“Permítame que me reste del dolor de los británicos que a
estas horas sienten la muerte de Margaret Thatcher”, comienza con una chispa de ingenio, o de lecturas, su ¿necrológica? de ayer Javier Cuervo. En ella se suma al club de usuarios del sentimentalismo del vasito
de leche, cuya supuesta retirada fundamenta, además, en un hipotético resabio basado en
el origen de la modesta economía familiar de la llamada “dama de hierro” (sus padres regentaban un pequeño comercio “que podría haber vendido más leche si no la hubiera regalado
el Estado”).
Con los personajes controvertidos que llevan tiempo
retirados de la primera línea cabe prepararse las cosas con antelación, porque
la parca al final a todos visita y, como algunas necrológicas son inevitables, se cuida que las prisas propias de las
redacciones de prensa propicien tópicos e inexactitudes, amén de una cierta exacerbación de las emociones. Como nunca es tarde
para descubrir la verdad, le bastaría leer las tribunas del propio periódico del que
es uno de los redactores-jefe para descubrir que el columnista Eduardo Jordá
también compartió ese error, pero, como el mismo reconoce, consiguió librase del
mismo con la sencilla receta de informarse más y poner más distancia con los malvados prejuicios
de los que ninguno estamos a salvo.
Dicho esto, no vamos a constituirnos en los defensores de la
controvertida figura de Thatcher porque doctores tienen los partidos conservadores (aunque en España no tantos). Pero tenemos para nosotros que esta sra. no haría todo tan mal como nos recuerdan
las crónicas de los medios más próximos a la izquierda, ni tan bien como nos
cuentan los más afines a la derecha. Y es que ayer nos entró la duda de si
no se habrían muerto dos Margaret Thatcher diferentes (no nos atrevemos con el
familiar Margarita que aplica Cuervo en su titular; a nosotros ya
nos preguntaron una vez ¿cuándo hemos comido vd. y yo juntos? Y no es el
caso).
Desde esta Asturias carbonera y también un punto su más sencillo anagrama, echamos en falta una aproximación de la intelectualidad local por vía de afinidad, porque fueron
los sindicatos mineros el oponente “contra” el que comenzó a forjarse el
estereotipo ángel-demonio de la Thatcher. Y por aquí también sabemos algo del poder
de estas organizaciones cuyo líder más señalado acaba de apearse de la poltrona, ojo al dato, por razones de salud, tras 35 años de inquilinato (en Los Madriles andan revueltos por la renovación de Cándido que sólo lleva 20). Por algo el redondeo "40 años" es un modismo verbal en el castellano que hablamos en España. Dejemos a los economistas que nos cuenten que ha sido de la evolución de
la riqueza de aquel país que llegó a vivir la carestía energética del "Three-DayWeek" y que está siendo de la de este trozo de solar ibérico tan infecundamente regado
con los llamados "Fondos Mineros". No descarten que algunas de las crónicas sobre estos
últimos acaben en los estantes de la sección de humor, subsección negro, de las
librerías.
Cuando el sectarismo es sincero, con ese punto de irracionalidad que puede ayudar a comprenderlo, cabe mirar para otro lado. Pero que triste es el dictado por el mero deseo de complacer a un sector de la clientela. Ese marketing no nos gusta.
Cuando el sectarismo es sincero, con ese punto de irracionalidad que puede ayudar a comprenderlo, cabe mirar para otro lado. Pero que triste es el dictado por el mero deseo de complacer a un sector de la clientela. Ese marketing no nos gusta.
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