Hoy tenemos un nuevo día rompegüevos (sí, sí, con g), así que hacemos un
nuevo llamamiento a la abstención de la lectura del siguiente apunte a los seguidores
del movimiento políticamente correcto.
Resbaladizo, pero que muy resbaladizo asunto abordar cualquier
comentario crítico sobre las personas que, ya para empezar, es todo un lío incluso
denominar. Y es que menuda puede ganarse
ante ciertos interlocutores cualquier despistado que no se haya enterado de que
la palabra minusválido se ha
convertido en tabú. Y ello por el caprichoso
empeño de vincular ese término con el valor y no con la capacidad para valerse. Un obstinado no querer entender el bien descriptivo y nada ofensivo "quien tiene menos capacidad para valerse por sí mismo". Así que se imponen lampedusianas contorsiones de los significados ante un falso problema
que está más en algunas mentes que en el lenguaje.
Pero es que hablamos de intelectos tan sutiles que también
rechazan el término discapacitado. Si
esa menor capacidad es solo para algo concreto ¡cómo aplicársela a toda la persona! Y ¡cómo llamar rubio a quien no sabemos si lo es en toda su persona! La abolición de la metonimia como paso hacia el lenguaje imposible.
Cierto que son civilizadas gentes que
habitualmente toleran, por más que un tanto a regañadientes, el sintagma “personas
con discapacidad”. Magines sutiles como puede comprobarse, aunque nosotros añadiríamos un "específica" para redondear el concepto. Pero estamos, en realidad, ante auténticos atadores de moscas por el rabo que han inventado el insufrible “personas con diversidad funcional”. O
sea, el más puro lenguaje gilipollas. Como si el respeto tuviera algo que ver
con la cursilería. ¡Si cuando menos las palabras tuvieran capacidades de sanación corporal!
Una singular "captura en transición" del doodle de hoy |
Y entre tantas manifestaciones hipócritas nunca faltan quienes acaban perdiendo el sentido de la realidad. Ayer calentaba la inauguración
de los juegos la atleta británica Hannah Cockroft al acusar a los dos
mayores fabricantes de prendas deportivas de discriminación por no patrocinarla.
Como lo oyen. Sentimos no tener enlaces a la noticia más que en inglés (ir a The Guardian).
enlace a la sección de patrocinios de la web de Hannah Cockroft |
Para darle un mayor toque de dramatismo, la atleta explicaba que esa
falta de apoyo económico obedece a que no luce zapatillas cuando compite. ¡Saquemos
los muñones! Que los mendigos ya descubrieron hace mucho que la cosa funciona.
[si no toleran el humor negro no sigan, pero empezó ella]
Y eso cuando, como bien puede verse en su
página web, no anda descalza escasa en cuestión de patrocinios. Parece
claro que entre sus diversidades funcionales no está una carencia del imperante
amor al dinero.
Y probablemente sea buena gente. Pero este tipo de actitudes desaforadas no dejan de ser parte del
mismo fenómeno social que tratábamos en el apunte Reacciones irracionales ante el dolor.
Del mismo modo que la semana pasada leíamos en el diario bilbaíno “El Correo” como unos padres decían sentir “indignación y
rabia” porque el Gobierno Vasco no prorrogaba a su hija el compromiso que
mantiene hasta los 21 años de facilitar una persona de apoyo para atender en clase a los estudiantes minusválidos (en este caso no puede ser más procedente el término, para muchas otras discapacidades no es necesaria esa ayuda).
¿Encargarse de ello la
familia, amigos o la llamada sociedad civil [1]?, ni mentarlo ¿Aprovechar las facilidades que la tecnología
nos ofrece para la educación a distancia?, discriminación. El argumento subyacente es "tiene que ser lo que
yo quiero porque el sufrimiento me da la razón".
Hasta que el llamado estado del bienestar reviente bajo
tanta exigencia. Entonces será el nada de nada. Y sin música de los Quijano.
- ¿
- intolerable ataque a los derechos de los trabajadores [respuesta sindical a coro]
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