Ahora que ya casi no se habla del ébola porque ha vuelto a ser un problema exclusivamente africano vamos a ocuparnos de recordar como ya apuntábamos en una pasada entrada que
con todo el revuelo que ha armado ese virus nuestros académicos no
van a tener mas remedio que acoger con presteza ese vocablo de origen fluvial en el Diccionario. Juega en contra que quizá, o mas bien ojalá, puede que dentro
de pocos años sea una palabra caída en desuso, pero aun así la de páginas que ya
ha ocupado bien justifican un poco de tolerancia ante tal incertidumbre.
Los ríos han inspirado numerosos nombres propios,
especialmente de lugares, sirva como ejemplo que nada menos que quince estados de
Norteamérica toman sus nombres de cursos fluviales. Sin embargo, son muy escasos
los sustantivos comunes derivados de los mismos. Ahora mismo solo
nos viene a la mente el del elemento químico renio (número atómico 75, en inglés rhenium) al que se dio un nombre derivado de Rhenus, el nombre latino del Rhin,
porque sus descubridores alemanes lo detectaron en minerales recogidos en las
proximidades de ese importante río germano.
También apoya el ingreso del ébola en el diccionario que así
se inauguraría la categoría de enfermedades que forman su nombre a partir de
una accidente geográfico, puesto que hasta ahora todas las que tienen nombre propio
lo toman de sus descubridores. Así es que el lema "enfermedad" acoge las bien
conocidas de Parkinson y Alzheimer además
de la mucho menos conocida de Bright
que nos especifican es un tipo de nefritis degenerativa. Al parecer es bastante frecuente, pero se trata de una denominación en desuso en la medicina moderna. Sería
curioso conocer los motivos por los que se coló esta poco nombrada dolencia. ¿La
padecería algún académico?
En cuanto a la salmonelosis,
el Diccionario no explica el origen del nombre de las bacterias del género
salmonella cuando nuevamente nos encontramos ante una palabra formada a partir
del nombre de una persona, en concreto el veterinario Daniel Elmer Salmon.
Otra -osis lingüísticamente interesante es la legionelosis que toma su nombre de una
bacteria que fue llamada legionella
porque se identificó por primera vez en una convención de veteranos de guerra celebrada
en Filadelfia en 1976 por una
organización llamada “American Legion”. Un brote que se saldó con 34 muertes entre los 221 infectados.
El lema “mal” incluye
en el Drae cuatro referencias con nombre propio, dos de ellas bastante obsoletas vinculadas al
santoral: el mal de San Lázaro para la mas
conocida como elefantiasis y el de San
Antón o San Marcial para la dolencia que se define como ”enfermedad epidémica que hizo grandes estragos desde el siglo X al XVI,
la cual consistía en una especie de gangrena precedida y acompañada de ardor abrasador.
Era una erisipela maligna”. También se recoge el mal de Loanda así llamado por San Pablo de Loanda, hoy en día llamada Luanda, la capital de Angola donde
anacrónicamente se afirma que esta enfermedad hoy prácticamente desaparecida es endémica. Se define como una “especie de escorbuto”, aunque no sabemos a que viene lo de especie porque es la misma enfermedad que
los navegantes españoles llamaron "la peste de las naos", los
ingleses "peste del mar" y los portugueses "mal de Loanda".
Hay que ir traspasando cosas al diccionario histórico. Nos queda el mal de Chagas, también conocido como
tripanosomiasis americana o enfermedad de Chagas-Mazza, una enfermedad
parasitaria tropical cuyos primeros estudios se deben al médico brasileño Carlos Chagas y al argentino Salvador Mazza.
Entre los “síndromes” es bien conocido el que denominamos
con el apellido de John Langdon Haydon Down que hoy en día no se considera una enfermedad sino una condición, por mucho que
nuestros académicos no hayan puesto al día su definición.
Es curioso constatar como el diccionario también recoge otro síndrome con nombre propio que tampoco tiene nada de enfermedad, el llamado de Estocolmo. Este se define como la “actitud de la persona secuestrada que termina por comprender las razones de sus captores”. La denominación fue acuñada por un asesor de la policía sueca al estudiar el comportamiento de los rehenes que hizo el atracador de un banco de Estocolmo en 1973.
Es curioso constatar como el diccionario también recoge otro síndrome con nombre propio que tampoco tiene nada de enfermedad, el llamado de Estocolmo. Este se define como la “actitud de la persona secuestrada que termina por comprender las razones de sus captores”. La denominación fue acuñada por un asesor de la policía sueca al estudiar el comportamiento de los rehenes que hizo el atracador de un banco de Estocolmo en 1973.
¿Verdad que se echa en falta un río entre tantos
personajes epónimos de términos de la salud?
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