miércoles, 7 de septiembre de 2016

La “diversidad funcional” como arma arrojadiza



Hoy tenemos un nuevo día rompegüevos (sí, sí, con g), así que hacemos un nuevo llamamiento a la abstención de la lectura del siguiente apunte a los seguidores del movimiento políticamente correcto.

Resbaladizo, pero que muy resbaladizo asunto abordar cualquier comentario crítico sobre las personas que, ya para empezar, es todo un lío incluso denominar. Y es que menuda puede ganarse ante ciertos interlocutores cualquier despistado que no se haya enterado de que la palabra minusválido se ha convertido en tabú. Y ello por el caprichoso empeño de vincular ese término con el valor y no con la capacidad para valerse. Un obstinado no querer entender el bien descriptivo y nada ofensivo "quien tiene menos capacidad para valerse por sí mismo". Así que se imponen lampedusianas contorsiones de los significados ante un falso problema que está más en algunas mentes que en el lenguaje.

Pero es que hablamos de intelectos tan sutiles que también rechazan el término discapacitado. Si esa menor capacidad es solo para algo concreto ¡cómo aplicársela a toda la persona! Y ¡cómo llamar rubio a quien no sabemos si lo es en toda su persona! La abolición de la metonimia como paso hacia el lenguaje imposible.

Cierto que son civilizadas gentes que habitualmente toleran, por más que un tanto a regañadientes, el sintagma “personas con discapacidad”. Magines sutiles como puede comprobarse, aunque nosotros añadiríamos un "específica" para redondear el concepto. Pero estamos, en realidad, ante auténticos atadores de moscas por el rabo que han inventado el insufrible “personas con diversidad funcional”. O sea, el más puro lenguaje gilipollas. Como si el respeto tuviera algo que ver con la cursilería. ¡Si cuando menos las palabras tuvieran capacidades de sanación corporal!

Una singular "captura en transición" del doodle de hoy
Todo esto viene a cuento de la inauguración de los Juegos Paralímpicos que nos parecen estupendos con tal de que no nos obliguen a asistir como espectadores. Y es que hay quien no quiere enterarse de que hay una inmensa mayoría social que está encantada de que se celebren, y hasta de pagar esa fiesta del deporte, a la par que no tiene mayor interés en lo que allí sucede. Máxime cuando se celebran organizados en un confuso maremágnum de categorías que intentan una muchas veces imposible igualación del grado de desventaja. Dicho sea sin ningún ánimo ofensivo, nos parece una estupenda competición, como también nos encanta que se trasplanten riñones sin que tengamos ningún interés en asistir a una de esas operaciones.

Y entre tantas manifestaciones hipócritas nunca faltan quienes acaban perdiendo el sentido de la realidad. Ayer calentaba la inauguración de los juegos la atleta británica Hannah Cockroft al acusar a los dos mayores fabricantes de prendas deportivas de discriminación por no patrocinarla. Como lo oyen. Sentimos no tener enlaces a la noticia más que en inglés (ir a The Guardian).


enlace a la sección de patrocinios
de la web de Hannah Cockroft
Para darle un mayor toque de dramatismo, la atleta explicaba que esa falta de apoyo económico obedece a que no luce zapatillas cuando compite. ¡Saquemos los muñones! Que los mendigos ya descubrieron hace mucho que la cosa funciona.

[si no toleran el humor negro no sigan, pero empezó ella]

Y eso cuando, como bien puede verse en su página web, no anda descalza escasa en cuestión de patrocinios. Parece claro que entre sus diversidades funcionales no está una carencia del imperante amor al dinero.

Y probablemente sea buena gente. Pero este tipo de actitudes desaforadas no dejan de ser parte del mismo fenómeno social que tratábamos en el apunte Reacciones irracionales ante el dolor.

Del mismo modo que la semana pasada leíamos en el diario bilbaíno “El Correo” como unos padres decían sentir “indignación y rabia” porque el Gobierno Vasco no prorrogaba a su hija el compromiso que mantiene hasta los 21 años de facilitar una persona de apoyo para atender en clase a los estudiantes minusválidos (en este caso no puede ser más procedente el término, para muchas otras discapacidades no es necesaria esa ayuda).

¿Encargarse de ello la familia, amigos o la llamada sociedad civil [1]?, ni mentarlo ¿Aprovechar las facilidades que la tecnología nos ofrece para la educación a distancia?, discriminación. El argumento subyacente es "tiene que ser lo que yo quiero porque el sufrimiento me da la razón".

Hasta que el llamado estado del bienestar reviente bajo tanta exigencia. Entonces será el nada de nada. Y sin música de los Quijano.




[1] Una para los poderes públicos:

 - ¿exigir pedir a quienes cobran el paro unas horas semanales de voluntariado?

- intolerable ataque a los derechos de los trabajadores [respuesta sindical a coro]







No hay comentarios:

Publicar un comentario