sábado, 11 de enero de 2025

Lenguaje de la semana 2/2025


Iniciamos el recorrido en Fundéu, que el lunes propuso el mexicanismo roperazo y el neologismo rerregalo como alternativas a la voz inglesa regifting. Asimismo nos parece interesante el recordatorio del día siguiente de que, aunque los prefijos post- y pos- son igualmente válidos, se recomienda la grafía sin te, excepto cuando la palabra a la que se une el prefijo comienza por la letra ese, porque la te no suele pronunciarse cuando el grupo –st aparece al final de una sílaba.

Álex Grijelmo publicó el miércoles Feliz Navidad o felices fiestas, un artículo que, como de costumbre, encontrarán integro en el anexo 1. Disentimos de su afirmación las derechas y el fascismo ya nos arrebataron así la palabra “patria”, y la palabra “España”, porque lo que nosotros percibimos es un abandono de esos términos por un amplio sector de la izquierda, que es la que, en esto, ha cambiado sus usos lingüísticos. Típico caso, el de las derechas en esto, de quienes se quedan al frente de una formación en fila porque el resto da un paso atrás. Bien lo corrobora que lo criticado de la izquierda, extensible a la bandera rojigualda, no sea el uso de un supuesto patrimonio privativo, sino precisamente que no se comparte el uso.

Como anexo 2 adjuntamos el artículo Los golfos de América en el que Lola Pons tercia con seny y una dosis de humor, también desde El País, en el choque entre Donald Trump y Claudia Sheinbaum por algunas denominaciones toponímicas.

Nuestra última recomendación de hoy, antes de pasar al lenguaje del humor, es el Rinconte Pequeños detalles de la vida de Santa Teresa de Ángela Segovia

Ramón aporta una bien hallada dilogía en su viñeta del lunes sobre la fea maniobra de ocultación de sus mensajes realizada por el Fiscal general García Ortiz. La fachosfera que llevábamos bastante tiempo sin ver en una viñeta volvía el martes al humor de JM Esteban que hoy juega con el emergente verbo resignificar (que no está en el DLE). 

La tira y afloja de Javier Cuervo y Pablo García planteó el martes las subidas de precios inmobiliarias aplicadas en un neológico shitfriday evocativo del blackfriday y el jueves aportó una destructiva colisión que hemos llevado a nuestra colección Juegos con globos de texto.

Dos nuevas piezas hemos añadido a nuestra colección de Espadas de Damocles. La smartfónica de Neto en La Voz de Galicia del  martes y la termométrica de Dominique Mutio del ayer

Vergara planteó el martes su crítica de la euforia económica gubernamental mediante una inversión de la popular expresión los árboles no dejan ver el bosque y Peridis se apoya hoy en ponerle el cascabel al gato  con unos ambiguos felinos que entendemos están en línea con los togados de la viñeta de  Ortifus del 15/6/24.

Aprovechamos para recordar otros dibujos basados en ese modismo: Napi (diciembre 2023),  Pinto & Chinto (noviembre 2022) y Tomás Serrano (mayo 2022) con una formulación a la inversa.

El famoso "que lo pidan" ha hecho doblete esta semana en las viñetas de García Morán y también está presente en la de Puebla de hoy. [1]


Concluimos esta la lingüística reseña de una semana nuevamente muy poco literaria en términos humorísticos, con la libresca versión de La bella durmiente que hoy publica Tom Gauld en The Guardian





[1] La primera referencia humorística a la frase de Pedro Sánchez que ciertamente ha sido descontextualizada pero no por ello deja de reflejar muy bien la pasividad mostrada por el gobierno central en la gestión del desastre de Valencia, la tenemos registrada en el juego de distracción de la viñeta de Peridis del pasado 3 de noviembre. Ya con el descalificador sentido que le dio la oposición la tenemos etiquetada en las viñetas de JM Esteban del 7/11 y de JM Nieto del 11/11.






Anexo 1

Feliz Navidad o felices fiestas
Álex Grijelmo (El País, 8/1/25)

Las derechas y el fascismo ya se quedaron con la palabra “patria”. Ahora vienen a llevarse la palabra “Navidad”


Donald Trump aseguró en diciembre de 2017 que gracias a él los estadounidenses volvían a desear “feliz Navidad”, en vez de “felices fiestas”. Se presentaba a sí mismo como gran impulsor de esa victoria frente a los ataques que sufría la fórmula tradicional; pero tanto Barack Obama como George W. Bush la habían usado también, detalle que omitían quienes jalearon esa fanfarronada de su mentiroso líder.

En 2021, la comisaria de Igualdad de la UE, la socialista Helena Dalli, descalificó un borrador de su departamento que proponía decir “felices fiestas” —y no “feliz Navidad”— con el desnortado propósito de no ofender a otras religiones. A ver qué haríamos entonces con los Reyes Magos, o con la Pascua de Resurrección; o, ya puestos, con el Ramadán. Habría que cambiarlo todo de nombre.

Aquella propuesta se quedó en nada, y sin embargo cada diciembre se reactiva esta polémica navideña en cuentas parodia y otras fuentes anónimas de las redes para presentar a las izquierdas como una panda de ateos que pretenden abolir la religión. Ahora se han sumado al enredo, y a pecho descubierto, tanto Vox como el PP, que en el Parlamento, en X o donde les quedase a mano han reprochado a Pedro Sánchez que hubiera evitado la opción “feliz Navidad” en sus últimos mensajes oficiales.

El presidente del Gobierno sí pronunció el 24 de diciembre de 2019 “felices Navidades” y “feliz Navidad” cuando se dirigía a las tropas españolas en el exterior; pero también es cierto que en los últimos años ha elegido “felices fiestas”.

Si esto último se debiese a una decisión deliberada que corrige los usos previos, me permito disentir porque, en mi opinión, ayudaría a que la derecha se apropiara de ciertos vocablos, lo que provocaría a su vez que mucha gente terminase por creer de derechas algo tan tradicional como decir “feliz Navidad”. Las derechas y el fascismo ya nos arrebataron así la palabra “patria”, y la palabra “España”: esas son mis palabras, estas son las tuyas. Ahora vienen a llevarse la palabra “Navidad”.

En otro intento de lenguaje identitario, Pablo Iglesias (Podemos) extendió en su día la opción “el jefe del Estado” para referirse a Felipe VI, al que no llamaba “rey”. Pero se puede hablar del Rey y estar en contra de la Monarquía, igual que desear feliz Navidad y ser ateo, o defender el feminismo sin duplicar sustantivos y adjetivos a cada rato.

En la Alemania nazi se llegó a proscribir el término “hercio” (hertz), la unidad de medida de la frecuencia del sonido, porque rendía homenaje a su investigador, el judío Heinrich Rudolf Hertz. Y también estaban mal vistos los nombres propios judíos del Antiguo Testamento, como Sara o Samuel. Obviamente, eso no es equiparable con lo que nos pasa ahora, pero conviene recordarlo.

La tradición española, cada vez más comercial, conserva muchas costumbres religiosas, como los villancicos. Es probable que en un funeral católico todos los asistentes sean ateos, incluido el muerto. Nos bautizamos con nombres de vírgenes y santos, y nos entierran tras un responso. Numerosísimos contrayentes van a misa sólo el día de la boda, pero todos estamos orgullosos de nuestras catedrales. Y no me veo refiriéndome a la de Burgos como “ese edificio del que usted me habla”.

Aunque evité escribirlo aquí en su día para no caer en el lugar común, yo también les he deseado a ustedes mentalmente una feliz Navidad. Nadie debe arrebatarnos esa cálida palabra, connotada siempre por la frágil ilusión que la acompaña desde que éramos niños.




Anexo 2

 Los golfos de América

Trump y Sheinbaum chocan por las denominaciones toponímicas de sus territorios con cartas marcadas


No sé qué me inspira más tedio, si lo del presidente de Estados Unidos o lo de la presidenta de México. Trump compareció ante los medios esta semana, apoyó firmemente las manos en el atril como si este fuera a salir volando, dobló la cabeza, enarcó las cejas y, con ceño fruncido, avisó de las nuevas posibilidades de control territorial de Estados Unidos bajo su mandato: toma del canal de Panamá, adquisición de Groenlandia e inclusión de Canadá como nuevo Estado. Con el mismo tono y actitud, sin dejar de presionar el atril ni de mirar con ojos entornados hacia algún punto del auditorio, propuso también la modificación del nombre Golfo de México, que, según él, habría de llamarse en lo futuro Golfo de América.

Días más tarde, de pie ante la proyección del fragmento de un mapa de inicios del siglo XVII, micrófono en mano, en una posición similar a la del meteorólogo que nos da el parte, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, recordó a un conjunto de periodistas convocados que la cuenca oceánica que recorre los litorales de México, Cuba y Estados Unidos ha sido históricamente nombrada como Golfo de México. Añadió, además, que en ese mapa que mostraba, la parte oeste de los actuales Estados Unidos era denominada “América Mexicana”. Así que sonrió, y con la palma de la mano abierta señalando el mapamundi, dijo condescendiente refiriéndose a Estados Unidos: “¿Por qué no le llamamos América Mexicana? Se oye bonito, ¿verdad que sí?”. El vídeo, emitido en algún informativo español, deja oír ciertos rumores de risas de fondo.

Es previsible que a los filólogos, que estudiamos la toponimia en su decurso histórico con sus étimos y sus cambios, nos conciernan estas noticias sobre ocurrencias onomásticas. A veces nos piden que intervengamos en el debate público para explicar la profundidad histórica de un término o el procedimiento internacional que acuerda y reconoce los nombres geográficos. Pero, dicho más con tedio que indignación, cuando las cartas están marcadas, la jugada no va más, y no me apetece tocar los naipes. Porque hay algo por debajo de todo esto. Y en estos momentos es ese estrato lo que veo bajo la anécdota onomástica.

Por un lado, veo la novedad de que Trump se meta por primera vez en la batalla de los nombres, ya que hasta el momento parecía ajeno a estos asuntos: adverso refutador de lo woke, ha sido irónico sobre las propuestas que se han hecho desde sectores demócratas de su país en torno a reconsideraciones sociales, a veces explicitadas en cambios de designación de sectores minoritarios. Sus tácticas de ataque lingüístico han pasado en general por desconsiderar los nombres nuevos que se dan a las cosas y motejar despectivamente a personas, principios y hechos adversos a él. La idea de abrir debates onomásticos, por ejemplo sobre la geografía, ha sido más querida en la política mexicana. De hecho, López Obrador, predecesor de Sheinbaum, propuso hace un par de años que se dejase de llamar Mar de Cortés a las aguas del Golfo de California (curiosa la obsesión por los golfos de ambas naciones...). El populismo onomástico de Trump, que antes iba por otro camino, converge con el del anterior presidente de México. Y ambos populismos crecen.

Por otro lado, cuando la presidenta entra a contestar a Trump, abre su propio mapa de contradicciones al escoger la antigüedad de su país a la carta. Quien se empeña en que el rey Felipe VI pida hoy perdón por la conquista reclama la pertinencia de un mapa del XVII para hablarle a Trump de la ascendencia mexicana de la costa oeste del continente y de la importancia histórica de México en su época española. Pero los planisferios antiguos hay que exhibirlos con cuidado: ese mismo mapa que se enseñó en la comparecencia llama Magallánica a la Antártida y Nova Francia a la costa este de Estados Unidos, crea una América Peruana, paralela en el sur a la mexicana, y, en su ángulo inferior, representa a ambas con escenas de canibalismo. Es lo que pasa con los mapas antiguos, que son geográficos, etnográficos e ideológicos, y no encajan del todo en nuestros tiempos, por más que nos convenga uno de sus cuadrantes.

Y sí, a Trump se le puede explicar la historicidad del término Golfo de México con mapas o con textos, igual que sería fácil desde España terciar en la polémica y hacerla crecer en populismo pseudohistórico, porque hay mapas del siglo XVI donde el golfo de México es llamado Golfo de la Nueva España. Y claro que podríamos entrar en el juego de las gracias lingüísticas y proponer que se llamase a ese golfo Golfo de Trump, haciendo el juego de palabras con esas construcciones preciosas que las lenguas romances heredaron del genitivo latino y que nos hacen decir “demonios de hombres” o “porquería de sueldo”. Pero por mucho que me gusten la toponimia o los mapas, no voy a hiperventilar ante esta polémica. Veo el capote filológico, sí, y aunque se me van los ojos, paro los pies y no entro al trapo. Siento que el dedo apunta hacia el lugar interesado al que quieren que embistamos, y distrae del mapa de problemas que deberíamos atender. Mal harían mexicanos y estadounidenses si, con la que está cayendo, estiman en algo este absurdo debate.



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