sábado, 6 de enero de 2024

Lenguaje de la semana 1/2024

 

Disminuidos o discapacitados: el efecto dominó de lo políticamente correcto tituló Álex Grijelmo su artículo del pasado día 29 que omitimos en la última sabatina de 2023. Un oportuno recordatorio, al hilo de la reforma constitucional que tanto están demorando los intentos de aprovechar para mezclar otros intereses, de la teoría del dominó formulada por el lingüista norteamericano  Dwight Bolinger en el libro 'Languague: The Loaded Weapon'  (Lenguaje: el arma cargada; Longman, 1980) que ya le hemos visto exponer en artículos previos como La palabra "puta" fue un eufemismo: las palabras que sustituyen a otras que nos suenan mal tienen una vida limitada porque acaban por ser sustituidas, a su vez, tras absorber la fuerza peyorativa de la anterior. Adjuntamos como anexo el completo artículo al igual que La punta de la lengua del pasado domingo titulada Por qué “amenaza climática” incita más a actuar que “crisis climática”.

Una vez que el Centro Virtual Cervantes sigue de vacaciones, pasamos sin más preámbulo al lenguaje del humor con la improbable predicción de JM Esteban del martes sobre la tridecasílaba  "quénecesidadhabíadetodoesto". El dibujante de La Razón plantea hoy que la hiperventilada denuncia del Psoe sobre la piñata, con una demenciada presentación del partido «colectivo especialmente vulnerable», bien merecería trascender el impostado uso de la palabra magnicidio con "egocidio planetario"


Puebla llevó la reduflación a su viñeta de ayer en la que tan solo es la segunda pieza que etiquetamos con ese concepto. La primera fue la tira de Davila en el Faro de Vigo del 11/4/22 que no llegó a tiempo de ilustrar el comentario sobre ese inflacionista neologismo incluido en La lengua en la semana 11/2022.


JM Nieto también publicaba ayerun dibujo de interés lingüístico basado en un paronímico juego entre ceutíes y hutíes, la milicia que opera desde Yemen, oficialmente denominada Ansarolá (también escrito Ansar Alá, que quiere decir "partidarios de Dios"), cuya denominación más habitual procede del árabe al-hūṯiyyūn derivado del nombre de su fundador, el jeque Hussein Badreddin al-Houthi (1960-2004). Sigue la adaptación de Álvaro del emblemático sorteo de lotería que se celebra cada seis de enero..


Retrocedemos al martes para dar cuenta de la jeltzale versión de Antón del popular refrán A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga

Idígoras y Pachi aportaban al día siguiente su primera viñeta a nuestra colección  Comulgar con ruedas de molino, pero mucho nos tememos que son millones de ciudadanos quienes realmente padecen esa pesada indigestión.

La viñeta de ayer de El Roto invita a reparar, desde su oportuna observación herpetológica, en la afición que tiene la clase política a utilizar la expresión "dejarse a piel". Enlazamos otra viñeta del colaborador de El País basada en ese epidérmico proceso. 

El llamamiento de fin de año de Fernando Clavijo a sus administrados a unirse “como una piña” en defensa de Canarias inspiró a Padylla la primera viñeta musical que registramos en 2024. La oportuna canción elegida es «Tico-Tico no Fubá», más conocida como «Tico Tico», compuesta en 1917 por Zequinha de Abreu (1880 – 1935) cuyo protagonista es el pájaro conocido en español como chingolo o chincol que se come la harina de maíz (fubá):

O tico-tico tá, tá outra vez aqui
O tico-tico tá comendo o meu fubá


El tico-tico está otra vez aquí
El tico-tico se está comiendo mi harina de maíz



Concluimos con la librera viñeta que hoy publica Tom Gauld en The Guardian y no sin cierta frustración por no haber conseguido estrenar todavía la sección literaria en el neonato 2024.





 Anexo

Disminuidos o discapacitados: el efecto dominó de lo políticamente correcto
por Álex Grijelmo

Ante la reforma del artículo 49 de la Constitución, un aviso: toda palabra delicada que sustituye a otra que se desprecia como ofensiva acaba volviéndose ofensiva a su vez, transcurridos unos años


El lingüista norteamericano Dwight Bolinger formuló en 1980 la teoría del efecto dominó que se produce con los eufemismos y con lo que ahora llamamos “lenguaje políticamente correcto” (Language: The Loaded Weapon —Lenguaje: el arma cargada―. Longman, Nueva York, página 74).

Su tesis la pueden verificar quienes lleven ya unos decenios sobre la Tierra: toda palabra delicada que sustituye a otra que se desprecia como ofensiva acaba volviéndose ofensiva a su vez, transcurridos unos años. Muchos se sorprenderán al saber que “puta” se alejó hace siglos de su significado de “muchacha” para sustituir cuidadosamente a “mujer pública”, como cuenta el especialista en eufemismos Miguel Casas Gómez en su libro La interdicción lingüística (Universidad de Cádiz, 1986, páginas 65 y 222). “Puta” fue un eufemismo; y también los términos “subnormal” o “disminuido” se aportaron en su momento como políticamente correctos. Pero todos ellos caducan porque se acaban impregnando de la realidad que pretenden ocultar y que finalmente nombran.

“Ajustes” fue un sustitutivo que ya no surte ningún efecto ocultador, y por eso los poderes políticos y económicos empezaron a decir “recortes”, que tampoco engaña hoy a nadie. En la siguiente crisis aparecerá algún término más manipulador… por un tiempo.

“Viejo” fue una expresión de respeto que se convirtió en peyorativa, y se sustituyó por el vocablo “anciano”, que tiempo después también dejó de gustar. Se inventó la brillante opción “personas de la tercera edad”, que igualmente se volvió inadecuada. Ahora decimos “personas mayores” o “nuestros mayores”.

Los “países pobres” dejaron de serlo para denominarse con el tecnicismo “países subdesarrollados”, hasta que la expresión se vio ofensiva. Llegó así “países del Tercer Mundo” o “tercermundistas”. Pero esos eufemismos terminaron nombrando asimismo lo que pretendían ocultar. Surgió, pues, la locución “países en vías de desarrollo”, que dejó de gustarnos pasado un tiempo. Ahora hablamos de “países emergentes”.

El término “subnormal”, que hoy tan mal nos suena, fue empleado en los años sesenta para desplazar a “mongólico”. Las propias entidades creadas en defensa de estas personas se llamaban “Asociación de Familiares de Niños y Adultos Subnormales” (Afanias) o “Asociación de Padres de Niños y Adultos Subnormales (Aspanias). El socialista Víctor Manuel Arbeloa, más tarde presidente del Parlamento navarro, titulaba un poemario Nanas a un niño subnormal, en 1973; y el cantante Víctor Manuel compuso ese mismo año Nana para dormir a un subnormal, sin que nadie protestara: ambos usaron la palabra más adecuada entonces, la que ya no hería a nadie. (Precisamente, Víctor Manuel compondría años más tarde su maravillosa canción Sólo pienso en ti, dedicada a la relación entre un chico y una chica con discapacidad mental y que tanto hizo por poner en primer plano esta realidad). Llegó más tarde el vocablo “deficientes mentales”; y luego, “retrasados”; y después, “insuficientes mentales”; y, cuando se elaboraba la Constitución, “disminuidos”. Y más tarde, “personas con síndrome de Down” o “un Down”.

Lo mismo sucedió con la serie “lisiados” – “tullidos” – “inválidos” – “minusválidos” – “disminuidos”.

Ahora proponen un nuevo texto para el artículo 49 de la Constitución a fin de retirar esa última palabra. Hace muy poquito tiempo se defendía “discapacitados”; pero ya se prefiere “personas con discapacidad”, con gran acuerdo general. Sin embargo, empiezan a surgir las opciones “personas con capacidades diferentes” o “con diversidad funcional”. De hecho, algunos organismos oficiales han adoptado esta alternativa, como el Área de Atención a la Diversidad Funcional de la Universidad Autónoma de Madrid (antes “Atención a la Discapacidad”), la Universidad Pablo de Olavide o la Universidad de Almería, entre otras; así como el Gobierno foral de Navarra, que dispone de una página de atención “a personas con diversidad funcional”.

Reformar la Constitución para evitar cualquier daño a quienes merecen toda nuestra atención y empatía es una iniciativa loable. Ahora bien, queda fuera de lugar tachar de “injusta” o “maldita” la palabra todavía vigente en ese texto, o condenar a quienes usaron esa y otras fórmulas en cada momento de la historia. Quizás dentro de unos años alguien aplique el mismo juicio a lo que hoy se está aprobando.




Por qué “amenaza climática” incita más a actuar que “crisis climática” 
por Álex Grijelmo

Calentamiento, cambio, emergencia... Se han sucedido las opciones para nombrar el gran problema que afronta la humanidad. He aquí una nueva propuesta


Los problemas del clima fueron denunciados hace unos años como un “calentamiento global”. Pero esa palabra no asustaba demasiado. Desde luego, los expertos saben que el hecho de que suba la temperatura media en la Tierra, aunque sea apenas un grado, causa desastres tremendos. Por ejemplo, la inusitada supervivencia del escarabajo descortezador, que antes moría en invierno y ahora prolonga su vida, de modo que le da tiempo a convertir en postes cientos de miles de árboles de Estados Unidos y Canadá. Pero imagino que muchos habitantes del frío pueden recibir incluso con alegría eso del calentamiento: bueno, dirán, no está mal que nos venga un poquito de calor, que aquí el invierno es muy duro. Así que esa palabra, como herramienta de comunicación masiva, podía encontrar dificultades.

Se pasó entonces a usar la locución “cambio climático”. Cualquier especialista es consciente de que los climas no cambian, pues por eso son climas: un conjunto de condiciones y variaciones atmosféricas que se suceden de forma estable, año tras año, con sus temporadas de lluvias o de nieves o de sol, o sus permanentes fríos, o sus calores tórridos. Hablamos así de un clima mediterráneo, tropical, atlántico, polar… Porque, ojo, no se debe confundir, en contra de lo que hacen algunos periodistas, el clima con el tiempo. Una cosa son las condiciones meteorológicas de un momento concreto (el tiempo de cada día) y otra las climatológicas (las variaciones que se dan con regularidad en un periodo amplio). El hecho de que vivamos un cambio del clima constituye, por tanto, una enorme novedad. Ahora bien, la palabra “cambio” no transmite por sí misma nada negativo. También hay cambios favorables.

En ese contexto progresó la locución “crisis climática”, que ya transmitía por fin un sustantivo que denota un problema. Sin embargo, todas las crisis terminan pasando. En aquella época no dejábamos de hablar de la crisis económica, lo cual ayudaba a percibir el sentido peyorativo de la palabra, sí, pero también la connotaba con la idea de una futura recuperación, proceso en el que además el común de las gentes no teníamos capacidad alguna para intervenir. Uno se adapta a una crisis financiera, la sufre, pero poco puede hacer individualmente contra ella, a diferencia de lo que ocurre con el calentamiento global.

Surgió entonces la propuesta “emergencia climática”, lo cual agravaba el mensaje sobre lo que se nos venía encima, porque la emergencia consiste en una “situación de peligro o desastre que requiere una acción inmediata”. Sin embargo, el camino por el que ha transitado esa palabra la impregnó de un envoltorio adicional que nos sugiere la idea de que, una vez aplicada esa atención, el riesgo acaba pasando. Y si no pasa, nos afectará gravemente; pero en cualquier caso esto sucederá pronto y luego se irá también. Hasta ahora no habíamos tenido noticia de emergencias a largo plazo, sino que se relacionaban con riesgos inminentes, perceptibles incluso por los sentidos.

Con todo eso, sugiero ya otra denominación por si les parece a ustedes más adecuada: “Amenaza climática”. La idea de la amenaza activa el instinto y adquiere eficacia en el momento en que se formula, porque incita a actuar cuanto antes frente a un peligro que en este caso ya se aprecia y cuyos efectos se agravarán sin no le oponemos hoy una reacción pertinente y proporcionada.

Todas las batallas se libran también con palabras, y necesitamos las más certeras para transmitir esa realidad y afrontarla con mayor conciencia en 2024.


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