El español se desmarca del resto de idiomas del planeta en
la denominación vulgar que aplica a las variedades más comunes y hermosas de los
lepidópteros, los insectos que Linneo
caracterizó por sus alas (pteras) cubiertas
de escamas (lepidos). No estuvo en esto
muy poético el sabio sueco y al final se nos ha quedado sin uso científico la
palabra calóptero (de hermosas alas),
aunque tenemos que admitir que algunas feas polillas y siniestras esfinges también
pertenecen al género Lepidóptera. Damos
por hecho que la película “El silencio
de los corderos” (“de los inocentes” en Hispanoamérica) les habrá puesto al
corriente de las calaveras que lucen algunas Acherontias.
Los expertos suelen establecer la etimología de la palabra mariposa
en antiguas canciones infantiles en las que se las instaba a detener su vuelo al
son de “María pósate…”, y no seremos
nosotros quienes lo discutamos revelando por el camino una infancia poco
cantarina. Los idiomas de raíz sajona las nombran, en cambio, a partir de su habitual revoloteo en busca de extraer alguna gotita de los recipientes con leche. Se ha producido así etimologías
que incluso llegan a entroncar con leyendas que las convierten en brujas
disfrazadas. El alemán utiliza schmetterling, emparentada con la palabra checa smetana
que significa crema o nata, mientras que el inglés recurre al bastante feo descriptor
mosca de la leche, butterfly, cuyo
origen busca el Diccionario Oxford en el neerlandés arcaico boterschijte. Este término reflejaría el
parecido de los excrementos del insecto con la mantequilla dando lugar a un butter-shit posteriormente suavizado a butter-fly. Retorcidillo y cochinete,
pero con los británicos nunca se sabe.
El latín papilio,
acusativo papilionem, ha dado lugar
al francés papillón y al catalán papallona, mientras que el italiano utiliza farfalla, término de origen posiblemente onomatopéyico basado en el
batir de las alas cuyo plural farfalle
ha alcanzado cierta difusión internacional como nombre de una popular
presentación de la pasta que también llamamos lazos. Es curioso que una forma
similar utilizada como adorno, generalmente por los
caballeros, es en italiano una “cravatta
a farfalla” y en francés “noed
(nudo) papillon” o símplemente “noed pap”, mientras que en español resulta
ser una pajarita.
También del latín procede la denominación portuguesa borboleta, aunque en este caso creada a partir de belbellita, palabra derivada de bellus
(bueno o bonito) que el gallego ha metatizado en el espléndido bolboreta. Una palabra que cuando Wenceslao Fernández Florez publicó su
hermosa novela homónima en 1917 se escribía Volvoreta, apodo de la sirvienta, Federica por bautismo, que iniciará al
señorito en el amor. Entre los idiomas hispanos tampoco es desdeñable la
eufonía de la palabra vasca pinpilinpauxa
que suele aparecer en los repertorios de términos más bellos del eusquera junto
con su sinónimo tximeleta.
El idioma mesoamericano náhuatl ha contribuído al español de
México con su papalotl devenido papalote. Sin embargo, este vocablo ha pasado a utilizarse
con preferencia para denominar a los artefactos voladores que por aquí llamamos
cometas y que, por una probable falsa etimología, se han convertido en Honduras en papelotes.
La mariposas no sirven para denominar la tipología de válvulas
de uso más frecuente para regular el paso de fluídos, el agua en casa y el aire
en los cada vez menos utilizados carburadores, también un estilo de natación y
significativamente, por lo que tiene de cultismo no muy bien comprendido, el
llamado “efecto mariposa”. Es socorrido
despachar la explicación con un sentencioso "el aleteo de las alas de una
mariposa puede provocar un Tsunami al otro lado del mundo", aunque la cosa
tiene bastante más enjundia y no son tantos los que son conscientes de que los
sistemas denominados caóticos son deterministas. O sea, que por mucho que las
consecuencias pueden ser muy dispares ante pequeños cambio de las condiciones iniciales,
una vez establecidas estas el resultado es perfectamente previsible. Lo contrario
de lo que ocurre en los sistemas estocásticos en los que influye el azar. Tranquilos
que no seguimos por ahí.
El “efecto mariposa”, que ya fue utilizado en 1995 por Fernado Colomo como título de una película,
fue bautizado así por Edward Norton Lorenz (1917 –2008), no por
las hipotéticas consecuencias climáticas del aleteo de un insecto, sino
porque los modelos meteorológicos que estudiaba a comienzos de los años sesenta
daban lugar a representaciones gráficas con formas asimilables a unas alas de mariposa.
Véase una pareja de esos diagramas que, de paso, nos sirven para ilustrar lo que
decíamos sobre los efectos de un pequeñísimo cambio en las condiciones iniciales,
en este caso una absolutamente imperceptible diferencia en la posición de
partida:
Obsérvese que una de las principales particularidades de
estos sistemas es que la desviación del comportamiento puede tardar bastante en
manifestarse. Pero no son los únicos que gozan de esa particularidad de
alcanzar situaciones muy dispares ante pequeñas variaciones de las condiciones
iniciales. La caída de una gota de agua sobre el pico Tresmares fronterizo entre Cantabria y Palencia no es un fenómeno
caótico, pero una ligerísima brizna de aire puede ser determinante para que esa
pequeña cantidad de agua acabe en el mar Cantábrico (por el Nansa), Atlántico
(por el Duero) o Mediterráneo (por el Ebro). Casi nada. Y sepan que es el único
punto de España con esa notable propiedad.
Tampoco parece que podamos servirnos de la Teoría del Caos para explicar por qué
una infracción de estacionamiento que desembocó en una severa “pérdida de olla”
por parte de Esperanza Aguirre puede
ser decisiva para determinar el signo político del próximo alcalde o alcaldesa
de Madrid. Pero estamos convencidos de que así va a ser. Al tiempo.
Y es que el citado asunto es más complejo porque, como
decíamos, la ventaja de los sistemas caóticos es que son deterministas, pero en
cuanto entran en juego los humanos los fenómenos inevitablemente se convierten
en estocásticos. Y qué mal entiende el azar el común de los ciudadanos. Seguro
que no dudan de nuestra palabra cuando les decimos que tenemos una amigo que
ganó trece veces seguidas apostando al rojo de una ruleta, pero menudo mosqueo
tiene casi todo el mundo con las dos muertes acaecidas en pocas horas en detenciones
practicadas por los Mossos que, además, se juntan con otro sonado suceso ocurrido meses atrás. “Demasiada casualidad”
editorializaba ayer El País. Pues a lo mejor sí. ¿Por qué no dar tiempo al menos
a las autopsias para pronunciarse? Estúpido tic nacional ese de tratar sistemáticamente
a los policías como presuntos culpables, hasta Dª Esperanza parece que se nos hubiera cambiado de bando en su arrebato.
Eso sí, la contrapartida es que los excesos policiales deben ser sancionados
con máximo rigor.
La pena es que, entretanto, el dirigente que Alfonso Guerra
calificara de mariposón sin que
mediara objeción por parte del Tribunal Supremo, recordemos que archivó una denuncia del PP en base a la polisemia del término (reseña de El País) aunque la Real Academia se empeñe en circunscribir la aludida inconstancia al ámbito amoroso, sigue desembarazándose de figuras crítica
tan necesarias para “desectarizar” el partido que nos gobierna. Y ya nos hubiera
gustado decir partido que sustenta al Gobierno, pero por deseable que sea
no habría sido cierto.
El caso es que la variante impropia del efecto
mariposa acaecida en la Gran Vía parece que va a jugar a favor del mariposón, de la señora con nombre de parque nacional y, paradójicamente,
también del Psoe madrileño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario