El Martes Neológico, esta semana a cargo de Samanta Górnicka, se ha ocupado de retromanía, la denominación dada al hábito de aferrarse al pasado y mitificarlo. Un fenómeno relacionado con el revival y el vintage, que son neologismos ya tratados en esa sección del Centro Virtual Cervantes (a la que por fin vemos insertar hiperenlaces).
Destaca la autora la productividad del elemento compositivo -manía (añadimos que aparece en 29 lemas del DLE; excluimos del cómputo calcomanía, germanía, romanía y trujamanía en que no interviene como tal) que puede aportar el significado de «hábito patológico», el más próximo al sentido original del étimo griego, y también el de «inclinación excesiva» (grafomanía) o «afición apasionada» (beatlemanía), significados no siempre fáciles de deslindar que en casos como el de la tratada retromanía se presentan combinados.
Vamos con otro neologismo. La viñeta de Nani [Adriana Mosquera] en el diario 20 minutos del lunes nos invita a recordar que mansplaining fue objeto de un Martes Neológico de septiembre de 2022 y nos invita a recordar la viñeta de Santy Gutiérrez del 8-M de 2024, así como la de Flavita Banana del 10/2/24.En relación con ese anglicismo que ahora no escuchamos con mucha frecuencia, procede apuntar que en septiembre de 2016 dimos cuenta del artículo “Deja que te explique qué es el mansplaining” publicado en el desaparecido suplemento Verne del diario El País. Una exposición oportunamente ilustrada con 'The Holdout' de Norman Rockwell (The Saturday Evening Post 14/2/1959) que Jaime Rubio Hancock concluía preguntándose si no estaría incurriendo el mismo en metamansplaining.
Cachitos
- Las leyes de la memoria histórica han hecho del franquismo una fruta prohibida y no sorprende que haya jóvenes que al morderla se sientan campeones del librepensamiento. Juan Claudio de Ramón en Opinión personal sobre Franco
- El hombre que se niega a envejecer suele cortejar una rebeldía impostada. A todos nos ha pasado. Creer que el rock, o cierta estética indie —que se lo digan al presidente— conserva algún halo de vanguardia es el aviso de que ya estamos llegando tarde. Diego S. Garrocho en Hombres que envejecen
- Y en materia nominalista no cabe dudar de la abrumadora superioridad del sanchismo. A la mentira y el incumplimiento de promesas los llama el presidente cambios de opinión en su lenguaje alternativo; al cupo fiscal catalán, financiación singular; a la justicia, venganza; al relator, acompañante; al rearme, salto tecnológico; al toque de queda, restricción de movilidad, al fraude de los ERE, error administrativo. No son eufemismos, es una realidad paralela creada mediante artificios lingüísticos. Ignacio Camacho en El texto, el contexto y el pretexto
- La francoturra ha sido tan insufrible en las dos últimas décadas -de Zapatero a Sánchez- que al ARN juvenil ha terminado desarrollando tolerancia a la sobreexposición de huesos de generalísimo. De modo que el paradójico efecto del antifranquismo en diferido de un PSOE avergonzado por su incomparecencia en la oposición a la dictadura está siendo la revitalización del franquismo sociológico. Jorge Bustos en Franco en permafrost
- Parece existir una relación directamente proporcional entre el fracaso del Parlamento en sus funciones constitucionales y la ferocidad con la que se expresan sus miembros. Igacio Varela en El regreso de la barbarie verbal a la política española
- Al final le asalta a uno la impresión de pasear –los medios, el CIS, el INE, la “memoria democrática”– por una realidad potemkin de la que los ciudadanos normales desconectan, como si evitasen contemplar un paisaje que les aburre. Jorge San Miguel en La realidad potemkin
- Para el alma adolescente, la reconciliación, por noble que sea, es un mito fundacional descafeinado, sobre todo porque la reconciliación impide el monopolio de la virtud. David Mejía en La izquierda no perdona al franquismo
- Todo el proyecto de la llamada memoria democrática, iniciado por Zapatero, tenía y tiene un objetivo táctico, el de deslegitimar a la derecha presentándola como continuadora disimulada de Franco y albacea de su herencia, y otro estratégico que consiste en una refundación subrepticia del sistema. Ignacio Camacho en Espiritismo político
- España no es un régimen autoritario y no lo será pronto. Pero el Gobierno de Pedro Sánchez ha dado algunos pasitos que recuerdan a la transición del liberalismo al autoritarismo. Ramón González Férriz en Buenas noticias: la separación de poderes sigue funcionando
Anexo
La expresión “cierre del Gobierno” se puede entender de dos maneras: o el Gobierno cierra algo, o alguien ha cerrado al Gobierno; o quizás el Gobierno se ha cerrado a sí mismo. Pero comprender su sentido pertinente en español requeriría de más contexto. Sabemos lo que es cerrar un comercio. Sin embargo, ¿cómo se cierra un Gobierno? La expresión carece de una historia en nuestra lengua y en nuestros sistemas políticos que permita formarse una idea acerca de qué se comunica con tales palabras. Y así como descodificamos en qué consiste cerrar una empresa, ignoramos qué implicaría la extraña decisión de cerrar un Gobierno. ¿Se quedarían todos nuestros ministros atrapados durante días en La Moncloa, o en la Casa Rosada, o en el Palacio de la Moneda, sorprendidos durante una reunión?
Los medios en español han hablado en dos etapas sobre el “cierre del Gobierno” de EE UU: hace casi siete años y ahora. Se referían a la situación provocada por el desacuerdo en el Senado a la hora de pactar la financiación de todo el entramado administrativo. En aquel país —ellos sabrán por qué— el presupuesto del ejercicio anterior (que vence en octubre) no se prorroga automáticamente si no lo sustituye otro, y eso causa que se cierre el grifo del dinero público y todo se vaya al garete. Museos cerrados, controladores en su casa, pagos que no se abonan…
Ese bloqueo, ya se ve, no es ninguna broma, porque además pone a 42 millones de personas en riesgo de hambre; un segmento de la población que recibe subsidios y en el que Trump ve mayoritariamente a votantes demócratas, quienes parecen importarle menos. Pero también deja sin cobrar a todos los funcionarios federales, que a los pocos días del cierre empezaron a acudir a los bancos… de alimentos.
La situación en 2019 (también con Trump) duró 34 días; y ahora han sido 43. Los demócratas rechazaban los presupuestos hasta recibir garantías de que no se esfumarán las ayudas sanitarias ni otras medidas sociales. Los republicanos respondían que sus oponentes pretenden subvencionar a los indocumentados. Esto último es legalmente imposible, pero les da igual. Finalmente, unos tránsfugas demócratas disolvieron el bloqueo.
Con ese panorama, ¿podíamos hablar de que se cierra el Gobierno? No. El Gobierno siguió tan campante. Lo que se cierra es la Administración, el soporte del sistema público norteamericano (y solo parcialmente, pues quedan a salvo los servicios esenciales, cuyos trabajadores seguían en sus puestos… sin cobrar).
En EE UU se tiende a identificar al Gobierno con la Administración, conceptos que nosotros diferenciamos con claridad. Allá Administration adquiere a veces el valor de “Gobierno”; y a su vez Government toma el significado de “Administración”. Por eso hablan de la “Bush’s Administration” o de la “Obama’s Administration”, que aquí se maltradujeron durante años como “la Administración Bush” o “la Administración Obama” (sin la preposición de). En el caso que nos ocupa, la forma original para denominar la situación es “Government Shutdown”; y en efecto, equivale literalmente a “cierre del Gobierno”, pero entre nosotros se entendería mejor como “el cierre parcial de la Administración”. O, mejor aún, “el cierre de la caja”.
Los recientes titulares al respecto nos infundieron una ilusión que enseguida se frustraba al leer las crónicas. El Gobierno de EE UU no había cerrado realmente. ¡Ojalá! Ni siquiera su presidente había cerrado la boca. 43 días de tranquilidad que habríamos ganado.
Nota. En la primera línea de este artículo se ha sustituido “locución” por “expresión” a raíz de una sugerencia del lector Miguel Escudero.


















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