El pasado sábado nos dejamos sin reseñar que el catedrático Salvador Gutiérrez Órdoñez puso conocimiento y método en el debate lingüístico de ese fin de semana. Ello por medio del artículo Sobre 'pilota', 'portavoza', 'miembra' y otros femeninos publicado en El Mundo.
En El País fue Álex Grijelmo quien se ocupó del asunto en la columna El lenguaje lo sufre todo. La comienza con un rotundo "La lengua española lleva mucho tiempo siendo torturada por la política, para ver si así confiesa sus culpas". Un artículo en el que también toca, aunque bastante por encima, la decisión de suprimir del castellano los topónimos tradicionales de Cataluña. Ello cuando los catalanohablantes siguen utilizando, con la lógica que se ha pretendido erradicar del idioma común de todos los españoles, “Saragossa”, “Lleó”, “Conca” o “Terol”. Sobre esto cabe recordar que en la quinta entrega de esta serie sabatina ya reseñábamos el artículo "Franco, Franco, Franco" en el que Javier Cercas refiere su interesante experiencia puigdemónica sobre esa cuestión.
El mismo asunto trata Toponimia y hecho diferencial, un artículo del filósofo Pedro Insua que rescata la palabra heterografía que Unamuno utilizó en el artículo Puerilidades nacionalistas publicado en el periódico madrileño Ahora el 11 de octubre de 1933. Lúcido recordatorio, el de Insua, de que utilizar La Coruña o Lérida convierte a quien los pronuncia en sospechoso de centralista, reaccionario, facha, fascista,...
Volvemos con Grijelmo para citar la observación del periodista sobre el efecto rebote de la insistente campaña duplicadora de términos que hace el lenguaje llamado inclusivo. Nos recuerda que, aunque sea innegable que ha contribuido a formar una conciencia sobre las cuestiones de género, no se puede olvidar que hasta las más exitosas campañas publicitarias caducan y pueden acabar creando rechazo por agotamiento.
El periodista burgalés publicó pocas horas más tarde, en su sección semanal 'La punta de la lengua', el artículo Evocaciones de Waterloo. Un escrito que reflexiona sobre el uso de pronunciaciones importadas de idiomas improcedentes, como ocurre con la dicción a la inglesa de Waterloo cuando los lugareños dicen vaáterloo. Aporta algunos otros ejemplos interesantes, como ese Máikel con el que masivamente se pronuncia el nombre de Michael Shumacher, ello cuando para sus compatriotas es Míjael, o la anglófona prosodia que habitualmente se aplica al, en esto agudo, Artur Mas.
Pero conviene no pasarse de purista. En este punto nos viene a la mente el debate de la moción de censura del pasado mes de junio en el que Pablo Iglesias corrigió afectadamente a Rivera advirtiéndole que no se pronuncia "Camus" sino "Camí". Una ciruelada que le valió una prosódica réplica del líder de ciudadanos: "No es Turá, es Solé Tura. No es un jugador de fútbol, es un padre de la Constitución".
Y tampoco podemos dejar de apuntar que el jueves hemos oído a Christian Gálvez, el presentador de Pasapalabra, pronunciar Weimar como uaimar. En un programa dedicado a la lengua, estas cosas duelen.
Cabe añadir que Grijelmo cita algunos ejemplos adicionales de la colonización que ejerce el inglés, como la transformación en "Bahamas" del nombre de las “islas de Bajamar”, así llamadas por los españoles a causa de la escasa profundidad de sus aguas. También constata como cada vez hay más personas que llaman Maiami a la ciudad que los conquistadores españoles denominaron con el nombre de los indios miamis.
Finaliza su artículo con una referencia al uso en sentido figurado que tienen muchos topónimos, lo que le lleva a componer un curiosa pieza en la que encadena hasta diez locuciones de esa tipología:
Alguien que vale un Potosí se toma las de Villadiego aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, por ejemplo, para no irse por los cerros de Úbeda pero tampoco quedarse entre Pinto y Valdemoro. No sería tan grave eso, porque más se perdió en Cuba. Vamos, de aquí a Lima. Y eso lo saben hasta en China.
De igual modo, tal vez Puigdemont quiso poner una pica en Flandes. Quizás sin pensar que podía encontrar su Waterloo precisamente en Waterloo.
bagels y baula |
La autora del artículo, Gabriela Resnik, no olvida recordar que en el área rioplatense de su país los inmigrantes de origen judío introdujeron las variantes béigale o béiguele, luego evolucionadas a béigel o bagel.
En las citas que aporta también encontramos la baula, eslabón en catalán, un pan artesanal inspirado en la leyenda de la Mercè que puja por convertirse en signo de identidad de Barcelona (más sobre eso en La Vanguardia).
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