Uno de los grandes fenómenos del último medio siglo es la eclosión del turismo. En el curso de ese acto de inmersión en lo que le es esencialmente desconocido, el turista es un ser vulnerable, sometido a variopintas orientaciones, proporcionadas generalmente por publicaciones de diversa fiabilidad, así como por guías locales de muy dispar preparación e intención.
El hasta cierto punto comprensible proceso de adornar “el producto turístico”
ha ido dando pie a toda una serie de rituales a los que el visitante deseoso de
practicar una experiencia lo más completa posible suele someterse sin oponer,
en general, mayor resistencia ni espíritu crítico. Es la tinta que completa la
perfecta impregnación del tampón “VISITADO” con el que quedarán indeleblemente
sellados los recuerdos convenientemente fotografiados. Una cautela que en
absoluto criticamos, todo lo contrario, pues es juiciosa base para el ejercicio muy acertadamente
evocado en lema del fabricante de álbumes Hofmann: “vuelve a sentirlo”. Pues eso.
Algunos de esos ritos turísticos proceden de la imitación de
prácticas habituales entre los ciudadanos locales. Nos viene a la mente el frotado de las figuras de la
estación moscovita de metro “Plóschad Revolutsi” (Plaza de la Revolución) y, muy particularmente, del hocico del perro del guarda fronterizo. En este caso basta
detenerse un rato a observar el tránsito de viajeros para concluir que el número de
lugareños que pasa su mano es netamente superior al de imitadores foráneos. En otros casos esas “obligaciones turísticas” raramente se verán ejecutadas
por los habitantes del lugar. A título de ejemplo, pocos romanos verá
haciendo cola para introducir su mano en la Bocca della Verità: “son cosas para turistas”.
La figura más sobada del metro de Moscú y cola para acceder a la Bocca della Verità en el atrio de la Iglesia de Santa Maria in Cosmedin |
Para no hacer excesivamente extensa la serie que hoy iniciamos, vamos a restringirnos a los ritos que tienen un carácter puntual, casi
instantáneo, dejando así a un lado otras “obligaciones del turista”, como puede
ser realizar un trayecto en góndola por los canales de Venecia o la algo menos popular (pero mucho más económica) contrapartida
mexicana de alquilar una “trajinera” por los canales de Xochimilco.
Ajustados ya a esa brevedad de la experiencia, topamos con que las acciones básicas a realizar son “lanzar monedas”, “frotar”, la de unos años a esta parte muy popular “colgar candados”, "hacer posados especiales", “besar” y un
amplio cajón de actividades diversas que englobaremos en la inevitable rúbrica
de “otros”.
Vamos a centrarnos hoy en las acciones basadas en el beso,
un acto que tiene muy diverso grado de uso en las diferentes culturas y es una efusión
que puede dar algún disgusto caso de ser practicada en público en algunos países,
particularmente en los islámicos.
España es país besucón, así nos saludamos hasta en circunstancias bastante formales, y esa afición ha tenido desde antiguo una destacada proyección religiosa. Se besan las reliquias de los santos, en realidad sus contenedores, se besan las imágenes, los mantos de la Virgen, las custodias y otros diversos elementos del variado ajuar litúrgico. Aunque hay un importante subsector de turismo religioso, ¿imaginan cómo sería hoy la ciudad de Lourdes sin los sucesos allí acaecidos a los pastorcillos?, vamos a intentar centrarnos en el turismo de propósito general. Decimos intentar porque esta distinción no siempre es diáfana, dado que no es costumbre encuestar la motivación de los ejecutantes del correspondiente rito. Así que solo cabe especular sobre la fe católica de quienes, por ejemplo, se aplican a besar, o cada vez más tocar, el jaspe del pilar de la Virgen del Pilar a través de la hendidura dispuesta al efecto a espaldas de su capilla. Y es que tal y como está la cuestión de las enfermedades infecciosas algunos besos están en decadencia y su pervivencia está muy asociada a la poderosa motivación que aporta la fe religiosa.
España es país besucón, así nos saludamos hasta en circunstancias bastante formales, y esa afición ha tenido desde antiguo una destacada proyección religiosa. Se besan las reliquias de los santos, en realidad sus contenedores, se besan las imágenes, los mantos de la Virgen, las custodias y otros diversos elementos del variado ajuar litúrgico. Aunque hay un importante subsector de turismo religioso, ¿imaginan cómo sería hoy la ciudad de Lourdes sin los sucesos allí acaecidos a los pastorcillos?, vamos a intentar centrarnos en el turismo de propósito general. Decimos intentar porque esta distinción no siempre es diáfana, dado que no es costumbre encuestar la motivación de los ejecutantes del correspondiente rito. Así que solo cabe especular sobre la fe católica de quienes, por ejemplo, se aplican a besar, o cada vez más tocar, el jaspe del pilar de la Virgen del Pilar a través de la hendidura dispuesta al efecto a espaldas de su capilla. Y es que tal y como está la cuestión de las enfermedades infecciosas algunos besos están en decadencia y su pervivencia está muy asociada a la poderosa motivación que aporta la fe religiosa.
Ya
que estamos en el Pilar de Zaragoza, vamos a recordar también la tradición de “pasar por el manto" a los
niños (considerados tales hasta la Primera Comunión). Un rito que es ejecutado por los infanticos, puesto que los padres no pueden acceder al camarín de la Virgen. La documentamos con una postal de principios
del siglo XX, aunque ya se ve junto a la misma como algunos no tan niños han conseguido
que se hagan excepciones a esa tradición. Ello por no valorar el increíble aspecto de la Patrona de España vestida con una marca comercial (2008).
¿Será posible todavía la regeneración de este país donde hasta el Obispo de Zaragoza nos la arma?
Un infantico pasando a un niño por el manto de la Virgen del Pilar y un conocido adulto con dispensa para acceder a su camarín |
Así que, ritos religiosos aparte, parece que actualmente
el beso turístico más popular, medido en términos del número de practicantes que
se dice rondan los cuatrocientos mil anuales (aunque nos parece cómputo interesado
para engordar el atractivo turístico), es el que se aplica, en acrobática
posición, a la “piedra Blarney” del castillo homónimo situado en las proximidades de la ciudad
irlandesa de Cork. La existencia de esta tradición, que supuestamente concede el
don de la elocuencia, está documentada desde finales del siglo XVIII. No cabe hablar, por tanto, de un invento turístico, pero la afluencia foránea podría
haber alejado a los lugareños de esa práctica. De hecho en los pubs de la ciudad suele bromearse con la hipotética costumbre local de orinar sobre la piedra que besan los turistas. Que
ello sea una maliciosa leyenda urbana no impide que en 2009 recibiera el título
de atracción turística más antihigiénica. Un galardón concedido, qué más da por
quien, en dura competencia con la “pared de chicle de Seattle”. Un esperpentillo nacido a comienzos de los 90 como fruto del aburrimiento imperante en la
cola de la taquilla del Market Theater. Eso sí, periódicamente se retiran los
excesos que desbordan la zona autorizada (ver vídeo).
Aunque no se tiene noticia de que alguien haya perecido en
la ejecución de ese complicado beso irlandés, a excepción del personaje de un serial
radiofónico de aventuras de Sherlock
Holmes emitido en 1946 ("The
Adventure of the Blarney Stone"), lo cierto es que hace muchos años
que se instalaron unas barras de
protección que lo convierten en una actividad totalmente segura. Ello ha tenido
el efecto secundario de cambiar la
técnica de ayuda, puesto que mientras que antiguamente se sujetaba al ejecutante por
los tobillos o las rodillas, la presencia de esas barras permite ahora al correspondiente ayudante
ponerse en pie para sujetar el torso del besucón. No es lo mismo. Tanto
promocionar el turismo aventura, para llegar a esto.
Dicen que hay besos que matan, pero lo seguro es que los hay que
hartan, porque en el caso de la tumba de Oscar
Wilde sita en el cementerio “Père
Lachaise” de París, el más visitado del mundo tras el de Arlington, surgió a
finales de los 90 la imitativa costumbre, bendita primera ocurrencia, de ejecutarlos
previa aplicación de una buena dosis de pintalabios destinada a dejar una bien patente huella. Como ni la placa solicitando el respeto de este monumento
presidido por un gran figura alada, ni las multas previstas tuvieron los efectos
deseados, en la restauración realizada en 2011 con motivo del 111 aniversario de
la muerte del genial escritor, se decidió
colocar una mampara protectora. Y esta es la que ahora recibe las efusiones de los
admiradores, aunque todavía haya quien se empeñe en sobrepasarla.
Este asunto nos introduce en la interesante cuestión de los
ritos urbanos que ha sido necesario prohibir. Entre los mismos destacan claramente los vinculados con la fijación de candados, una acción realizada como simbólica promesa de amor. Como esa práctica
tendrá entrada propia, nos limitaremos a señalar que la primera prohibición de la que tenemos noticia fue aplicada en el monumento a Benvenuto Cellini ubicado en el Ponte Vecchio de Florencia, aunque quizá la más sentida por sus practicantes sea la que se impuso en el Puente Milvio de Roma. Y es que los seguidores de Federico Moccia se han visto así privados de poder emular a los protagonistas de la novela "Ho voglia di te" (Tengo ganas de ti, 2006). Pero ya veremos en su momento que ese autor no es, como a veces se oye, el creador de esta histeria, aunque sí que ha sido su gran popularizador. También nos ocuparemos otro día de la imposibilidad de seguir practicando los rituales clásicos asociados al parteluz del Pórtico de la
Gloria, que desde 2005 está protegido por unas vallas ¿Se temería que algún cabezazo pudiera deterior la testa del Maestro Mateo?
Como último caso analizado hoy vamos a referirnos a otro beso que, aunque trató de impedirse, o cuando menos obstaculizarse, acabó siendo facilitado por la autoridad competente.
Nos referimos a la llamada "leona de Girona", en realidad un león como denota su
melena, aunque no muy abundante. Una figura que desde 1986 es una reproducción de original
custodiado en el Museo de Arte de la ciudad.
Se cree que esa escultura pudo ser un reclamo del antiguo
"Hostal de la Lleona" que estuvo situado en la Plaza de San Feliu o San Félix. Y de alguna manera pasó a ser ritualmente tocada por quienes llegaban o partían de la capital gerundense. Quién sabe como
se pasó al beso, el caso es que la práctica acabó dando lugar al dicho "no
ama Girona quién no besa el culo de la leona”. Un lema que ejerce, como en otros casos similares (Fontana de Trevi,…), de turístico seguro de vuelta a la ciudad. Pero el Ayuntamiento, preocupado por las posibles
consecuencias de tan antihigiénica práctica, llegó a retirar la tarima que
facilitaba el beso aunque, tras comprobar que ello no hacía sino crear riesgo de
caídas por las torres humanas que se improvisaban en esa tierra de castellers, en 2012 decidió disponer una pequeña escalinata
metálica que facilita la osculatriz acción.
Copia de la leona en la Plaza San Feliu y original conservado en el Museo de Arte de Girona
No todos los turistas viajan convenientemente informados, como bien puso de manifiesto un chusco suceso ocurrido en 2008 (ver crónica en El Mundo). Un grupo de belgas que pretendía cumplir con el turístico ritual se
equivocó de felino y fue sorprendido por la policía municipal, que acudió
avisada por una vecina, cuando intentaban encaramarse al monumento que está situado sobre
un resto de la antigua muralla junto a la plaza del mercado. ¡Caray con las tradiciones de Gerona! debieron pensar, caso de no ir muy cargados.
Por más que la leona de Girona sea un macho, no es este |
Finalizamos, pues, con un consejo: infórmense bien de los
rituales locales, que luego pasan cosas.
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