En una sociedad en la que los debates con mayor audiencia son los que pretenden dilucidar, en Tele5 of course (sí, es una fijación), si hizo bien el Chori en montárselo con la Chichi mientras aún estaba enrollado con la Choni, no es fácil tratar de consensuar que precio estamos dispuestos a pagar en pos de una utópica Justicia con cero falsos positivos. En román paladino, que nunca condene a un inocente.
Nos suscita esta reflexión la sentencia del Tribunal Supremo que se ha dado a conocer hoy mismo en la que un puñado de magistrados, probablemente no mucho más doctos que los de la Audiencia Nacional, han emitido una opinión bastante discrepante con la de estos últimos que se ha traducido en la absolución de un montón de miembros de esa caritativa organización llamada Segi. La verdad seguro que la tienen los servicios de información, pero no nos lo contarán para no desvelar sus fuentes. Si los absueltos se están descojonando, que es lo más probable, es que la Justicia ha fallado, que es lo más probable.
Este asunto nos recuerda como hace poco un conocido nos relataba que no fue sancionado tras adelantar a un coche de la Guardia Civil de Tráfico a casi 200 km/h. Y eso que los agentes le echaron pundonor y salieron en su persecución, pero solo consiguieron alcanzarle porque el infractor, temeroso de que pudiera cerrarle el paso alguna otra patrulla avisada por radio, optó por un vano intento de camuflarse en una caravanilla de coches, pero no coló. Aún así, y aunque los agentes se dieron el gusto de tenerle retenido cerca de media hora, no pudieron sancionarle por falta de medios probatorios. Sin no nos creen pregunten a Vrai Je Umor.
O sea, que en la España del siglo XXI dos agentes de la autoridad que comprueban como son incapaces de alcanzar a un presunto infractor cuando el velocímetro de su coche patrulla, que suponemos correctamente homologado y revisado, anda al filo del 200, no tienen capacidad legal de demostrar la brutal infracción. Imagínense pues qué será demostrar quienes son los que han venido sembrando la muy cierta y tangible kale borroka. Y cuan curioso resulta constatar el violento sesgo que muestran los préstamos más modernos del eusquera cuando es una lengua que tradicionalmente nos prestaba maravillosos términos gastronómicos como angula, changurro o chacolí.
El caso es que ni nuestro colega pagó por ir a doscientos, ni los quemacalles han sido castigados por sus desafueros. Consecuencias del hipergarantismo que tanto agradecen los delincuentes. Y cuan abiertamente lo han manifestado algunos inmigrantes que no se han recatado en reconocer como en sus países de origen no se habrían librado de la cárcel por hechos similares a los que aquí les han salido gratis total.
Si tuvieran noticia de algún debate político sobre este interesante asunto de los falsos positivos y negativos, ya sea aplicado a la justicia, a la medicina, o a lo que sea, tengan la bondad de avisarnos. Entretanto seguiremos conformándonos con leer los interesantes artículos que ha dedicado Manuel Conthe a esos conceptos en su blog "El Sueño de Jardiel". Les seleccionamos cinco por orden cronológico: El vaivén de los temores, Bayes y las red flags, Terremotos, finanzas y arrullos peligrosos, Diágoras y los ensayos clínicos y Cocientes de Blackstone.
Tómense su tiempo, que son escritos con cierto calado. Por eso son temas que se la pelan al muchos por ciento de nuestros políticos.
Y a alguno en particular se la pela todo debate. Como al que posiblemente sea el presidente del gobierno más cagón de la moderna historia de España.
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