miércoles, 2 de septiembre de 2015

Animales que prestan su nombre (I)


El uso metafórico de las denominaciones animales está tan instalado en nuestro lenguaje que no es posible abordarlo más que muy parcialmente en un simple apunte de blog. Tendrá que ser otra ocasión cuando abundemos sobre los congéneres a los que nos referimos como burros, zorros y zorras (ojo, que a veces el género es determinante en el significado; otro ejemplo es elefanta, utilícese con artículo determinado), borregos, cotorras, cerdos, esquiroles (aquí entra en juego el catalán), topos, rémoras, pulpos e incluso hasta algún que otro cabrón como el renombrado Luis. Pero hoy tan solo vamos a repasar algunos objetos o cosas que reciben nombres de animales. 

Y vamos a comenzar advirtiendo que la hembra del puerco no está en el origen de los pelos gruesos que llamamos cerdas. Es mera homonimia, del mismo modo que grillarse no tiene procede del nombre del insecto por mucho que la expresión “jaula de grillos” invite a la asociación de ambos términos. Advirtamos también que los toldos que denominamos carpas toman su nombre de una palabra quechua y no del pez de agua dulce, aunque la posición corporal que llamamos carpada, la cual no está por cierto en el Drae, procede de la traducción literal del inglés pike cuyo origen es incierto y podría estar relacionado con otros significados de ese término.

Como ya hemos citado al pulpo, bien podemos dejar de hablar de las palabras que no se ajustan al título y continuar con ese octópodo cuyo nombre aplicamos a los cordones elásticos que se emplean para sujetar bultos, típicamente a las bacas de los vehículos.


También son los característicos brazos los que justifican que llamemos arañas a las lámparas más aparatosas que, curiosamente, nuestros académicos definen como “especie de candelabro sin pie”. No se lo discutimos, pero nos parece mejorable.


El origen de las denominaciones animales las más de la veces obedece a una afinidad morfológica. Por ello cabe especular sobre cual habría sido el nombre del dispositivo apuntador que llamamos ratón si cuando fue presentado a finales de los años sesenta hubiera estado más desarrollada la tecnología de comunicación inalámbrica, es decir, si el artefacto no hubiera tenido cable.
Primer ratón presentado en 1968: no faltó
 imaginación para ver ahí un roedor
Lo cierto es que se patentó con el impracticable nombre de "X-Y Position Indicator for a Display System", así que la analogía animal casi inevitablemente ha prendido en todos los idiomas, aunque en algunos como el italiano se ha instalado con su nombre inglés mouse (ratón en italiano es topo y su diminutivo topolino fue el nombre de un popular coche fabricado por Fiat, aunque el animal-marca más popular que nos ha legado el italiano es la avispa, vespa en ese idioma). 

Una excepción a los orígenes basados en el parecido formal es el de la chicharra, una evolución con influencias onomatopéyicas de la palabra cigarra que utilizamos para referirnos a ciertos timbres. Un término que, sin embargo, el argot policial aplica a los discretos, y al efecto nada ruidosos, micrófonos infiltrados.

Nos vamos con los orígenes que son un híbrido de función y forma. Llamamos caballete a unas cuantas cosas, de hecho es una palabra que tiene 14 acepciones en el Drae, pero aplicamos preferentemente el término a una diversidad de soportes y, en particular, a los que utilizan los pintores para colocar sus lienzos por más que habitualmente tengan tres patas. Y ya se sabe que, traumatismos aparte, el único animal capaz de tener esas tres patas es el pato. 


En ocasiones también se aplica el nombre de caballete a las más apropiadamente llamadas borriquetas que están recién ingresadas en el Diccionario donde, hasta ahora, esos artilugios tan solo estaban registrados como borricos. Cuando una pareja de ellas soporta una viga o un tablero forman un conjunto llamado asnilla. Seguro que habrán comido en alguna utilizada como improvisada mesa.


El potro, por su parte, da nombre a diversos aparatos utilizados con fines tan diversos como la gimnasia, la tortura, el herrado o las reparaciones mecánicas. Hasta las camillas de parto recibieron antaño ese nombre.

No recoge el Diccionario el habitual uso de caballito para describir la acción de colocar la moto sobre una sola rueda, pero un diminutivo francés del caballo, bidet, ha pasado a denominar, españolizado como bidé, el pintoresco lavabo auxiliar que permanece sin uso en muchísimos cuartos de aseo. El que con sorprendente lentitud va dejando de instalarse en los nuevos pisos que se construyen.

Es curioso como el asinus latino ha quedado prácticamente irreconocible en la palabra inglesa easel que es el equivalente a nuestro cabellete, el chevalet francés o el cavalletto italiano. En esto los ingleses, tan aficionados ellos a la hípica, han ido por libre. Por su parte, el caballo también trabaja en nuestra lengua con su aumentativo caballón que es el lomo de tierra que se forma entre dos surcos, como los que se producen al arar.


El asno es más comúnmente llamado burro, una denominación que damos a una diversidad de soportes y que concretamente en México se aplica a la tabla de planchar. Por contra el diminutivo
burrito es un popular plato de su cocina que se elabora enrollando una tortilla de harina de trigo rellena de carne y otros ingredientes. En la España actual burro se usa de forma preferente para referirse a los bastidores que se utilizan como perchero, mientras que su hembra sirve de castiza referencia a la moto. Ya se ve como los équidos tienen un trabajo intensivo dando nombre a toda una diversidad de montajes utilizados para apoyar o sujetar cosas. Ello a más de estar en el origen tanto del despectivo uso de burro como del apreciativo caballero. Estos cuadrúpedos valen para casi todo, y es que hasta dan nombre a la muy adictiva heroína que contrabandean desde lejanos países humanas mulas que se la juegan cargando con el caballo.

El nombre italiano de la mula tuvo notable uso en la Fórmula 1, ello cuando estaba autorizado disponer de un coche de reserva al que se denominaba con el diminutivo mulletto convertido aquí en muleto. Bien vigente sigue, en cambio, el uso del diminutivo femenino muleta para designar los bastones de apoyo con los que se ayuda quien tiene dificultad para andar y, también, al engaño taurino que tomaría su nombre del palo con que los toreros soportan la tela.

Quienes carecen de soltura expresiva también buscan sus apoyos, en ese caso verbales, utilizando las llamadas muletillas. La muleta taurina también ha dado uso a ese doble diminutivo (mula / mul -eta / -mul -et -illa) para designar a la desaparecida figura de quienes saltaban a la plaza en busca de una oportunidad.

Gamuza llamamos a cualquier piel, no solo a la de los también llamados rebecos o sarrios, que presenta una textura aterciopelada, aunque para esa acepción está más extendido el uso de la palabra ante. Por extensión también es la denominación de los tejidos de aspecto similar y, en particular, de las bayetas hechas con ellos. Adicionalmente, gamuzado es un nombre dado al color amarillo pálido.

Los anatomistas también han encontrado alguna analogía animal en nuestro cuerpo y, por ejemplo, denominan pata de ganso a un tendón triple de la rodilla, pero habíamos quedado en no inventariar denominaciones compuestas. Sí que cumplen nuestras restricciones el hipocampo cerebral, cuyas curvadas formas se asemejan a las del también llamado caballito mar, o el caracol que da nombre a las cavidades del laberinto del oído que tienen forma espiral. Un nombre que también dan los ingenieros a los conductos de algunos de los artefactos que diseñan tales como los de ciertas turbinas. Sin embargo, la referencia constructiva más frecuente a esos gasterópodos son las escaleras a las que damos su nombre, pero no podemos entrar hoy en denominaciones compuestas porque ese es un muy extenso territorio. Sirva como ilustración que tan solo hablando de ojos encontramos en el diccionario los de boticario (solo irracionales hoy), buey, perdiz, tigre, gato, pollo, gallo, sapo, carnero, cangrejo, besugo y pescado. Y no está el de pez que da nombre a ciertos objetivos de gran angular.


No son precisamente los anatomistas quienes están detrás de los diversos eufemismos y disfemismos animales aplicados a los genitales, como en el caso de los femeninos ocurre con conejo, chirla (en Cuba chocha) o almeja. Y eso que es notable que, en el caso de los bivalvos, en países como Argentina les basta con una de sus conchas

Uno de los mencionados en el párrafo anterior nos trae a la memoria que en México usted pude pedirle a una dama que le enseñe el conejo sin que ello resulte grosero. Y es que allí ese animal da nombre al bíceps braquial, por lo que esa petición equivale a una invitación a "sacar bola".

Para finalizar esta primera entrega explicativa de un par de docenas de términos que nos prestan muy diversos animales, vamos a recordar que algunos de los usos genitales que de ellos hacen los idiomas inglés y francés ya fueron objeto de dos pasados apuntes ampliamente ilustrados (uno y dos).





No hay comentarios:

Publicar un comentario