Davila asimismo también han apoyado en dobles sentidos. Padylla llevó a su vuelta al cole del jueves una interesante muestra de lenguaje juvenil.

En el apunte del propio jueves ya mostramos la portada de Miguel Gila en Hermano Lobo que inspira la viñeta de la víspera de Peridis. Hoy volvemos a traerla para apuntar que el humorista de El País no pasó por alto corregir el solecismo en que incurre el original al realizar un incorrecto uso del infinitivo en vez del pertinente imperativo.

Y hablando de incorrecciones, Abel sumaba el pasado domingo  desde Diario de Valladolid una nueva referencia al extendido error que este blog trata en Ardillas y mitos forestales.

En el apartado de citas, Sansón adaptó a Gaza la famosa locución latina "Carthago Delenda est" (Cartago debe ser destruida) que el político romano Catón el Viejo pronunció repetidamente al final de sus discursos en el Senado para instar a la destrucción de la que llegara a ser gran rival de Roma.

Vergara encabeza las referencias literarias con su judicial versión del cuento El rey desnudo incluida en la tira de elediario.es del domingo pasado. Una pieza que acompaña con una nueva alusión a "el que pueda hacer que haga" que tiene su propio monográfico en este blog. Sigue la presencia de Los tres cerditos junto con el lobo en la tira de Pachi en el diario Sur del jueves y Macron convertido por Monsieur Kak en personaje de Saint-Exupéry en una viñeta que hemos incorporado al apunte El Principito (3ª parte) en la que el presidente de Francia riega la rosa representativa del Partido Socialista.

Completamos la sección humorística con la cervantina videoviñeta de Cuesta y Sañudo y concluimos con el habitual apartado de Cachitos


Cachitos

Muchos anhelamos el fin político de Netanyahu. Pero nos deprime compartir ese anhelo con una recua de nostálgicos de ETA, una activista tronada que desertó de las aulas o un presidente que ya era cínico de concejal, cuando proponía abolir la prostitución por la mañana mientras su mujer llevaba la contabilidad del puticlub paterno por la noche. Jorge Bustos en La causa o el pellejo

No puedo evitar la sospecha de que Sánchez haría con los gazatíes lo mismo que hizo con los saharauis, los venezolanos o los catalanes leales: abandonar su causa cuando la ocasión lo reclame. David Mejía en Pedro, nuestro hombre en Gaza

Ahora, por lo visto, asumimos que las emisoras públicas están al servicio del que manda. Daniel Gascón en La privatización de la televisión pública 

- Ni el Estado de Israel se dedica a enviar artículos de broma a flotillas de vanidosas e inadaptadas, como el martes aprendieron en Doha los cinco de la cúpula de Hamás que hoy ya no están entre nosotros. Salvador Sostres en Mira, Ernesto

El espacio de la reducción efectiva de las jornadas laborales es la negociación colectiva, con capacidad suficiente para alcanzar acuerdos, conforme a la productividad y la organización del trabajo, siendo ya la jornada media máxima 38,2 horas semanales en cómputo medio anual. Jesús Lahera Forteza en Reducir la jornada laboral pero no así

Jorge Javier vive una competición donde el cambio más traumático sería dejar de interesar a los espectadores. La cara es otro accesorio rentabilizable. Juan Diego Madueño en Ventajas de viajar con nueva cara

Sin fuerzas para alcanzar la República, y sin asumir del todo el engaño colectivo del procés, el independentismo popular ha pasado de soñar con el choque directo con el Estado para la sedición, a declararle la guerra a la empanada argentina y al ceviche peruano. Iñaki Ellakuría en Débil en la calle, poderoso en las instituciones y más xenófobo 

- Concedamos a los demás el derecho a expresar con libertad su pensamiento y situarse en algún punto intermedio -que no será fácil o placentero- del vasto terreno que se abre al observador comprometido entre usar la palabra más gorda que se nos ocurra y quedarse mudo ante el horror, entre la esloganización del sufrimiento y la indiferencia ante el sufrimiento, entre una «guerra de legítima defensa» y un «genocidio». Juan Claudio de Ramón en Israel y el crimen sin nombre.



PS - El estreno de El cautivo de Amenábar propicia la presencia de Cervantes en la viñeta de hoy de Álvaro que suma la cuarta dilogía que coleccionamos en este apunte. El dibujo, que vemos falto de una tilde y unos signos de interrogación, es un reciclado de una viñeta de junio de 2022, publicada entonces con una referencia al conflicto desatado con Argelia tras el personalista viraje de Sánchez sobre el Sahara Occidental. En cuanto al tema tratado por Álvaro, nos parece recomendable el artículo ¿Era Cervantes homosexual? que hoy publica Juan Manuel de Prada en Abc.

Adicionalmente, Martin Rowson publica hoy en The Guardian una viñeta sobre la carga en que se han convertido para el Partido Laborista (representado por una descabezada figura) Keir Starmer y el destituido embajador en Estados Unidos Peter Mandelson (que mantuvo una estrecha relación con Epstein). Un dibujo que está inspirado en el poema The Rime of the Ancient Mariner  publicado en 1876 por S.T. Coleridge. En el apunte Lenguaje de la semana 14/2025 encontrarán más detalles sobre el mismo.




Anexo 1

El Departamento de la Guerra con las palabras
Álex Grijelmo (El País, 9/9/25)

Las ultraderechas empiezan a prescindir del eufemismo cuando desean agrupar a los suyos y dar miedo a los otros


Donald Trump carece de complejos. Alguien capaz de afirmar que no perdería votos si cometiese un asesinato en plena Quinta Avenida tampoco iba a arredrarse por una cuestión eufemística. Por eso anunció el 5 de septiembre el propósito de que su “Departamento de Defensa” se llame ahora “Departamento de la Guerra”.

Bueno, tampoco el “Departamento de Defensa” se había mostrado muy pacífico. Con ese nombre (que en 1949 reemplazó a “Establecimiento Nacional Militar”), Estados Unidos ya emprendió muchas invasiones. Entre las últimas, la de Granada, en las Antillas (1983), la de Panamá (1989, en la que soldados estadounidenses mataron al fotógrafo Juantxu Rodríguez, que trabajaba para EL PAÍS), la primera Guerra del Golfo (1990-1991, a fin de liberar a Kuwait de la invasión iraquí), la ocupación de Irak (2003-2011, en la que sus militares asesinaron al camarógrafo español José Couso, enviado para Tele 5)… Incluso, aunque con otros matices, la guerra de Vietnam (1955-1975). Y la de Afganistán, a cargo de las tropas norteamericanas y sus aliados (2001-2021).

Muchas guerras de Estados Unidos no han sido acciones defensivas sino ofensivas, porque su territorio no había sufrido una previa agresión militar de la que tuviera que protegerse (si bien cabría un margen para alegar lo contrario en el caso de Afganistán, por los atentados precedentes contra las Torres Gemelas y el Pentágono).

Así pues, el Departamento de Defensa ejerció largamente en toda su historia como departamento de ofensa. Cambiar el nombre ahora no alterará la esencia de sus peligros. Eso sí: quizá los aumente.

La tremenda voz “guerra” (del germánico werra), figura en el castellano desde sus albores; se introdujo, se adaptó y se adoptó en diversos idiomas (war en inglés, guerre en francés) seguramente por la expansión europea de los godos, y ocupó en las lenguas romances el valor del latín bellum, vocablo de sonido menos bélico, valga la paradoja, y menos aguerrido, valga el juego de palabras.

España tuvo un “Ministerio de la Guerra” en distintas fases de su historia, incluida la II República, pero estableció en 1977 el “Ministerio de Defensa”.

El léxico político y el lenguaje periodístico influido por él han venido evitando en los últimos decenios, y en todas partes, el término “guerra” cuando el emisor del mensaje pretendía quitar gravedad a lo que sucedía: “Acción militar”, “conflicto”, “solución de fuerza”, “ataque”, “enfrentamiento” y otros vocablos que ha analizado la catedrática Elena Gómez en su obra Caracterización lingüística de los sustitutos eufemísticos relacionados con el ámbito “guerra” (Universidad de León, 2006).

Después de todo eso, ¿por qué un presidente de Estados Unidos iba a prescindir ahora del eufemismo “Defensa” —establecido ya en decenas de ministerios de los cinco continentes—, para regresar a lo que constituía un disfemismo, es decir, lo contrario de un vocablo agradable? ¿Por qué le gusta a Trump una palabra frecuentemente proscrita por quienes emprenden una guerra?

Lo hace, y le gusta, porque un eufemismo tiende a endulzar, paliar, rebajar, esconder algo. Y Trump no busca eso, sino lo opuesto: dar miedo. Es decir, recuperar el pánico que producían aquellos guerreros godos en sus invasiones. No desea la biensonancia de un término que tranquiliza sino la malsonancia de una expresión que asusta. Porque no le interesa ser respetado, sino ser temido. ¿Seguirán su ejemplo otros políticos autoritarios que retan a la democracia? Quizá. Si ocurriese, tal tendencia se correspondería con la escalada amenazante de estos tiempos en los que vuelven a crecer los regímenes dictatoriales y los gobernantes despiadados. Y eso también aterra, porque las palabras de la violencia suelen preceder a la violencia.

¿Nos hallamos entonces ante el principio del fin de la era de los eufemismos en el lenguaje ultraderechista? Sí en algunos casos: por ejemplo, cuando sus portavoces necesiten una bravuconada contra unos supuestos enemigos, generalmente inventados. Pero los movimientos de extrema derecha, tan desacomplejados como Trump, no van a renunciar a la manipulación de las palabras cuando eso interese a sus propósitos. Entre nosotros, Vox ha extendido el siglónimo mena (menores extranjeros no acompañados), que evita la representación mental de un niño abandonado, a fin de deshumanizar así a los inmigrantes cuya expulsión se propone; y difunde la locución “violencia doméstica” para desactivar el concepto del machismo; y proclama unos “valores tradicionales”, con los que disfraza su intento de imponer una identidad única que desmonte nuestra sociedad pluricultural.

Las ultraderechas usarán eufemismos mientras necesiten vestir con piel de cordero algunas ideas; pero, y esto tal vez constituye una novedad, empiezan a acudir a los disfemismos (“motosierra”, “expulsión”, “guerra”, “endurecer”, “cadena perpetua”) cuando creen que sus votantes ya no temen esas palabras, cuando desean agrupar a los suyos para infundir el miedo en los otros. Así parece pretenderlo ahora Trump, quien va a promover, tristemente, el “Departamento de la Guerra” pese a que su país sea quizás el único en el mundo real que podía haber creado un Departamento de la Paz.


Anexo 2

Femeninos problemáticos
Álex Grijelmo (El País, 10/9/25)

Imaginemos que alguien inmerso en un conflicto económico dijese: “No quisiera dejar esto en manos de una abogada”

Ignacio Bosque, el más eminente gramático actual de la lengua española, escribe en el último número de la revista Archiletras (julio-septiembre de 2025) acerca de la incomodidad que experimentan algunos profesores “cada vez que una alumna inquieta levanta la mano y pregunta algo que no viene en el libro”. Por tanto, emplea el femenino singular “una alumna” donde muchos habrían esperado el genérico “un alumno”.

A quienes hayan estado influidos por cierta propaganda poco veraz les puede sorprender ese ejemplo que usa el autor del informe Bosque, aprobado en 2012 por la Real Academia Española y titulado Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer. No así a quienes conozcan la obra y la personalidad del académico, ni a quienes leyeran por completo aquel trabajo, donde precisamente escribe tres duplicaciones. Esto se debe a que el autor no las condena, sino que analiza con respeto y rigor las consecuencias de esa estrategia; unas buenas y otras no tanto.

Los finos lectores de Archiletras habrán sabido entender el propósito de Bosque en la citada frase: evitar el riesgo de que los genéricos sean interpretados malintencionadamente como referidos solo a varones. Ahora bien, otros usos del femenino singular destinados a conjurar las críticas de los nuestros –que son las que más duelen– pueden causar que el tiro nos salga por la culata.

Imaginemos que alguien inmerso en un conflicto económico dijese: “Temo dejar este contencioso en manos de una abogada”, en vez de “temo dejar este contencioso en manos de un abogado”. Sus interlocutores podrían acusarlo, con base lingüística, de haber construido una frase machista: ¿Acaso las abogadas son menos eficaces que los abogados y te infunden más temor? Lo mismo sucedería si exclamáramos “¡esto lo entiende hasta una niña!” en vez de “¡esto lo entiende hasta un niño!”.

La elección de ese femenino nos haría sospechosos de machismo en algunas ocasiones, por mucho que lo usáramos de buena fe.

En cambio, la fórmula del genérico (no lo estamos llamando “genérico masculino” sino “genérico”) es perfecta si partimos de que con ella abarcamos a las personas sin distinción de sexos. Así ha funcionado durante siglos en los idiomas herederos del latín (nuestra lengua madre) y también en otros, desde que en el indoeuropeo (nuestra lengua abuela) se creó el género femenino, hace miles de años. Con tal aparición, el genérico primitivo se desdobló para desempeñar en lo sucesivo los dos valores: por un lado, el viejo genérico; y por otro, el nuevo masculino que se oponía ya al femenino reciente. Ver ahora como masculino aquel genérico es lo que enreda todo. Eso equivaldría, por ejemplo, a tomar el vocablo “vivo” como adjetivo cuando ejerciese como verbo (“es muy vivo” / “vivo feliz”).

Ahora bien, la clave para que el femenino se acepte bien se halla a menudo en si se obtiene una deducción positiva o negativa. Podemos decir sin problema: “Este artículo sobre el género es tan claro que parece escrito por una filóloga” (o por un filólogo); pero no funcionaría de forma igualitaria la alternativa opuesta: “Este artículo sobre el género es tan torpe que parece escrito por una filóloga”. Por tanto, el problema desaparece si se aplica una interpretación positiva, y entonces el femenino puede abrirse paso sin conflicto en sustitución del genérico.

Amables lectores y lectoras, imagino que no habré resuelto las dudas que albergan algunos de ustedes en un asunto tan politizado y tan complejo. No importa. Me conformaría entonces con haberlas aumentado.


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