Vaya por delante que por aquí estamos encantados con la vuelta al fútbol
de Éric Abidal, jugador que con su inclusión durante veinte minutos en el equipo del
Barcelona que jugó frente al Mallorca el pasado sábado ha culminado en un año
la recuperación de su grave dolencia hepática. Pero congratularse por ello no
exige caer en los topicazos que hemos visto este pasado fin de semana con
calificativos como “ejemplo de superación”. Estos excesos se encuadran en el
imperante culto a los deportistas de élite que cursa bien alimentado por las extensísimas secciones
deportivas de los noticiarios, que en alguna cadena son bastante más largas que todo el repaso
del resto de la actualidad. Ya lo dijo un famoso tuerto: ¡muera la
inteligencia! Caminito vamos.
Creemos sinceramente que Abidal es un ejemplo tanto de lo que ayuda a superar la enfermedad tener un gran
físico, no en vano el suyo le valió el sobrenombre de el keniata, como de los avances
que ha conseguido la medicina que permite fantásticas recuperaciones tras
intervenciones tan severas como un trasplante de hígado.
Seguro que el proceso de recuperación del futbolista ha sido
duro, pero, con todos los respetos, no es un ejemplo de superación. Sin salirnos
del mundo del deporte, sí lo es, por
ejemplo, el caso del piloto italiano Alex
Zanardi, que sufrió durante una carrera de la Champ Car celebrada en 2001 en
el autódromo alemán EuroSpeedway un
gravísimo accidente que estuvo punto de costarle la vida y se saldó con la
amputación de ambas piernas. Ni así perdió la fe en su recuperación y es
célebre su imagen saliendo del hospital portando en la mano una piña, el símbolo de la suerte que lució en su casco durante su carrera como piloto. Un auténtico ejemplo de superación, Zanardi volvió a pilotar dotado de unas prótesis y hasta
consiguió una medalla de oro en los Juegos Paralímpicos de Londres 2012.
Otro gran ejemplo de superación es Spencer West, un niño sobre el
que los médicos le dijeron a sus padres que nunca sería capaz de sentarse. Pero
26 años después escaló el monte Kilimanjaro en una ascensión de siete días que realizó en un 80 % desplazándose con sus manos.
Hay muchos más casos con superiores méritos para
merecer el citado calificativo, para descubrirlos basta hacer un poco más de periodismo y un
poco menos de bustoparlanteo. Desde Vetustideces castigamos solemnemente a los
periodistas que han incurrido en este exceso, incluida una asturiana de Cuatro (este tic es una secuela de nuestra condición de lectores habituales de LNE, pedimos disculpas a nuestros lectores no asturianos), a ver en meditativo
silencio “El milagro de Anna Sullivan” (1962) del director Arthur Penn.
Nuestra más sincera enhorabuena para Abidal y Gerard. Y es que habría sido imperdonable el olvido de quien también es un ejemplo, en este caso de solidaridad: el primo del trasplantado llamado Gerard que le donó parte de su hígado.
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