Comenzamos con un artículo del pasado sábado que no llegamos a tiempo de incluir en la sabatina precedente: Sácate el saco es un texto de Anna Caballé Masforroll publicado en la Tercera de Abc que recuerda al ahora muy olvidado autor asturiano Alejandro Casona. El retrato que lo ilustra es obra de JMª Nieto. Lo acompañamos con otros de Menéndez Chacón (Abc, 25/1/1964) y un dibujante cuya firma no reconocemos (Abc, 28/1/1984).
El Martes Neológico del Centro Virtual Cervantes trató esta semana el anglicismo oversize que, según explica G. Angela Mura, tiene dos acepciones interconectadas: por un lado hace referencia al tamaño de las prendas de vestir extragrandes (XL) y, por otro, alude a la tendencia estilística de llevar ropa de talla mucho mayor a la apropiada para el usuario. En ambos casos actúa como un adjetivo que Fundéu recomienda sustituir por holgado, -da.
El primer ejemplo de uso que aporta el artículo es del año 2002, pero en la hemeroteca Abc hemos encontrado ese adjetivo ya aplicado en 1992 a los cuadros de las bicicletas (un ejemplo) y, un lustro después, en una crónica de la Pasarela Cibeles publicada por Pedro Narváez el 11/9/1997 se dice: lo que aquí y allá llaman "oversize": lo bajos de los pantalones besan el suelo y las levitas se llevan como si sobrara una talla.
Pasamos a El País. Un 20% libre de hielo tituló Álex Grijelmo La punta de la lengua que critica el abuso del calco del inglés "... free" que, como bien apunta, viene a desmentir que los anglicismos léxicos o sintácticos se prefieran por su mayor brevedad frente a la opción en español. Buen ejemplo de que se prefieren porque nos suenan modernos y prestigiosos. En el Anexo 1 encontrarán el completo artículo.
Entre las recomendaciones de Fundéu de esta semana resulta particularmente oportuna la que previene contra el uso indistinto de jurar, ‘someterse alguien a un juramento’, y juramentar, que significa ‘tomar juramento a alguien’, aunque que esta segunda también significa ‘obligarse con juramento’, pero necesariamente conjugada en forma pronominal.
Lo que nos tiene un tanto intrigados es quién haya podido ser el fabricante de la poco científica (por cuanto el prefijo científico apropiado para significar cinco ante una voz de origen griego es penta-) "quintudemia" que tanto éxito ha tenido entre la profesión periodística. No duden en hacernos llegar cualquier información al respecto.
La que sí que comienza a tener uso médico es la palabra preobeso, creada a imagen de la la ya muy implantada prediabético, aunque en el artículo Usted ya no tiene sobrepeso: es preobeso publicado en Abc descubrirán que hay bastante debate sobre las bondades de su uso.
Encabezamos la sección de humor con la colección de variados ludolingüismos toponímicos de la tira de Pablo García del pasado domingo. Una pieza que incluye el anfibológico golfo de Trump que ya encontramos en el artículo de Lola Pons que adjuntamos como anexo 2 en la sabatina precedente. Debajo puede verse cómo Asier y Javier cuestionaban el propio domingo el popular dicho muerto el perro se acabó la rabia.
La palabra régimen ponía el martes la dilogía en la viñeta de JM Esteban en La Razón (adviértase que el arrancado es el artículo 125 de la Constitución que reconoce el derecho a la acción popular) que presentamos seguida de la paronimia grandilocuentes-grandelincuentes que Puebla llevó a su Acantilado del desahogo.Sigue el onomástico juego de Álvaro con el que pasa por se el meteorólogo más popular del país, por más que su formación académica sea de periodista. Un signo de los tiempos: las formas se imponen al fondo.
Debajo añadimos una espacial dilogía de Santy Gutiérrez y un equívoco de J. Morgan en viñetas publicadas amabas hoy mismo.
Completamos este bloque con una pieza de lenguaje dibujado de Pinto & Chinto en la que el dúo gallego representa la expresión enterrar el hacha de la guerra derivada de la costumbre de algunas tribus indías de enterrar sus armas en periodos de paz.
Emilio Giannelli (Corriere della Sera) veía ayer la tregua de Gaza como un trumpiano sapo que Netanyahu se disponía a tragar y El Roto también lleva hoy a su viñeta la gastrobatracia expresión que cuenta con un monográfico apunte en este blog. Sigue el "donde hay confianza da asco" de Napi, y la perrosanxista evocación del "a perro flaco todos son pulgas" de Pinto&Chinto, ambos también de hoy mismo.
PS - Añadimos un Anexo 3 con el articulo de Jorge Bustos Los gallos de Valladolid: una semiótica de la maldición gitana
Anexo 1
Un 20% libre de hielo
Álex Grijelmo (El País, 15/1/25)
La fórmula del inglés se ha extendido a partir de la publicidad de algunos alimentos ‘gluten free’, ‘fat free’ o ‘sugar free’
La fórmula “libre de” se ha extendido a partir de la publicidad de algunos alimentos, que tradujo literalmente expresiones como gluten free, fat free o sugar free (“libre de gluten”, “libre de grasas”, “libre de azúcar”), copiadas luego para otros ámbitos en locuciones como “espacio libre de humos” (smoke free) o ya creadas directamente en nuestra lengua, como “día libre de coches” o “el centro urbano, libre de contaminación”.
Todo eso se puede decir en español de menos rodeada manera: “alimento sin gluten”, “galletas sin azúcar”, “jornada sin coches”… del mismo modo que hablamos de “cerveza sin alcohol”.
Por tanto, nos expresaríamos con mayor naturalidad al decir “Groenlandia sólo tiene sin hielo un 20% de su territorio”; o que un 20% de la superficie de la isla no está cubierto por el hielo, o que carece de él en ese porcentaje.
Esto no significa que la locución “libre de” sea rara en español, pese a que casi siempre se pueda sustituir por “sin”; pero más comúnmente se usa con el propósito de expresar que alguien ha quedado eximido o apeado de algo negativo, por ejemplo de una obligación o una acusación: “libre de culpa”, “libre de preocupaciones”, “libre de impuestos”; todo lo cual nos suele ocurrir después de haber estado expuestos a ello. Es decir, cuando nos libramos de un peligro o de un acecho previamente existentes: alguien queda libre de cargos después de haberlos padecido. Del mismo modo, el 20% de Groenlandia podría haber quedado libre de hielo si antes lo hubiera tenido sobre sí.
En cambio, para la concepción cristiana nadie puede estar “libre de pecado”, ni tirar la primera piedra. Todos somos pecadores. Si nos confesamos, quedamos libres de la pena que eso lleve asociada, tras pagar una penitencia, pero no del pecado mismo, que continúa en nosotros para que sigamos siendo tenidos por pecadores. Los pecados se perdonan pero no se borran, al menos a efectos retóricos. Tan pecadores somos, que cuando nacemos, sin haber hecho nada todavía, llevamos en nuestro ser el pecado original. Excepto la Virgen, “sin pecado concebida” (o sea, concebida libre de pecado, que se diría ahora).
Ahora bien, el que tantas veces se elija la locución “libre de” donde bastaría un sencillo “sin” adquiere una interpretación adicional. Porque viene a desmentir que los anglicismos léxicos o sintácticos se prefieran por su mayor brevedad frente a la opción en español. No, se prefieren porque nos suenan modernos y prestigiosos.
Por otro lado, ahorrar unas milésimas de segundo al pronunciar un anglicismo no sirve de mucho: ¿A qué destinaremos ese tiempo ahorrado? ¿A irnos al cine? Lo que sí late siempre de fondo es el ya conocido complejo de inferioridad que tantas veces nos atenaza a los hispanos frente a la cultura y la influencia anglosajonas.
Por eso las expresiones anglicadas como “libre de gluten” o “libre de coches” progresan entre nosotros. Estamos a un paso de pedir “una cerveza libre de” en vez de “una cerveza sin”. O de decirle al camarero: “Póngame un whisky libre de hielo, como el 20% de Groenlandia”.
Anexo 2
"El núcleo irradiador": nunca te fíes de alguien que no habla claro
Ramón González Férriz (El Confidencial, 29/10/25)
Quien escribe de manera oscura sobre cuestiones sociales, periodísticas o políticas de interés general no es del todo sincero. Oculta algo. Muchas veces, sus argumentos reales
"Una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica". “Una forma de vida neoliberal”. Por no hablar del “núcleo irradiador”. Íñigo Errejón quizá sea la persona que, escribiendo de manera deliberadamente confusa, más lejos ha llegado en la vida pública española.
Durante una década ha mezclado conceptos oscuros con elementos cursis. Ha utilizado palabras grandilocuentes combinadas con descripciones costumbristas, como cuando se retrataba a sí mismo como “una máquina sin sentimientos” pero también “como un niño pequeño [que se comporta] como si se fuera a agotar la vida”. Sus frases solían ser largas, pero los títulos de sus libros eran cortos y contundentes: Con todo. Qué horizonte. Construir pueblo. Más allá de lo que uno piense de sus ideas políticas y su conducta personal, esta fórmula ha resultado imbatible para impresionar a muchos votantes y periodistas y transmitir que era un estratega político excepcional.
Errejón es quien más lejos ha llegado con esta retórica oscura y al mismo tiempo sentimental. Aunque tenía competencia, y no solo en su partido. Iván Redondo, el ex jefe de Gabinete de Pedro Sánchez, utiliza en muchas ocasiones ese recurso: hace poco, describió crípticamente a Mariano Rajoy como “el samurái de Sanxenxo”. Decenas de analistas de mi generación también han adoptado esa táctica: en las últimas semanas, por ejemplo, me he topado con las expresiones “empoderarse críticamente” y “microfísica sexista”. “Si no se entiende del todo, sonará profundo”, parecen pensar quienes las escriben. Sin embargo, el suyo es solo un caso más de una tendencia generalizada en la vida intelectual: escribir raro para parecer mejor.
Escribir de manera oscura es deshonesto
Contar cosas complicadas es complicado. Durante siglos, los juristas han justificado que su prosa fuera indescifrable afirmando que los temas que describían eran complejos. Es cierto. Pero su dificultad también era una manera de señalar estatus: si usabas y entendías su lenguaje era porque formabas parte de un reducido club de entendidos; si no lo comprendías, se debía a que eras una persona vulgar. Los funcionarios de los Estados modernos utilizan el lenguaje abstruso, también, para generar miedo: la burocracia es compleja, pero el hecho de que las comunicaciones que te envía sean imposibles de entender refleja una mentalidad cruel. Hace poco mi mujer recibió un correo electrónico en el que, supuestamente, Hacienda le reclamaba un pago, aunque enseguida nos dimos cuenta de que era falso por el simple hecho de que era comprensible.
En las últimas décadas, los académicos dedicados a las humanidades, la filosofía o las ciencias sociales han querido imitar estas muestras de estatus y la capacidad de intimidación asumiendo una retórica oscura pensada para impresionar. Decenas y decenas de filósofos, muchos de ellos marxistas, influidos por el pensamiento francés, han creído que la ininteligibilidad otorga distinción. La teoría de la deconstrucción, por ejemplo, a la que yo fui adicto durante un breve y desafortunado periodo de mi juventud, utilizaba toda clase de conceptos extraños —“diferancia”, “diseminación” o “logocentrismo”— para explicar que las palabras, en realidad, no tienen más significado que aquel que la tradición opresora les ha dado. Hoy, cuando se ha convertido en un tópico hablar de “deconstruir” la masculinidad, como propone otro autor contemporáneo de la escuela de la imprecisión, lo que se quiere decir es que hay que criticar el machismo. Pero de una manera extraña: “Auscultemos los pliegues y las brechas, las heridas y las rupturas sin renunciar […] a la alegría”, proponía en un artículo reciente.
Sin embargo, no se trata solo de estética. Y esta es mi tesis: quien escribe de manera oscura sobre cuestiones sociales, periodísticas o políticas de interés general no es del todo sincero. Oculta algo. Muchas veces, sus argumentos reales. En el peor de los casos, sus intenciones.
No me malinterpreten. Con esto no quiero decir que quienes tienden a mezclar la grandilocuencia conceptual con el sentimentalismo sean mala gente. Pero sí creo que la escritura confusa tiende a ser una consecuencia del pensamiento confuso y la consideración de que el lenguaje no es una manera de comunicar hechos e ideas, sino de exhibir la pertenencia a un grupo y expulsar de él a muchos de quienes podrían estar interesados en lo que se dice. Lo cual es particularmente llamativo entre los pensadores de izquierdas que creen encarnar los intereses del pueblo pero, con frecuencia, hablan de tal manera que este no puede entenderles. La vaguedad, además, les permite no comprometerse: en lugar de decir “propondremos una ley que, frente a este problema, diga esto”, suelen afirmar cosas como “recoseremos los afectos para un futuro con todos y con todas”.
Esta clase de oscuridad es infrecuente en la vida pública. Parece reservada a unos pocos privilegiados que pensaban que podían sacarla de la universidad y el activismo e inundar la vida pública con ella. Les ha salido regular. Y es mejor. Nunca hay que fiarse demasiado de quien no habla claro.
Anexo 3
Los gallos de Valladolid: una semiótica de la maldición gitana
Jorge Bustos (El Mundo, 18/1/25)
El juramento coral se remata con una fórmula sumatoria de gran sabor expresivo: «Me cago en todo lo que tiene bajo tierra desde hace 40 años y en las letras de sus lápidas»
Dicen que se ha hecho viral esta semana el robo de unos gallos a un clan gitano de Valladolid. Yo mismo he reproducido esos vídeos una y otra vez bajo el hechizo de la fascinación. Ahora sé que condenar semejante noticia al inframundo de las redes o confinarla en los sótanos del scroll, entre el estropicio plástico de una famosa y el cetrero nazi con pene hidráulico, limita groseramente su alcance cultural. Porque una maldición gitana es una cosa seria. Merece la pena que abordemos una sucinta exploración de sus posibilidades semióticas.
La historia es conocida. Willy y Arturo, patriarcas del clan, denuncian la sustracción de 30 gallos de raza española, amorosamente criados para competir «en belleza, pluma y casta»;. Las malas lenguas afirman que se trata de animales destinados a pelear en reñideros clandestinos como aquel en el que apostaba el coronel de García Márquez. Novela, por cierto, que concluye premonitoriamente con la palabra «mierda»;.
-No queremos jurar fuerte por cuatro plumas -arranca con temple el cabeza de familia. Flanqueado por los suyos compone una estampa de unidad no exenta de eventuales propósitos intimidatorios. Nótese el uso poético de la metonimia (plumas por gallos) y el pragmatismo que guía su voluntad de acuerdo: si el anónimo ladrón devuelve los gallos no habrá represalias. «¡Se mueran mis hijos si sus miento!»;, apostilla enfático el orador, empeñando a lo más sagrado en su compromiso. Consciente del poder del juramento, el clan aplaza esa última ratio para dar una oportunidad a la diplomacia.
Pero transcurren dos días y los gallos no aparecen. No solo eso: un desaprensivo ha estado alimentando las esperanzas de la familia desde una cuenta falsa. Al dolor de la pérdida se le suma entonces la humillación del pitorreo. Así que el clan vuelve a reunirse dispuesto a consumar su venganza: la escenificación de un juramento sin filtros. La coreografía de la maldición ancestral.
-Me cago en el padre de su padre, en el agüelo de su agüelo, en sus calzoncillos y en las bragas. Me cago en el último suspiro que pegó toda su puta familia. Me cago en él y en su cabeza y en los pañuelos que se pusieron. En la caja de su padre, de su madre, de sus tíos. En toda la raza de sus muertos.
La salmodia fecal fluye in crescendo abarcándolo todo, generaciones y afectos, sistemas de parentesco y efectos personales. Nada queda en pie: ni el pasado ni el futuro. Porque cumplida la parte escatológica que mancha la ascendencia del ladrón, el ensalmo letal se dirige contra su descendencia:
-Una epidemia venga. A sus hijos tendrá que enterral. Va a sufrir una enfermedad mala. Hagan cardo con sus huesos, maricona. Más allá de la innecesaria concesión a la homofobia, el juramento coral se remata con una fórmula sumatoria de gran sabor expresivo: «Me cago en todo lo que tiene bajo tierra desde hace 40 años y en las letras de sus lápidas»;. Esta doble trayectoria garantiza el radio máximo de la maldición, pues cubre tanto el plano de la calle (las lápidas) como el mundo subterráneo.
En Tótem y tabú describe Freud el animismo como el estadio de la conciencia en que el ser humano se atribuía a sí mismo la omnipotencia del pensamiento a través de la magia. Magia negra o al menos marrón, en este caso. No en vano el propio Freud explica que en la fase anal del desarrollo las heces del niño funcionan como el equivalente simbólico del dinero: son el primer obsequio de los hijos a los padres. Pero antes de que nadie arroje conclusiones apresuradas sobre la pervivencia del animismo entre nuestros romaníes vallisoletanos, recordemos la advertencia de Lévi-Strauss: no hay diferencias significativas entre el pensamiento primitivo y el civilizado. Existe simetría entre el mito y el logos.
La prueba está en que han aparecido diez de los gallos en Soria. No son todos, pero Willy y Arturo están dispuestos a perdonar."
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