El sábado pasado nos dejamos sin comentar La palabra “mena”, un problema para la RAE. Un artículo publicado ese mismo día en El País por Patricia Fernández Vicens y Tania García Sedano que se empeñan en adjudicar a los académicos responsabilidades que son de los hablantes. Ello sin entrar a valorar la no distinción entre connotación y denotación, o de dónde puedan sacar que no deban recogerse en el DLE vocablos cuyo uso se circunscribe a España. Desafortunado enfoque para unas buenas intenciones.
Álex Grijelmo analiza en Al final, el artículo recogido en nuestro anexo de hoy, el nuevo sentido adquirido por esa locución que no trata de señalar el término de algo y que cada vez actúa más con el significado de "en resumidas cuentas".
Tenemos que reconocer que esperábamos que el colaborador de El País abordara la polémica suscitada (con bastante retraso puesto que se trata de un documento aprobado en julio de 2024) por las “Recomendaciones para un uso adecuado del lenguaje en las universidades” adoptadas por 55 universidades españolas. En el documento que hemos enlazado encontrarán alguna perla como que "el término hombre como genérico no incluye a las mujeres". Una afirmación que confronta abiertamente con la primera acepción de hombre del DLE: 1. m. Ser animado racional, varón o mujer. Las asociaciones que haya en la cabeza de cada quién ya son responsabilidad personal.
No faltan en esas recomendaciones soluciones tan desafortunadas como sustitur el coordinador por la coordinación. Imagínese diciendo el autorreferente la coordinación publicará una guía sobre su función. Pero más allá de la manida casuística en que se entra, la sensación general es que, como en demasiadas cosas, hay mucho gestor universitario que va con bastante retardo. Cantémosles el Cuando tu vas, yo vengo ...
El olor de la tierra húmeda titula hoy Francisco Ríos su artículo de La Voz de Galicia sobre el neologismo petricor que es una adaptación de la palabra petrichor (del griego pétros, ‘piedra’, e ichór, ‘fluido que corre por las venas de los dioses’) creada en 1964 por unos investigadores australianos. El año pasado ya la vimos tratada en un Martes neológico, circunstancia que aprovechábamos para recordar el significado mucho más prosaico que tiene icor en el DLE.
Vamos ya con el lenguaje del humor. La adjunta visión de Malagón sobre la generación bumerán, un asunto que 20 minutos abordó el lunes y que ya vimos tratado en 2016 en el desaparacido suplemento Verne de El País, ha pasado a engrosar nuestra colección de Juegos con globos de texto.
Proseguimos con Donald Trump convertido por David Parkins en un bull in a china shop, el transespecista equivalente inglés a nuestro elefante en una cacharrería. Y nos viene a la memoria que hace ya más de cinco años y medios titulábamos El hombre que podría cambiar una popular expresión del inglés un apunte dedicado a esta locución.
La cita que Martyn Turner introdujo en su viñeta del pasado fin de semana del aforismo "Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo", que el propio humorista se encarga de advertir que Lincoln probablemente nunca dijo, nos ha animado a consultar el siempre bien documentado Quote Investigator.
Las indagaciones de esa web se remontan hasta el libro de apologética publicado en 1684 con el título “Traité de la Vérité de la Religion Chrétienne” (Tratado de la Verdad de la Religión Cristiana) escrito por el clérigo protestante Jacques Abbadie (1654-1727). Esta es su formulación: … ont pû tromper quelques hommes, ou les tromper tous dans certains lieux & en certains tems, mais non pas tous les hommes, dans tous les lieux & dans tous les siécles.Posteriormente el argumento aparecería recogido en el artículo dedicado a Dios en la Enciclopedia de Diderot y d'Alembert (“Encyclopédie: ou Dictionnaire Raisonné des Sciences, des Arts et des Métiers”) cuyo cuarto volumen, publicado en 1754, incluye en la página 978 una formulación casi idéntica (con el arcaismo pû sustituido por peut). A continuación confrontamos los dos textos:
Ángel Idígoras lleva hoy a Sherlock Holmes y el Dr. Watson a su viñeta del diario Sur, mientras que Max escenifica su Trampantojo La escrtitura como enfermedad en el umbral del infierno de La Divina Comedia de Dante.
PS - Tom Gauld propone hoy en su sabatina sección del diario The Guardian una gradada gama de tarjetas de San Valentín para bibliófilos.
Anexo
Una nueva muletilla se extiende por el lenguaje público: “al final”. Y como ha venido a sumarse a “la verdá que” –esta última ya consolidada desde hace dos o tres años–, ahora oímos declaración tras declaración, y ya se trate de periodistas, políticos o deportistas: “Pues, la verdá que…, al final, la solución no es esa”. “Ellos han disparado cuatro veces al poste, pero la verdá que, al final, nuestra victoria ha sido justa”.
Pero “al final” dispone de personalidad propia, no siempre se presenta en esa compañía: “Al final, todos parecen iguales”. “Al final, todos terminamos trabajando para el mal”. Y a menudo se repite en cuestión de segundos, como en la declaración de un futbolista: “Para mí es un honor, al final, cuando yo empezaba a jugar al fútbol lo tenía como un referente, como un ídolo, y, al final, ser comparado con Sergio Ramos al final son palabras mayores, pero bueno, al final, yo trato de hacer mi carrera”. Y en otras ocasiones, el redactor se suma a las repeticiones del jugador.
El rizo ya lo consiguen, quienes además se dirigen al micrófono con el omnipresente “a día de hoy”: “La verdá que, al final, a día de hoy, las cosas son así”.
La locución adverbial “al final” está bien formada y podría ser recogida en el Diccionario si los académicos quisieran; por insistencia en el uso público no quedará. De hecho, ya fue incluida en el Diccionario del español actual (Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, 1999), en la entrada “final”, donde se define así: “Al final. Indica que la acción a que se refiere termina por suceder después de cierto tiempo”. Algo semejante a “de todas formas”, “en cualquier caso”. Seco y compañía la documentan en la obra Bibiana (1963), de Dolores Medio, donde se lee: “Al final se rendirá Marcelo, eso ya lo sabe”. Pero ello no significa que Marcelo se rinda al final de la batalla que menciona el texto, sino antes.
En efecto, este “al final” dispone de un sentido propio que se aparta ligeramente del que acompaña al sustantivo o al adjetivo “final” a secas, y también difiere lo que intentamos expresar cuando señalamos que haremos algo “al final del día”, es decir, a su término.
En el sintagma “el final del trayecto”, “final” ejerce como sustantivo; y en “el trayecto final”, como adjetivo. Pero “al final” es una locución que admite otro sentido. Porque aquí no se trata de señalar la cualidad final de algo, o su último punto (el punto final; que no “el punto y final”), sino que puede ir más allá. Y también, paradójicamente, puede quedarse más acá del final, como Marcelo.
Porque este “al final” de los últimos tiempos incorpora matices respecto de los que recogían Manuel Seco y sus colaboradores. A mi entender, hoy insinúa que estamos resumiendo un argumento, que nos ahorraremos un desarrollo, una narración. Equivale por tanto a “en resumidas cuentas”, “en definitiva”, “en suma”, “por hacer el cuento corto” o “por no extenderme más”.
Es decir, con este “al final” comunico que no voy a gastar energías ni tiempo en detallar el proceso que nos conducirá a la conclusión inevitable que me dispongo a expresar; que todo eso me lo salto porque, total, los dos interlocutores vamos a estar de acuerdo.
Tiene pinta, pues, de ser una locución connotativa de buen rollo: tú me permites que no me detenga en los detalles porque, al final, vas a creer lo que yo diga, que para eso nos llevamos bien. Vivimos con mucha prisa y no vale la pena andarse con minucias. Todo sea por ir al grano, por no enredarnos en circunloquios, por no discutir. Al final va a ser eso.
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