Aún a riesgo de aumentar su empacho del revival de Transición
que estamos viviendo, ¿cuántas veces han escuchado en las últimas horas lo de “puedo
prometer y prometo”?, o ese bastante horrible “a nivel de calle”, vamos a dedicar unas líneas a la muerte de Adolfo Suárez. Lo hacemos, sobre todo, porque cuando
casi todo el mundo se siente impelido a decir algo, cómo canta lo vacuo de tantas
palabras huérfanas de hechos coherentes.
- ¿Qué hechos Sofi?
Cuando hay general consenso en que la gran habilidad de Suárez fue su capacidad para
pactar, hasta con el diablo añadiría alguno, qué poco se demuestra por la vía
de los hechos la presunta admiración hacia la “magia” que impidió el
descarrilamiento de la Transición. ¿Hace falta recordar cómo está siendo el
chavismo sin Chávez o el castrismo casi sin Fidel? Por cierto, que este fin de semana hemos
constatado que Willy sigue sin cumplir su promesa de irse a vivir a Cuba. Y es que todavía tenemos por aquí una peña capaz de hablar de provocaciones policiales. ¿Qué categoría moral
hay que reputar a quienes piden que se deje en libertad sin cargos a los miembros
de la guerrilla urbana que se apoderó de las calles de Madrid?
-Sofi, que te vas de tema.
- Vale, vale.
Pues si la capacidad de pactar es el gran activo en el que
se sustentó la Transición, y descartado pedir a tanto bocazas que pacte una
salida al enfrentamiento que está provocando la cuestión del aborto, las famosas "dos Españas" en estado puro (aunque cierto es que en cuestiones morales las
gentes intelectualmente honradas difícilmente pueden acceder a los pasteleos), al
menos podían comprometerse a consensuar una Ley de Educación capaz de
sobrevivir a un cambio del signo del Gobierno. Un hecho inédito en la
Democracia española que va para cuarentona sin cumplir el mandato
constitucional de dotarse de una Ley de Huelga. También podemos meter en esta carta a los "Diputados
Majos", alguno habrá, que nos traigan una política de estado de inmigración, por citar un tema
de rabiosa actualidad. Y que la policía no sea abnegada cuando la diriges tu y
malvadísima cuando lo hace el de enfrente.
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