domingo, 17 de diciembre de 2023

La semana en viñetas 50/2023 (2ª parte)


Comenzamos esta segunda parte del 50º recorrido semanal del año (enlace a la primera) con la COP 28 cuyos modestos logros han sido ampliamente sobrevalorados por los numerosos tentáculos mediáticos de los muchos vendedores de humo político que han pasado por Dubai. Aprovechamos para tarer, em primer lugar, la caricatura del sultán Ahmed Al Jaber publicada el pasado domingo por Cristina Sampaio en el diario portugués Público, un dibujo que se nos quedó fuera del apunte de esa jornada. Siguen los balances gráficos del austriaco Marian Kamenski, greenwaashing de libro el que se visto, el inglés Patrick Blower y la irónica lectura de Ricardo de anteayer en clave de crispación social.


Volvemos al jueves con la navideña petición de Pedro Sánchez en la tira de JL Martín y la aplicación al bullying realizada por Puebla de la impunidad como fórmula de reencuentro que con tanta intensidad nos están vendiendo. 


Pocas ocasiones nos da Ermengol de coincidir con las tesis de sus viñetas, pero es el único dibujante a quien hemos visto apuntar la pérdida de autoridad de los profesores como causa del fracaso escolar. Y de la caída del rendimiento detectada en el informe PISA, añadimos. Un dibujo de Chaunu nos sirve para señalar que en Francia ya van por la siguiente violenta pantalla.


La presencia de Martínez-Almeida en la viñeta de Fontdevila del jueves sobre las talas de árboles en curso em Madrid por necesidaddes de la obras de ampliación del metro, y también de la estación de Atocha que los más sectarios tienden a olvidar, nos da pie a reseñar con más amplitud la movilización de la infantería humorística del Régimen que J. Morgan comenzó el pasado domingo y contó con posteriores contribuciones de Eneko, que reforzó el tuit de su viñeta del miércoles en Público con un sabiniano "Pongamos que hablo de Madrid" no furea que el personal no pillara el objetivo, Riki Blanco en El País y Kiko da Silva en El Correo Gallego, diario coruñés cuyos lectores seguramente no pueden conciliar el sueño por el destino de esos arbolitos. Puro cartoonfare.

  

Encomiable todo este interés por unos cientos de árboles de quienes nunca lo han tenido por la reposición de los 80.000 que dañó Filomena y que seguro que desconocen que casi 300.000 de los 1,74 millones de árboles de Madrid están en sus calles (fuente). No nos resistimos a transcribir un fragmento de la impostada crónica de El País sobre las obras que han provocado la tala: "el lugar por donde van a ir sacando la tierra de todo el túnel: al lado del cole Perú, con 500 niños de 0 a 12 años, algunos de ellos con necesidades especiales". Periodismo de velocidad y tocino.

Volvemos a la actualidad internacional con el bloque del Congreso al nuevo paquete de ayuda militar a Ucrania visto por Dick WrightduBus que apuntó la diferencia de trato con Israel (Cada uno a su turno, Volodimir).


El papel del húngaro Victor Orban en el bloqueo de la ayuda europea a Ucrania, aunque al menos se haya aprobado la apertura de negociaciones de ingreso en la UE, fue tratado por dibujantes como Martyn TurnerMartin Rowson en una viñeta que ya comentamos en el apunte de ayerPeter Schrank o, ya hoy mismo, Morten Morland.


Chappatte y Mike Lukovich coincidieron en apuntar que el tiempo juega a favor de Rusia, respectivamente apoyados en versiones textual y gráfica de la cuestión. El neerlandés Joep Bertrams resaltó, por su parte, la ventaja con que cuentan en estos casos los regímenes autoritarios.


De la crónica nacional del vierenes nos hemos traído el logo del Psoe propuesto por García Morán, la visión de Asier y Javier de las pésimas relaciones entre Sánchez y Feijóo que han empeorado, si cabía, con el pacto pamplonés con Bildu. Sigue la visión de Napi del lamentable parlamentarismo actual y la cinematográfica de Tomás Serrano del incierto futuro de la continuidad de los pactos socialistas con el PNV.


Sansón se incoporaba el viernes al apunte Las líneas rojas en el humor gráfico (1ª parte: prensa española 2023) y Ricardo  sumaba ayer unas ortodoxas rayas rojas a las verdes que encabezan esa elección. Peridis se convierte hoy mismo en 20º humorista presente en ese monográfico.


Miriam Nogueras volvía a protagonizar ayer una viñeta sobre su señalador desbarre desde la tribuna del Congreso. La de Javi Salado que abunda en la tibia reacción del gobierno ya apuntada el jueves por Tomás Serrano que ayer sumaba una expresiva visión del creciente acoso a la Justicia. Napi suma hoy su visión sobre el ataque de la portavoz de Junts. Único humorista catalán a quien hemos visto hacerlo.


Ricardo ilustra hoy el comentario de Emilia Landaluce,“Una vez exhumado Franco parece que Sánchez ha puesto sus ojos en derrotar a Hitler”, de la pasada de frenada del presidente del gobierno en el Parlamento Europeo. El libro de Sánchez colea hoy en las viñetas de JM Esteban y Padylla, mientras que de la catequésis de Vergara (enlacesobre lo inapropiado de europeizar conflictos internos cuando no son los planteados por el independentismo o lo hayan decretado Escolar&co., nos hemos traído el desnudo de Feijóo


Completamos la reseña del humor nacional de hoy con la burocrática ironía de Nieto en Abc, la compra del menu navideño de Sansón, la suculenta centolla de Davila y las variadas mesas del juego de figuritas para el belén que hoy oferta Fontdevila en Ara.


Concluimos esta colección de 43 viñetas, que se suman a las 36 + 11 de la primera parte, con un enlace a la navideña animación de Morten Morland en The Times, que acompañamos con dos capturas.


Nos traemos desde La coronación (3ª y última parte) la viñeta del propio Morland que destacaba el llamativo papel jugado en la en la ceremoniade mayo por la política conservadora  Penny Mordaunt que por su cargo de Lord presidente del Consejo (Lord President of the Council) fue la encargada de portar la Espada del EstadoEn Humor de cine y tv de diciembre 2023 (1ª parte) encontrarán el motivo la caricatura como Mickey del exsecretario de Estado de Inmigración Robert Jenrick con la que concluimos.







Anexo: 

Ignacio Peyró (El País, 15/12/23)

La izquierda no tiene la patente de la democracia, y algunos nunca necesitamos ser progresistas para considerarnos decentes: aquí ya existía una conjunción liberal-conservadora puesta al día.


Algunos nunca tuvimos que ser progresistas. Hace ahora tres meses, Antonio Muñoz Molina rememoraba en este periódico el golpe en Chile con un artículo que, a partir de su memoria personal, transparentaba magníficamente las ansiedades y esperanzas de una generación en la agonía del franquismo. No todo el mundo sentía igual, claro: a Franco lo derrocó una tromboflebitis. Y la mirada entre la impiedad y la condescendencia que a veces hemos dedicado a la época —”papá, cuéntame otra vez”— ha difuminado una realidad que, con sus errores y candores, iba a tener una proyección política y moral: la de tantos aquellos que se hicieron progresistas simplemente para considerarse dignos ante el espejo.

Cada generación tiene una inculturación política distinta, sin embargo. Y algunos nunca necesitamos ser progresistas para considerarnos decentes. La izquierda debe recordar que la derecha también tiene su memoria democrática. En el esquinazo de los ochenta y noventa, asistimos in vivo a un máster en ciencia política: los sueños de la izquierda revolucionaria habían sido algo más cruento que “el pasado de una ilusión”. Acto seguido, el nacionalismo desangrado en Yugoslavia parecía del todo desacreditado y desfasado en un momento de estirón de la unidad europea que, en el caso de España, dio cumplimiento al norte intelectual de varias generaciones. En fin: quien nació con Suárez iba a hacer la primera comunión con Fukuyama. No quiero que derramen el café: me ahorro citarles a Thatcher, Reagan o Wojtyla.

En esa educación sentimental para la política, uno podía incardinarse sin culpas ni dudas en una derecha que ya ofrecía, en España, una conjunción liberal-conservadora puesta al día. Algunas de las iniciativas de la derecha, de hecho, estaban en el aire de aquel tiempo: el adiós a la mili, la descentralización o las liberalizaciones podían haber sido obra de la izquierda. Como en los posicionamientos en política exterior o Estado de bienestar, había una trama de consensos: los fastos del 92, la cumbre israelo-palestina o la entrada en la OTAN no se vivieron como un éxito partidista, como tampoco lo hizo el espaldarazo de autoestima de entrar en el euro. ETA mataba a derecha e izquierda: ambas encarnaban a su enemiga, la España democrática. Nuestra propia formación bajo la Constitución sirvió para que también el centroderecha tomara aprecio de sensibilidades que le eran excéntricas: el papel del exilio en nuestra cultura, o una cierta tradición republicana. Esa educación, al fin, sedimentó en una costumbre: siempre fruncimos el ceño cuando alguien allá fuera se refería a la española como una “joven democracia”. Y al llegar la crisis, muchos pensamos que no era una crisis de modelo, sino de crecimiento. Hoy hay motivos para una mayor melancolía: algunos debates de ese tiempo, como la convergencia con Europa, se han esfumado. Otros —como Franco— tienen una presencia mayor.

Así las cosas, es como mínimo una anomalía levantar muros —palabra de evocación funesta— a la derecha. El muro busca el bloqueo político del centroderecha mediante su inhabilitación moral. No es la primera vez que se contempla: quizá antes se llamaba “cordón sanitario” y, en todo caso, antecede con mucho a Vox. Dicho de otro modo, para la excomunión cívica de la derecha no hacía falta una extrema derecha. Esto se vio, hace ahora veinte años, en el Pacto del Tinell que la naturalizó. Seguidamente, la legislación sobre memoria no se quiso limitar a una necesaria reparación humana e institucional: ha buscado anclar la legitimidad de nuestra democracia no en los debates del 78 —donde la izquierda no impuso sus tesis— sino en la vieja legalidad republicana. Hoy, la jaculatoria —dudosa de por sí— es “somos más”, como si eso fuera un salvoconducto o como si hubiera alguna virtud aprendida en la Historia en que media España se desentienda de la otra. Ante esta realidad, toda protesta es “crispación”, y todo el que la verbalice, “cayetano” o “facha”, cuyos significados abarcan cada vez tipos más extensos. El hecho de que hayamos visto una derecha montuna rodeando Ferraz confirma que está mal rodear las sedes de los partidos y las instituciones en 2023: también lo estuvo en 2012 y 2004.

Podríamos pensar que hay esperanza. Ironía on: si se negocia con la derecha independentista catalana, será menos gravoso acercarse a la derecha constitucional española. Si se habla con el partido del que fue fundador Pujol, podrá hablarse también con el partido del que fue contable Bárcenas. Así podemos seguir hasta cubrir todo el espectro. A buen seguro, el mayor cambio está en que, antes, izquierda y derecha pactaban programas con los nacionalismos y ahora la entente entre nacionalismos e izquierda se quiere pacto permanente. Y ahí alguien sobra. Es el muro. “Somos más”.

Ningún error de la derecha justifica la cuarentena de una realidad social inescamoteable. La izquierda no tiene la patente de la democracia española. Pensar que o actuar como si nuestra democracia tuviera un dueño es poco demócrata, ya sea por interés electoral, ya sea por una superstición que dice poco de una izquierda que se reclama ilustrada. Es una tentación que se debe desactivar desde la propia izquierda. Ser progresista ha constituido, para no pocos, una fe de vida: muy bien. Pero antes que progresista se es demócrata.



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