Anticipamos el inicio de nuestro habitualmente sabatino recorrido por las cuestiones de interés lingüístico que nos parece interesante participar a nuestros visitantes porque esta semana resulta más extenso de lo habitual y nos parece conveniente dividirlo en dos partes. Lo comenzamos, como tantas veces, con la última entrega de la sección de Álex Grijelmo en El País que en esta ocasión se titula Los “pósit” se inventaron por casualidad. Su nombre me recuerda algo. Un artículo que reproducimos íntegro como anexo para disfrute de quienes no sean suscriptores del diario madrileño y nos limitamos a ilustrar, sin más comentario, con la evocación del cuento de Pulgarcito de Arnie Levin en la revista The New Yorker del 22/5/2000.
Amnistía es el tabú del momento en el socialismo español, como bien se han encargado de apuntar en recientes viñetas tanto Sansón como Miki y Duarte, mientras que Vergara lo hace hoy mismo aprovechando para cubrir con tan menor cuestión formal la cuota que pruebe que el humor de eldiario.es también se encarga ocasionalmente de Sánchez. Enlazamos, como complemento, la visión de Vicente Vallés que asimismo incluye una referencia al cantoso eufemismo "acontecimientos del procés".
Los “pósit” se inventaron por casualidad. Su nombre me recuerda algo
El principio científico que permite pegar y despegar un papel cientos de veces, mediante una película adhesiva fijada a su banda superior, se descubrió en 1970, fruto de la casualidad. Ocurrió en un laboratorio de la empresa 3M, multinacional norteamericana de equipamiento industrial, donde el químico Spencer Silver buscaba un pegamento muy fuerte y logró uno muy débil; tan débil, que permitía despegar lo pegado con la acción de un simple dedo. ¿A quién le iba a interesar eso?, se preguntó. Y guardó el hallazgo en un cajón.
Un día de 1980, Art Fry, compañero de Silver en el laboratorio de Minnesota y que cantaba en un coro de iglesia, empezó a hartarse de que se le cayeran los papelitos que insertaba en su cuaderno de partituras a modo de marcapáginas. Y recordó el invento que le había oído explicar a su colega.
Días después, ambos científicos comenzaron a desarrollar esos papeles amarillos impregnados parcialmente de pegamento, que al desadherirse de una hoja no dejaban rastro ni daño, y los usaron entre sí para dejarse notas. ¿Por qué en amarillo? Porque les sobraba ese tipo de papel en la oficina. Después los distribuyeron por la propia empresa, con gran alborozo de los empleados, y ahí empezó todo.
El producto se denominó Post-it. Esta palabra se desgaja, obviamente, en post (“correo”, pero también “enviar por correo”, “anunciar” o “difundir”) y el pronombre neutro it (“ello”, “lo”, “esto”...). Por tanto, podríamos traducir la marca como “Publícalo”, “Difúndelo”. Habría encajado mejor, visto a toro pasado, llamarlos Remember-it (recuérdalo). Nosotros lo habríamos traducido como “recordatorios”, pero a ellos les habría parecido muy largo.
Millones de personas usan ahora esos papelitos; en el trabajo, en el hogar, en las partituras del coro… Quizás también por mero postureo: una mesa repleta de papeles amarillos da idea de hiperactividad.
Y por ese camino, de chiripa en chiripa, hemos llegado a ver por todas partes los llamados post-its, de difícil pronunciación para castellanohablantes, sobre todo en el plural.
Cuando un anglicismo deja de asociarse a algo prestigioso, elitista, cuando ya se halla al alcance de todo el mundo, se suele adaptar al castellano y a su escritura (pasó con “fútbol”, por ejemplo). Los usuarios empezaron a decir “pósit”, y así los pedían en las papelerías, donde los entregaban sin problema pese a que en el papel que los envuelve se leyese “Post-it”.
En 2014 (34 años después de la comercialización), las academias llevaron al Diccionario la entrada “pósit”, con preferencia frente a post-it (en cursiva), vocablo también incorporado como nombre común.
Este paso de una pronunciación a otra se denomina “síncopa”: la supresión de algún sonido dentro de una palabra. Un proceso que ha alterado muchos términos en su tránsito desde el latín (por ejemplo, de regula y de tabula, ambas con acentuación esdrújula, salen “regla” y “tabla”); y que, como vemos, continúa activo. Así también, desde WhatsApp se han construido “wasap” y “guasap”, en este caso tal vez sin fijación suficiente aún, ni entrada en el Diccionario.
El genio del idioma sigue aplicando sus reglas evolutivas, tantos siglos después, pero lo hace cuando las palabras se extienden finalmente y forman parte de un vocabulario general, cuando por ser de todos no las reclama nadie para sí. Y no de la noche a la mañana ni a voluntad de unos pocos.
Coloqué un pósit en la nevera para recordar que debía explicar todo esto.
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