Suele decirse que todo el mundo es encantador de visita,
dejémoslo en amable y con la palabra todo precedida de un cautelar casi. Pero cierto es que la
realidad íntima de las personas sólo asoma en situaciones como las que, aún
siendo muy diferentes, banqueros y médicos coinciden en llamar “pruebas de estrés”. No es trago fácil de superar sufrir un accidente en el que decenas de
personas mueren a tu alrededor, pero esta es una prueba a la que la vida por
conducto de Renfe ha sometido a la
diputada madrileña Teresa Gómez Limón.
El principal enemigo del razonamiento certero quizá sean la
emociones, ¿recuerdan el preámbulo de la Ley reguladora del Indulto?, así que nos consta que es difícil pedir a la
diputada madrileña que razone con tino sobre el accidente ferroviario de
Santiago cuando ha sido víctima del mismo. Por ello lo prudente sería callarse,
máxime cuando por su profesión de psicóloga algo debe saber de esto. Pero no ha sido el caso.
Hoy hemos tenido ocasión de escuchar sus declaraciones a la
cadena de televisión Cuatro en la que le bastaron unos pocos minutos para
reclamar desde la destitución de los Presidentes de Adif y Renfe a la reimplantación de los ayudantes de maquinista. En esto ya se trasciende el
pensamiento emocional y se entra de lleno en el famoso atrevimiento de los
ignorantes. Esta señora es muy completa.
A ver si somos capaces de explicárselo con pocas palabras.
El problema de la función de un maquinista ferroviario es que tiene poco
trabajo. Exento del guiado que obliga a los conductores de los autobuses a
mantener su atención sobre la carretera, su labor, en cuanto a la conducción,
se limita a regular la velocidad. Por eso el gran enemigo de estos
profesionales es la distracción y por ello, aunque parezca paradójico, se
suprimieron los ayudantes de maquinista porque se comprobó que su presencia no
servía absolutamente para nada. Si ya es difícil mantener la atención para
quien es responsable del avance del tren, imagínense para quien no tiene
ninguna capacidad de actuar sobre la marcha del mismo. Para una psicóloga tiene
que ser fácil de entender. El resultado era que estos empleados viajaban
habitualmente durmiendo o leyendo, muchos prepararon los exámenes a la
categoría superior durante el desempeño del inútil puesto, y cualquiera que
haya visitado un locomotora de la época de los ayudantes habrá podido ver los
desconchones que sistemáticamente presentaban los “salpicaderos” dando
testimonio de cómo se colocaban los pies para crear con las piernas en alto el
adecuado acomodo para la lectura. La cuestión era tan descarada que hasta los poderosos sindicatos de maquinistas, hagan memoria y recuerden las vacaciones que nos dieron hace años, cedieron pronto en la defensa de un trabajo que no lo era.
Como, por otra parte, la muerte instantánea no traumática es
un ente de razón, en la práctica no hay patachus que no permita un último
esfuerzo para accionar el muy accesible freno de emergencia que tienen las
locomotoras, no había justificación alguna para el segundo maquinista. Lo del
copiloto es otra cosa Sra. G. Limón, que no es lo mismo frenar un tren que
aterrizar un avión. Aún así se cuenta como precaución con el dispositivo
conocido como “hombre muerto”, unos pedales que es necesario accionar
periódicamente, aunque sería mas justo llamarlo el “hombre o mujer dormido”,
que ya hay señoras maquinistas aunque esta es una de las profesiones mas
masculinas del mundo, porque el sueño sí que es un enemigo insidioso a fuer de
hacerte creer que puedes vencerlo. Bien saben de esto las estadísticas de
siniestralidad de las carreteras. Así que Sra. G. Limón deje de inventar el
mundo y pregunte sobre lo que no sabe. ¿Imponemos la presencia de un ayudante de
conductor en los autobuses para que España sea un poco mas “different”?
En cuanto a los presidentes, lo único que puede sorprender
es que no haya metido en el paquete destitutorio al de Talgo, aunque sea una
compañía privada. Mira que las empresas públicas nos dan motivos para criticar
a sus responsables, pero en este caso poco se puede culpar a estos señores.
Desgraciadamente la seguridad total no existe, por lo que lo exigible es que se
apliquen los medios sobre los que hay un consenso internacional en que son los
razonables. Y esos son los que aplican nuestros ferrocarriles. Este accidente
se ha producido en uno de los muchos puntos de la red ferroviaria convencional
(en España es muy fácil distinguirla de la de alta velocidad porque tienen
anchos distintos, no hay ambigüedad posible) en que podría haber acaecido, y no
solo por reducciones de velocidad impuesta por las curvas (en España hay casi dos mil de radio igual o inferior a esa) sino por otras mas
complejas como las debidas a los desvíos en los que no es igual la velocidad admisible
en la vía directa que en la desviada, configuración que es evidentemente
variable. La casuística es compleja y no hay lugar aquí para abundar en ella, pero si
pretendemos extender a toda nuestra red el criterio de seguridad que algunos
propugnan que, en definitiva, no es sino inmunizar al ferrocarril de los fallos humanos, cautela que no está operativa en ningún sistema convencional del mundo (hay algunos pequeños servicios operados sin maquinista, especialmente en aeropuertos), prepárense para
pasar una buena temporada sin transporte ferroviario. Y a pagarlo bien pagado
¿De qué culpamos entonces a los presidentes de las compañías responsables de
vía y tren? Esto tiene nombre hace mucho y se llama buscar cabezas de turco.
Algunos, entre los que se encuentra un sr. llamado Calleja
que tienen en Cuatro para opinar de lo que sea, una especie de supuesto oráculo del
sentido común al aroma de “la gauche”, han encontrado en la posterior
instalación de una baliza la justificación de que debía haber estado colocada
previamente. Pues sí, pero no, igual que cuando se pone barrera a un paso a
nivel que antes carecía de ella en el que ha habido un accidente no deja de ser
un ejercicio de cosmética unida a una precaución ante un inasumible segundo accidente en el mismo
punto. Entretanto la cosa sigue igual en otros muchos lugares sometidos a las mismas circunstancias. Recordemos, además, que la baliza instalada limita
transitoriamente la velocidad de paso muy por debajo de la anteriormente
autorizada a unos técnicamente injustificados 30 km/h. Una cautela claramente excesiva. Por supuesto que es bueno que se incrementen
las medidas de seguridad, mejorables ad infinitum, pero la cuestión a dilucidar
es si la situación anterior era negligente. Ya hemos indicado en nuestro anterior apunte sobre este asunto que ni siquiera los en cuestiones de
seguridad habitualmente quisquillosos sindicatos, habían objetado lo mas
mínimo. Y es que el inglés tiene una
frase que viene bien al caso, “shit happens”, y ocurrió.
Volvemos pues al pensamiento emocional, ¿cómo va tener toda
la culpa un sr. que se ha desgraciado el resto de su existencia? Igual que un
grupo de familiares de víctimas del accidente de Spanair cuyo quinto
aniversario tuvo lugar hace pocos días manifestaban que acudirían a Estrasburgo
a reclamar Justicia. Inadecuado uso del lenguaje, lo que quieren es que les den
la razón, que es otra cosa, y en este caso por motivos poco altruistas, hay
mucho dinero en juego si se condena al fabricante del avión. ¿Cómo van a ser
culpables unas personas a las que les ha costado la vida? Pues sí, porque
incumplieron, quien sabe si confiados en la eficacia de los sistemas de alerta que desgraciadamente aquel día estaban parcialmente inutilizados, una rutina inexcusable en la que piloto y copiloto deben comprobar
sobre una lista escrita, nada de fiarlo a la memoria, que la configuración de
despegue es correcta. Y no lo era.
Volvemos a nuestro tren aunque buscando la analogía con el
avión anterior ¿Y el día que se averíe
una de esas indispensables balizas?¿Imaginamos que un maquinista actúe confiado
en que ese dispositivo se encargará de moderar la velocidad del tren?¿Cómo no
había un dispositivo que avisara al maquinista de esa avería? Otro presidente
para casa. Pero nos tememos que estamos entrando en un bucle de sistemas de
seguridad que tiende a infinito.
Nos queda una duda sobre los recodos del pensamiento
emocional: ¿habría solicitado lo mismo la Sra. G.Limón si el presidente de Adif
fuera su hermano? Reconocemos que también nos intriga bastante saber qué habría
salido de los labios de la diputada madrileña si hubiera tenido una hija llamada
Marta del Castillo o Sandra Palo.
Lo triste es que si no repite en la listas del PP, lo que es
harto probable, no será por insensata sino por haber criticado la posición de
su partido.
Vamos a ir madurando la creación de una plataforma pro
implantación de las “pruebas de estrés” para los candidatos políticos. Además,
los derechos de emisión de las tomas con cámara oculta podría servir como
legítima financiación de las campañas de los partidos con el consiguiente
alivio de las arcas públicas.
Nota: Sofi Siete no tiene nada que ver con Renfe ni con Adif. Sí le gustaría estrechar lazos con D. Sentido Común.
Nota: Sofi Siete no tiene nada que ver con Renfe ni con Adif. Sí le gustaría estrechar lazos con D. Sentido Común.
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