sábado, 13 de enero de 2024

Lenguaje de la semana 2/2024


Falsas esdrújulas para quedar mejor se titula La punta de la lengua de Álex Grijelmo del pasado domingo. Un artículo que, como es habitual desde que esa sección está protegida por la barrera de pago de El País, adjuntamos íntegramente como Anexo 1. Interesante reflexión, con final aplicación a una intervención de Pedro Sánchez, sobre el tic del lenguaje político consistente en dar, con prestigiador ánimo, acentuación proparoxítona a palabras que no forman parte del selecto 3% esdrújulo de nuestro léxico.

En el propio diario El País hemos encontrado una nueva blanqueadora entrega de la corrupción moral que está poniendo de manifiesto el servil pesebrismo de gran parte del mundo de la letras. Nos referimos a la normalización del trabajo de negro -a que tan destacadamente ha ejercido Irene Lozano en versión que cabría denominar mulata en racial adaptación al hecho de su nombre sí que aparece, en calidad de colaboradora, en el interior de los libros que Pedro Sánchez vende presentándose como autor en la tapa.

Adjuntamos cono Anexo 2 la entrevista titulada Mucha confianza y un año y medio de conversaciones: así escribió Irene Lozano los libros con Pedro Sánchez [ya será sobre] que esta premiada con suculentos cargos públicos, el descaro es total, finaliza con la cándida confesión “Creo que a él le gustaría escribir. Tengo esa impresión”. Eso cuando lleva firmados dos libros, además de una muy difícilmente accesible tesis doctoral.

El artículo Sánchez y Bolaños, doctores en agnotología de César Antonio Molina, ministro de Cultura con Zapatero, nos ha descubierto la palabra acuñada por el profesor de Stanford Robert Proctor para denominar la perversa inducción de la ignorancia. Oportunidades se presentan de utilizarla con indeseable frecuencia.

Lola Pons Rodríguez publica hoy, también en El PaísHay un tabú en la Constitución, que es nuestro Anexo 3 de hoy. Un artículo con cita del de Grijelmo que adjuntamos la semana pasada en el que la lingüista sevillana prologa su positiva valoración de la constitucional sustitución de “disminuido” por “personas con discapacidad” con una interesante excurso sobre las comadrejas.

Pero mucho nos tememos tanto árbol sobre la denominación de la discapacidad está impidiendo ver el bosque del completo nuevo texto que se pretende incorporar a la Constitución. Y de eso se ocupa Eugenio Nasarre, conocedor en primera persona como padre de un paralítico cerebral fallecido a los 23 años, en La reforma del artículo 49 de la Constitución: no es eso. Interesante consideraciones sobre la propuesta que, después de tanta impostación de sensibilidades, no hace sino considerar especialmente disminuidas a las mujeres con discapacidad. Manda güe...

Vamos con la palabra de la semana. Después de publicar el apunte "Pellets" hemos visto que la Real Academia Española recomienda la adaptación pélet de la voz inglesa que utilizamos como título en un comunicado en el que también apunta que "Granza es una posible equivalencia". Poco entusiasta coda, quizá porque ninguna de las actuales acepciones de esa palabra trata la habitual presentación de la materia prima para la fabricación de plásticos. Más sobre la granza.

En el terreno del humor cabe apuntar que Asier y Javier acuñan hoy mismo el preelectoral verbo despelletjarse. Antes que eso, tanto Davila como Kiko da Silva optaron en sus respectivas viñetas del domingo y miércoles por la poco distintiva denominación de bolas que da pie a unas dilogías. Y lo cierto es que pellet procede del inglés medio pelote, derivado del latín pilota, diminutivo de pila (bola), cuya otra forma diminutiva pilŭla es el étimo de píldora. Sin embargo, procede señalar que el inglés moderno aplica a los pélets de plástico la denominación específica  de nurdles.

Aprovechamos para informar a los dibujantes gallegos que la Real Academia Galega ha establecido que es el término válido para referirse a las bolas de plástico en la lengua a su cargo es granulado. Lo que no sabemos es de donde sacan que pélet, que no está en su  diccionario, se aplica solo a los combustibles.

JJ Aós aporta un equívoco adicional desde su tira del jueves sobre la árabe disputa de la Supercopa española. Sigue la eponímica evocación aplicada a la montería en la tira de Pablo García de ayer.

La referencia de la viñeta del jueves de Johan De Moor en el diario belga Le Soir, adviértase su hispanizada firma como Joanito, a la organización narcoterrorista​ ecuatoriana Los Choneros, que se dio ese nombre por ser originaria del cantón Chone de la provincia de Manabí, nos suscita una reflexión sobre el secuetro de gentilicios. Y es que ese criminal uso ha propiciado que las personas que provienen de esa lugar hayan pasado a preferir llamarse chonenses.

Gallego y Rey apoyaban su tira del martes en El Mundo en la paremia "Al que no quiere caldo, dos tazas" que vemos en el Refranero Multilingüe del CVC que en gallego es "A quen non quere o caldo, taza e media", igual medida que la aplicada en la versión alemana.


No ha faltado una referencia a los famosos "hilillos de plastilina" que ayer eran  incorporados por JM Esteban a su 
constitucional ironía.

La expresión peix al cove (pez al cesto) que Jordi Pujol utilizaba para describir su método de "trueque" de apoyo al partido que gobernase en Madrid a cambio de concesiones volvía ayer a la tira de Ferreres que aprovechaba para meter una buena pulla a Esquerra. En la nota al pie de La semana en viñetas 2/2019 con un poco de historia del peix al cove  encontrarán antecedentes gráficos de la presencia humorística de la expresión que, en propiedad, se aplica a lo que es fácil de conseguir. Un equivalente a "es pan comido" o "está hecho". Y la que está pidiendo viñeta es la tragedia lingüística, que encontrarán comentada en Dolça Catalunya, que El Periódico titula La presión del grupo acorrala el uso del catalán entre los jóvenes.

En el frente contrario, Sansón daba la vuelta al tradicional tragar sapos para convertir directamente a la Constitución en un batracio tras el "tratamiento" con embudo. Sigue la visión de Asier y Javier de la anunciada ofensiva judicial del PP, una tira que vemos desafortunada en grado se les fue la pinza  y estimula la errónea creencia de que parlamento español es soberano. Añadida ha quedado en todo caso, en aras del rigor documental, a la colección de 'Tejerazos' humorísticos.


En el apartado musical hoy tenemos en la viñeta de JM Nieto los dos primeros versos del himno de la Policía Nacional, titulado  Tesón de hierro, cuya letra es de Juan Manuel Conde Pérez y la música de David Ricardo Antolín Gil, ganadores de sendos concursos convocados en 2016 por la Fundación Policía Española.  Oportuno reconocimiento en el día en que el cuerpo policial celebra el segundo centenario de su fundación como Superintendencia General de Policía por real decreto del 13 de enero de 1824 promulgado por el rey Fernando VII.


Este himno fue establecido por la Resolución de la Dirección General de la Policía de 27 de octubre de 2016 que procedía a renovar el himno precedente creado en 1948 para el cuerpo de Policía Armada,  renombrada en 1978 como Cuerpo de Policía Nacional, que estuvo vigente hasta la fusión en 1986 con el Cuerpo Superior en 1986 que dio origen al actual Cuerpo Nacional de Policía. Enlazamos un artículo con detallada información sobre aquel himno que comenzaba En vigilia tenaz y animosa / doy mi fuerza, mi vida y mi afán... (e incluía por tres veces un con armas de guerra velando la paz! que parece que fue determinante en su abandono).

Ha tardado en llegar al humor español la primera pieza de inspiración literaria del año, que ha sido la de Tomás Serrano de ayer que convierte a Pedro Sánchez en un desairado genio de la lámpara de Aladino.

Y tremenda resulta la primera Caperucita del año, que es la del francés Thibaut Soulcié que se lleva por delante al lobo a bordo de un furgón de transporte de fondos (¡Tomo la ronda y no tardo, abuela!) en la viñeta sobre la subida de precio de la tradicional galette des rois (torta de los reyes) equivalente a nuestro roscón (pero sin agujero).




PS - Tom Gauld propone hoy en The Guardian algunas adaptaciones para seniors de cuatro populares novelas.


Con un día de retraso ha llegado para ilustrar el comentario sobre la alternativa "granza" la dominical viñeta de Santy Gutiérrez.



Anexo 1

Falsas esdrújulas para quedar mejor 
por Álex Grijelmo (El País, 7/1/24)

A cada rato oímos alteraciones como “la cónstitucionalidad”, “la réstitución de derechos” o “la sólidaridad”


El 80% de las palabras del español son llanas (carga tónica en la penúltima sílaba): “casa”, “mesa”, “árbol”. El 17% acentúan la última, y las llamamos “agudas”: “casé”, “mesón”, “farol”. Y, por tanto, queda un magro 3% para las esdrújulas y sobresdrújulas: “perímetro”, “última”, “espíritu” (tomo los datos de Jorge Guitart. Sonido y sentido. 2004. Página 179).

Ayudó en esa escasa presencia que muchas esdrújulas del latín se convirtieran en llanas al asentarse en castellano: auricula (oreja), periculum (peligro), saeculum (siglo). Los vocablos que han resistido con esa acentuación o se instalaron en ella suelen representar cultismos latinos o griegos (“vulcanólogo”, “homínido”, “pirómano”, “déficit”, “trigémino”, “tópico”).

Como lo más escaso suele coincidir con lo más preciado, los términos con acentuación en la antepenúltima o preantepenúltima sílaba ofrecen un gran valor oratorio, intensificado además por el hecho de que muchos de ellos corresponden a un lenguaje erudito o al menos bien cultivado. Así pues, las esdrújulas son muy escasas y habitualmente bellas.

Las pocas que aparecen en nuestras conversaciones cotidianas no forman parte de lo que se entiende por un léxico culto, sino que se trata de vocablos comunes alargados con plurales (“exámenes”, “jóvenes”), con sufijos (“muchísimo”) o que se forman con verbos que llevan pronombres enclíticos (o sea, adosados): “dígaselo”, “acercándole”.

En cualquier caso, las esdrújulas muestran un cierto encanto: incluso las más comunes requieren algún dominio morfológico; y muchas de las más cultas nos llegaron del latín o del griego, o de otras lenguas, revestidas de fama y notoriedad; y hacen ver subliminalmente un conocimiento superior del léxico. Quizás se pueda evaluar la elegancia de un orador contando las esdrújulas que utiliza (siempre que no se pase).

Algunos de nuestros dirigentes han debido de intuir que los vocablos esdrújulos transmiten prestigio. Eso explicaría su insistencia en hacer pasar por tales tantas palabras extrañamente acentuadas, sin razones enfáticas. Se trata de un fenómeno del lenguaje político, que no percibo en otros ámbitos y que se mantiene desde hace algunos decenios pese a los cambios generacionales y la aparición de nuevos partidos. A cada rato oímos esdrujulizaciones como “la cónstitucionalidad”, “la réstitución de los derechos” o “la sólidaridad interregional”.

El pasado 27 de diciembre contabilicé 13 falsas esdrújulas sólo en los 10 primeros minutos de la exposición del presidente Sánchez ante la prensa. Son éstas:

“España decidió continuar con esa senda de réformas y de avances” (minuto 1.11 de la intervención). “Y dijo sí a la cóntinuidad de una agenda progresista” (1.47). “En medio de esta íncertidumbre que sigue presente” (4.51). “Las medidas adoptadas para mítigar el impacto” (5.45). “Vinculadas con la déscarbonizacion”. (7.40). “La eliminación de las cómisiones o compensaciones bancarias por la ámortizacion anticipada de crédito…” (8.49). “Medidas de apoyo a la cómpetitividad” (9.07). “Y también la fléxibilidad en el cambio” (9.20). “La grátuidad para los usuarios y usuarias” (9.25). “La éliminacion de las comisiones bancarias (…) para las personas con algún tipo de díscapacidad” (10.27). “A pesar de la íncertidumbre que estamos viviendo” (11.30).

Los políticos tal vez buscan con esto un tono de prestigio, pero con ese intento viaja también el riesgo de construir un discurso alejado del habla del pueblo, extraño a los oídos de la gente y con apariencia de mensaje hueco y ampuloso.



Anexo 2

Mucha confianza y un año y medio de conversaciones: así escribió Irene Lozano los libros con Pedro Sánchez

La ensayista y exsecretaria de Estado explica cómo colaboró con el presidente para publicar sus dos crónicas en primera persona, ‘Manual de resistencia’ y ‘Tierra firme’


Si estás escribiendo el libro de un presidente, sabes que toda sorpresa es posible y eso es lo que ha vivido Irene Lozano, ensayista, política, actual directora de Casa Árabe y colaboradora de Pedro Sánchez en la redacción de sus dos libros, Manual de resistencia y el más reciente, Tierra firme (ambos en Península). El primero iba a retratar una caída y acabó en resurrección. Y el segundo estuvo a punto de sufrir lo contrario.

Ambos ―Pedro Sánchez e Irene Lozano― llevaban más de un año trabajando en esta biografía política cuando las elecciones municipales y autonómicas del 28-M hicieron tambalear el contenido y el libro se frenó. “Escribir un libro sobre Sánchez es sobre todo emocionante”, asegura Lozano en su domicilio en Madrid. “Nunca sabes lo que va a pasar. Empiezas escribiendo el libro de un presidente y, cuando ya está casi terminado, de repente hay momentos en que parece que no lo va a ser cuando se publique”, confiesa. “Con Manual de resistencia pasó al revés, lo empezamos cuando le acababan de defenestrar del partido, iba a ser el libro de un secretario general al que acaban de echar, y acabó siendo el libro de un presidente”.

La escritora recibe a EL PAÍS en su casa, donde muestra las carpetas de material que ha acumulado durante un año y medio de trabajo a partir de las entrevistas que ha mantenido con el presidente, sus discursos y otros archivos que nutren Tierra firme. Licenciada en Lingüística y diplomada en Filosofía, trabajó una década como periodista en El Mundo. Exdiputada de UPyD, después del PSOE y exsecretaria de Estado, es autora de ensayos como Son molinos, no gigantes (Península), en el que alertaba en 2020 sobre el peligro que suponen las redes sociales para la democracia; Lenguas en guerra, que le valió el Premio Espasa de Ensayo de 2005, o la biografía No, mi general (Plaza y Janés), sobre Zaida Cantera, militar y política española que fue icono de la lucha por los derechos de la mujer al denunciar el acoso de un superior en el Ejército.

―¿Le molesta que la llamen “la negra de Sánchez”?

―Sí. Me parece una expresión feísima porque da la idea de que escribir es una esclavitud y no una profesión. Este es un debate muy superado en otros países. Eliges a un profesional para que haga un trabajo profesional y que sea un buen periodista reputado le aporta valor al libro. En francés lo llaman “la plume”. Técnicamente, un “negro”, además, es quien no figura y por eso la expresión más correcta es “pluma”. Pero, claro, en España pasar de negra a pluma… me parece que no va a ocurrir [ríe].

Lozano (Madrid, 52 años) no es la “negra” o “ghost writer” (escritora fantasma, como se denomina en inglés a esta figura) de los libros de Sánchez, sino la abierta colaboradora de esta crónica en primera persona del presidente que abarca los últimos cuatro años de la política española, y así figura desde el inicio. “Escribir el libro de un presidente me parece una experiencia única, muy valiosa para una escritora y periodista”, asegura. “Creo que tengo un conocimiento muy profundo de su pensamiento, son muchas horas de conversación con él, de hablar en confianza sobre cuestiones que salen en la conversación y que luego se meten o no en el libro, y estar en el centro de una de las maquinarias de información más importantes del país es único. Ha sido un trabajo muy duro en algunos momentos, la cantidad de información que gestionas te desborda, aquí está”, dice señalando su lugar de trabajo.

Lozano podía tener un guion inicial que ambos definieron y que incluía la pandemia, Ucrania, el patriotismo europeo, la desigualdad, la transformación ecológica o la transición digital, pero nunca terminó de incorporar nuevos materiales que iban surgiendo por la propia andadura del mandato. Hasta que eligieron el punto final: el 23-J, las elecciones generales que él adelantó tras la derrota el 28-M y en las que, aunque quedó segundo, frenó lo que parecía una victoria segura de la derecha.

Hoy Lozano explica el making of de un libro cuyo proceso fue vivo y cambiante, como no podía ser de otra manera al tratarse de un presidente en activo. Los dos se conocieron en una tertulia en La noche en 24 horas (TVE), cuando ella era diputada de UPyD, pero la confianza surgió mucho después. “Cuando él me ofreció ir en las listas del PSOE en las elecciones de 2015, ni siquiera nos habíamos tomado un café. No éramos ni amigos ni nada remotamente parecido”, relata. Cuando UPyD se vino abajo y se reunieron por primera vez, Sánchez le trasladó que había admirado su comportamiento de lealtad con la líder de este partido. “Yo fui elegante con Rosa Díez, mucho más de lo que se merecía. Ahí fue cuando nos empezamos a tratar y se empezó a generar la relación de confianza, pero no éramos amigos”.

Tras una legislatura fallida, hubo elecciones en 2016, para las que Lozano ―relata― trasladó a Sánchez que no quería repetir. “La experiencia no había sido buena, había mucha guerra interna en el partido. Y cuando yo ya estaba fuera, le escribí un día y le propuse: ‘Se me ocurre un proyecto interesante: ¿me acerco a tomar un café y te cuento?”. Los dos quedaron, Lozano le propuso un libro con su experiencia, “a él le pareció buena idea y así fue cómo empezó”. ¿Cómo? “Yo te entrevisto y lo cuento”. ¿Y qué podemos contar? “Las peripecias de tu elección como secretario general y tu proyecto político”. “Me dijo que sí, y se podía haber quedado ahí, sin más, pero él cree que escribir es bueno”. El tema quedó aparcado mientras Sánchez estaba concentrado en los problemas del momento, pero, tras su caída como secretario general, lo retomaron. “Cuando lo echaron, me dijo: ‘Irene, vamos a volver a comentar el libro que me propusiste’. Él lo retomó”. El resultado fue Manual de resistencia.

Tierra firme ha tenido un camino diferente. Esta vez fue él quien lo propuso y su objetivo, señala, ha sido trasladar una “visión esperanzadora” ante los retos del país después de más de 40 años de una democracia de éxito. Para ello se reunieron en 12 entrevistas, que han durado en general una hora y media o dos, con excepciones como las tres horas que pudieron estar cuando él tuvo el último covid y tuvo que cancelar su agenda; o la que quedó en suspenso en medio del fragor de la guerra de Ucrania. También cientos de wasaps, correos electrónicos y audios que Lozano buscó para “incorporar vivencias y evitar que fuera solo un texto teórico y oficial”.

“Cuando yo veía que él estaba en Ucrania, en una cumbre o en alguna ocasión que pudiera aportar algo significativo, le pedía que me contara sus impresiones, cosas que después tal vez no iba a recordar. A veces me mandaba un audio, un wasap, o no me hacía caso, claro. Lógicamente, tenía cosas más importantes que atender”. Así es cómo relata vivencias como, por ejemplo, su conversación con una mujer ucrania en un paseo por Borodianka con la primera ministra danesa. “Esa mujer había visto que los rusos llevaban sus uniformes de gala en la mochila. Esos soldados creían que iban a llegar y desfilar”.

¿Lo más difícil del libro? Abordar cuestiones del partido sin herir susceptibilidades es una y muy importante, lo que llevó a medir con lupa todas las alusiones. En un momento dado, él le pidió quitar todos los nombres de ministros para que nadie se fijara en las ausencias, lo que vaciaba al libro de protagonistas y figuras clave como el ministro de Sanidad, Salvador Illa, en la pandemia, pero aquello se recondujo. También quiso referirse a Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero y así lo mantuvo. Introducir su lado personal fue la otra. “Él tiene que ser presidente 24 horas al día y hay cosas que han costado mucho, lógicamente él protege su intimidad”. El libro logra recoger momentos familiares, como la presencia e importancia de sus padres o el chat en el que comparte música con sus hijas, a las que mantiene siempre al margen de la esfera pública. “Todo eso se lo tuve que sacar con calzador”, asegura.

Encontrar el tono apropiado fue otro de los retos del libro, especialmente para abordar una pandemia que había causado tanto sufrimiento. “Él lo tenía muy claro, mucha gente había perdido a seres queridos y quería que fuera empático, hablamos bastante de eso. Arranqué por ahí y cuando escribí esas primeras 30 o 40 páginas de la pandemia, se las mandé para ver si le gustaba el tono, me dijo que sí y tiramos con todo el libro”.

El género de biografías de políticos escritas por profesionales conoce casos en que el protagonista ni siquiera lo ha leído. ¿Cuánto ha leído Sánchez? “Se lo ha leído todo y más de una vez. Durante la mayor parte del tiempo, el libro está entre él y yo. Sugería tal enfoque, quitar, poner… Fue un trabajo de ida y vuelta. También hay anécdotas personales que él ha escrito directamente y que me pasaba por correo. El título es suyo, Tierra firme, y llegó a él porque la idea principal del libro es que estamos en momentos de incertidumbre en todo el mundo, pero cuando se terminen de hacer las transiciones necesarias llegaremos a esa tierra firme. Es su visión a largo plazo y el destino político al que llegar”.

En el libro de un presidente, añade Lozano, “participan muchas personas”. El manuscrito pasó también por personas cercanas a Sánchez y fue sometido a un fact check exhaustivo por parte de la editorial. “El resultado es un libro impecable en términos de datos, todos contrastados con fuentes oficiales, organismos internacionales, Seguridad Social, Ministerio de Trabajo, etcétera”.

Pero el mayor reto, sin duda, fue el vaivén que se produjo con la derrota de mayo. “Cuando se adelantaron las elecciones, el libro quedó en suspenso porque, dependiendo del resultado, tenía que ser distinto”, asegura. Con el match point que supuso la cita electoral de julio, una pelota en la red que podía inclinarlo todo, la suerte habitual de Sánchez hizo el resto. Lozano añadió un prólogo minucioso que recoge sin duda el lado más personal del presidente; el humor que asegura es habitual en él y que desplegó ante la aparición del meme de Perro Sánchez. Y el libro terminó siendo, de nuevo, el de un ganador. “Creo que a él”, concluye Lozano, “le gustaría escribir. Tengo esa impresión”.



Anexo 3

Hay un tabú en la Constitución 
Lola Pons Rodríguez (El País, 13/1/24)

No sé qué le va a pasar al sintagma “persona con discapacidad” dentro de 45 años, pero lo que el presente nos muestra es que esta expresión se construye sobre una concepción no paternalista y no clínica de la discapacidad


Desde mi cómoda vida en una ciudad con supermercados, me parece bien que las comadrejas vivan en su hábitat y se desarrollen con normalidad. Pero esta no debió de ser la idea que nuestros antepasados albergaban sobre estos animales. Ellos las odiaban y temían. Atávicas supersticiones se construían en torno a las comadrejas. Los rusos pensaban que matar una comadreja daría lugar a que acudieran todas las de su entorno a escarmentar al asesino, así que si se cruzaban con una, la trataban cariñosamente. Los griegos aconsejaban que si en un día de fiesta, al salir por el campo, uno se cruzaba con una comadreja, debía quedarse quieto hasta que pasase otra persona...

Razones había para alimentar esta concepción negativa del animal: las comadrejas se comían las aves de corral. Son, además, animales muy voraces, que tienen la llamativa costumbre de beber la sangre de sus presas. Todo eso debió de ir sumando aversiones hacia este pequeño carnívoro, que terminó generando a nuestros antepasados tanto rechazo que estos no querían ni decir su nombre. Por eso, la palabra latina para comadreja, mustela, tiene pocos herederos en las lenguas hijas del latín, que empezaron a llamar al animalillo a través de rodeos o apelativos amables que evitaban su alusión directa y que trataban incluso de halagarlo, nombrándolo como si fuera una persona. La mustela empezó a ser denominada, por ejemplo, comadre y comadreja en castellano; en leonés y gallego las palabras que se usaron derivaban, entre otras, del latín domina (equivalente a señora): donocilladonicela. Por razones similares, a los zorros se los denominaba a veces Juan (en Aragón) o Pedro (en Galicia) y a las zorras se las llamaba en Andalucía incluso con nombre y apellido: María García.

Dentro de una concepción mágica de la lengua, los hablantes evitan una realidad incómoda eludiendo su mención expresa. Pero la historia de la lengua nos enseña que hay muchas palabras que, aspirando a nombrar lo prohibido a través de un rodeo, terminan siendo tabúes y dando lugar a un reemplazo léxico. En sus siempre juiciosas columnas sobre lengua en este periódico, Álex Grijelmo dio hace unas semanas ejemplos contundentes al respecto. Añado uno más que afecta a la cuestión de la discapacidad que él abordaba: el adjetivo cretino, que deriva de cristiano. En zonas francohablantes de Suiza, la forma de llamar lastimosamente a quienes padecían una enfermedad era cristiano. El término “cretino” fue usado como voz técnica en la bibliografía del siglo XIX, pero el eufemismo que nació por compasión y que llegó a la ciencia se contaminó de desdén y hoy es un insulto.

Hace ya tiempo defendí en este mismo medio la reforma del artículo 49 de nuestra Constitución para que se sustituyera la palabra “disminuido” por “personas con discapacidad”. El sintagma “persona con discapacidad” es un término descriptivo (no lo es persona con “capacidades especiales” o “diversas”) y la discapacidad lleva años siendo nombrada así (Ley de Dependencia de 2006; Ley General de Discapacidad de 2013; convención de la ONU sobre los derechos de las personas con discapacidad).

El argumento que a veces se esgrime de que “personas con discapacidad” es una expresión políticamente correcta y que en unos años puede volverse expresión denigrante se levanta sobre una idea que no tiene ya vigencia: la de que hay una interdicción lingüística subyacente en torno a la discapacidad. En las vísperas de que esta reforma constitucional se apruebe, apoyada al menos por los dos partidos mayoritarios, quiero reivindicar que no se trate al futuro de la lengua como argumento en contra de esta modificación. Las lenguas no tienen futuro que se pueda acreditar ni aducir. La lengua no es nada fuera de su medio cultural, la lengua no existe fuera del hablante ni de la sociedad. Los únicos procesos lingüísticos que se documentan son los presentes y pasados.

Claro que no sé qué le va a pasar al sintagma “persona con discapacidad” dentro de 45 años, pero lo que el presente nos muestra es que esta expresión se construye sobre una concepción no paternalista y no clínica de la discapacidad. No es un eufemismo, no es un rodeo que evita el tabú. No necesitamos disimulos para la discapacidad, tampoco sorteamos decir comadreja ni consideramos tabú a la palabra “izquierdo”, que para nuestros antepasados fue la forma de evitar decir el nombre latino para la mano distinta de la derecha: sinister (siniestro). Como ya no nos dedicamos a perseguir la zurdera, la palabra izquierda no se ha vuelto a contaminar. La cadena de palabras que reemplazan al tabú se detiene cuando deja de alimentarse el pensamiento mágico sobre una realidad.

Lo que ha ocurrido en el siglo XXI con el tratamiento lingüístico de la discapacidad es un cambio de paradigma radical, aunque desarrollado paulatinamente. La discapacidad ha dejado de ser un tabú lingüístico. Que la Constitución lo recoja es un apreciable logro simbólico y social: no se trata solo de un cambio lingüístico.



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