martes, 6 de septiembre de 2016

Topolino



Decíamos el pasado domingo que echábamos en falta en el artículo del suplemento Verne de El País titulado "26 trepidantes y tremendas palabras con la T" algunas explicaciones adicionales sobre la palabra topolino. Vamos a tratar de llenar ese hueco.

Topolino es un vocablo sobre el que el Drae apunta, un tanto asépticamente, que procede del nombre popular del automóvil Fiat 500. No estará de más añadir que ese nombre significa ratoncito en italiano, porque topo es un "falso amigo" del idioma transalpino, como descubrieron quienes se criaron con las aventuras del, en su momento, muy popular Topo Gigio. El siguiente enlace conduce a un artículo sobre ese "Micky a la italiana" en el que se incluyen algunos vídeos.

El caso es que topolino es, en primera acepción de nuestro Diccionario, un adjetivo que aplicado a una chica de mediados del siglo XX significaba que seguía la moda, las costumbres y las actitudes del momento. No es muy atinada definición, teniendo en cuenta que la pauta la marcaba entonces la sección femenina, y esa privilegiada minoría no era muy de su agrado. Así que no eran las suyas las costumbres mayoritarias del momento. Luego volveremos sobre eso.

Añade el Diccionario que ese adjetivo también se aplica a los zapatos de plataforma muy alta y en forma de cuña, usados por las chicas topolinos, mientras que una tercera acepción recuerda al epónimo coche pequeño y de forma redondeada, fabricado en Italia a mediados del siglo XX, que es la que dio lugar a las anteriores. El equivalente italiano al volkswagen, promovido por Mussolini para motorizar a los italianos. Su aspecto puede verse junto a estas líneas, pero no es fácil obtener completa información sobre el mismo en español. El artículo de la Wikipedia en nuestro idioma es muy pobre y lo mejor que hemos encontrado en castellano está en el siguiente enlace.

Volvemos a la primera acepción. Las topolinos recibieron ese nombre porque el rasgo más llamativo de esas jóvenes privilegiadas es que algunas de ellas disponían de esos utilitarios en una España apenas motorizada. Lo que no ha quedado muy claro para la historia de nuestra lengua es el papel que jugó en la difusión del término el sainete de Lerena y Llabrés con música de Dotras Vila que fue estrenado en 1941 con el título "La chica del Topolino".

Para fortuna de las menos adineradas, la denominación se trasladó al calzado sobre el que Carmen Martín Gaite dice en su libro "Usos amorosos de la posguerra española" (1985) lo siguiente:

Los zapatos topolino, de suela enorme y en forma de cuña, a veces con puntera descubierta, fueron recibidos con reprobación y algo de escándalo por la mayoría de las madres, que los llamaban con gesto de asco «zapatos de coja», aludiendo a su aspecto, en verdad un tanto ortopédico.

Así que una vez que bastaban unos zapatos y una cierta frescura para convertirse en chica topolino, esa tribu de modernas se extendió algo más para deleite de La Codorniz que se complacía fustigándola. Volvemos al texto de Martín Gaite:

Aquellas niñas sin fuste, que «cambiaban de novio como de camisa», según decían las señoras, habían perdido tanto el sentido del pecado como el de la pasión. Hasta podían perder a un novio sin darse cuenta. Pero es que ni era novio ni era nada. Era un tal Lolete. Así lo satirizaba un articulo de La Codorniz («Ellas hablan de sus cosas», 25 de marzo de 1945):

* Y ahora que hablamos de novios. Ayer me pasó una cosa horrible. ¡Perdí a Lolete! Era mi último novio ¡imagina! 

—Te lo dejarías olvidado en algún cine.

* Eso creía yo. Pero esta mañana llamé por teléfono a todos los sitios, y nadie me supo dar razón. «¿Pero no han visto ustedes al limpiar un muchacho coloradote con corbata amarilla y suela de corcho?» —insistí—. Y nada, hija, ¡ni rastro!

* Lo cogería alguna desaprensiva y se quedaría con él. Pasa mucho.


* ¡Yo tengo una cabeza para los novios! Voy pensando en las ropas, y claro, me dejo el novio en cualquier paragüero.

En el texto anterior se hace referencia a una de la señas de identidad de colectivo, cual era el uso de apodos en plan Mari-Cuqui-Tere-Isa-Bobi-Bel. Otro era fumar en una época en que las mujeres ni siquiera tenían derecho a cartilla de racionamiento de tabaco. Véase, por ejemplo, la referencia a las "niñas topolino" en un crónica sobre una intoxicación aviar publicada en Abc el 15 de septiembre de 1944: entregarse al tabaco como cualquier niña topolino excesivamente fumadora.

Una referencia que invita a pensar que la novela de José Vicente Puente titulada "Una chica Topolino", publicada en 1945, ya no es tanto popularizadora, como mera notaria del uso de la palabra. 

Franciso Umbral publicó en noviembre de 1985 en El País una "tribuna" titulada "Las chicas topolino" en la que califica como primer best-seller de posguerra la que su propio autor llamó novelita. No hemos encontrado rastro alguno que permita justificar esa afirmación, pero es interesante citar lo que decía en su reseña del libro el crítico M. Fernádez Almagro (13/5/45):

La chica topolino de nuestros días no es tan frívola, tan peligrosamente ligera como parece, pues guarda en el fondo de su espíritu reservas cuya existencia a ella misma le sorprende si llega el día de alguna suprema prueba.

Menudo intento de asimilación para el orden establecido. Umbral, por su parte, incluye en el citado artículo un certificado de defunción del concepto:

En 1947, atención a la fecha, la topolino se convierte en Gilda, se deja el pelo en cascada, abandonando el "Arriba España" de peluquería, se pone escotes de barco y, sobre todo, le pasa a su hermana pequeña los zapatos de cuña, para adoptar unos zapatos -los zapatos Gilda, propiamente dichos, o sea los de la película- estilizados, góticos, muy femeninos, con un tacón que son quince centímetros de aguja gótica, sí.

Con todo no puede perderse de vista que es el mismo autor que unos párrafos antes había escrito:

Bastaba con no ser de Sección Femenina ni de Auxilio Social, ni enfermera voluntaria en un hospital de sangre ni ir vestida de Pilar Primo de Rivera, para ser una chica topolino, de modo que se las conocía en seguida.

Vaya usted a saber. Recordemos que ese vallisoletano al que nacieron en Madrid para evitar el qué dirán, tenía cierta tendencia a poner el argumento al servicio de su brillante prosa.

En todo caso, el vocablo que nos ocupa no deja de ser otro fósil social más, como acaban por serlo todas las tribus de modernos que a lo largo del tiempo han recibido muy diversas etiquetas. Pero ahora quizá coincidan con nosotros en que la definición del Drae para esas tardías "flappers a la española" no es particularmente precisa.




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