Érase una vez un rey que apenado por los muchos de sus amados súbditos que habían tenido que marcharse a territorios extranjeros para ganarse la vida, propuso un plan para repatriar a los cien emigrados considerados más sabios. A tal efecto, discurrió
ofrecer a esa selecta centuria un contrato que garantizaba un muy digno sueldo durante una década a cambio de que esa élite aportara sus
conocimientos a la mejora del Reino. Como las reales arcas estaban exhaustas y
no podían permitirse el desembolso que el plan requería, decidió crear el “impuesto para repatriar a los cien sabios”, el IPR100 (todo buen impuesto debe tener una codificación algo abstrusa). Una cantidad equivalente a lo que hoy serían poco más de dos euros por habitante al año.
A pesar de lo reducido de ese importe, la mala situación económica que causaba
numerosas situaciones de necesidad provocó un levantamiento de los ciudadanos para rechazar el incremento de los impuestos, que finalmente desembocó en la deposición del
monarca.
En la posterior confusión, se hizo con el poder un astuto personaje
llamado Floridrid que había medrado a
la sombra del depuesto régimen. Para alegrar a sus entristecidos súbditos decidió
que una buena solución sería conseguir hacerse con un prodigio conocido como “La Rejojoya”, cuya simple contemplación estaba seguro
de que llenaría de contento al pueblo y le haría olvidarse de sus cotidianas
miserias. A tal efecto, dictó una enrevesada norma que disponía la creación de un
hermoso palacio destinado a exhibir los Tesoros del Reino. Para financiar su
construcción y la compra de "La Rejojoya" que allí sería expuesta se estableció una tasa
sobre los carteles de las panaderías que el preámbulo de la norma presentaba
como “una oportunidad para que el gremio que alimentaba al pueblo también
pudiera contribuir a enriquecer su espíritu”.
Los panaderos, tras valorar que carecían de la capacidad de movilización
necesaria para conseguir cambiar esa norma, la aceptaron con resignación y
acordaron encarecer las barras de pan para hacer frente a la nueva
exacción. Dadas las comentadas penurias que pasaban los ciudadanos, la subida del
precio del pan no fue bien acogida, pero lo cierto es que al cabo
de un mes ya nadie hablaba del asunto. A fin de cuentas apenas suponía tres céntimos diarios por familia (apuntemos que la media de
hijos era en aquel entonces superior a dos; este cuento tien cuadre contable).
Y así es como el pueblo de aquel legendario Reino pudo al fin disfrutar
de la contemplación de “La Rejojoya”, hecho que incrementó sobremanera la popularidad
de Floridrid.
Las estadísticas no detectaron, en cambio, aumento alguno del ISFAPF, Indicador Sintético de la Felicidad del Amado Pueblo de Floridrid, pero sí un recrudecimiento de la emigración.
Las estadísticas no detectaron, en cambio, aumento alguno del ISFAPF, Indicador Sintético de la Felicidad del Amado Pueblo de Floridrid, pero sí un recrudecimiento de la emigración.
Nota sobe la
historicidad del relato: la primera parte es pura ficción, coincidirán con nosotros en que no
hay rey que se juegue el trono con tan peregrino plan, pero la segunda está
basada en los pergaminos encontrados en las excavaciones arqueológicas de la ciudad de Gianatos Beuberna en los que se narra como consiguió Floridrid llevar
a su Reino “La Rejojoya”.
Pregunta interpretativa: ¿ vd. en qué panadería suele ver los partidos de fútbol?
(*) Agradecemos a los humoristas de Martes y Trece el
préstamo del palabro, tomado de su película “El robo de la Jojoya” (1991), que inspira el nombre del prodigio que da nombre al relato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario