martes, 13 de septiembre de 2016

Letras que se bastan como adjetivo (1ª parte)



Hay ocasiones en que una sola letra se basta para calificar un sustantivo y de esos peculiares sintagmas vamos a ocuparnos hoy. 

Uno de los casos más conocidos son los rayos X que fueron así bautizados (en alemán X-Strahlen)  por el físico Wilhelm Röntgen. Se sirvió para ello de la letra habitualmente utilizada en el álgebra para las incógnitas y ello para significar el misterio que envolvía entonces su naturaleza.  Aunque esa sigue siendo su denominación habitual en numerosos idiomas, en Europa Central y del Este son más conocidos como rayos Röntgen (en alemán Röntgenstrahlung).

El uso de letras como denominación tiene gran tradición en la comunidad científica y Ernest Rutherford se sirvió del alfabeto griego para dar nombre a las radiaciones que pasaron a ser conocidas como alfa, beta y gamma. La última ha producido como derivado la palabra gammagrafía, mientras que la bioquímica utiliza seis letras para denominar las trece vitaminas que necesitamos. De la A hasta la E más la K, y es que la B, acompañada de diversos subíndices, da nombre a ocho de ellas.

Volvemos con la X porque también es bien conocida su utilización para identificar las películas pornográficas, el llamado cine X. El uso de esta letra procede de la codificación escogida por la organización estadounidense MPAA (Motion Picture Association of America) cuando en 1968 introdujo un sistema basado en cuatro calificaciones:

- G de General Audiences, o sea, todos los públicos
- M de Mature Audiences
- R de Restricted (los menores de 16 solo podía ser admitidos acompañados de sus padres o tutores)
X en la que lo menores de 16 no podían acceder al cine en ningún caso

Esta última se desmarcaba del inicialismo utilizado en las restantes y recurría a un tradicional signo de prohibición como es el aspa (su simbólico uso en portadas de revistas se repasa en nuestro apunte "Vuelve un longevo cliché de las portadas de Time"). Pero adviértase que entonces se aplicaba a todo tipo de películas restringidas al público adulto, cualquiera que fuera el motivo.

A título de ejemplo el film “Midnight Cowboy” (1969), que conseguiría tres Oscars incluido el de la mejor película, recibió esa calificación en una acción forzada por su productor con fines comerciales y, de hecho, al año siguiente fue reclasificada R. Una estratagema que prácticamente le asegura a perpetuidad el título de única cinta X oscarizada. Otra famosa película que recibió la X es “La Naranja mecánica” (1971), pero esta no consiguió convertir en estatuilla niguna de sus cuatro “nominaciones”. Posteriormente consiguió la R previo recorte de unos 30 segundos del metraje que, sin embargo, suelen estar incluidos en las versiones en video que hoy en día se comercializan con la R.



Sistema de calificación actual en EEUU
La proliferación del uso de la X por parte de los productores de películas con sexo explícito obligó a la MPAA a sustituir su calificación adulta por una nueva categoría denominada NC-17 (No Children under 17; la “edad frontera” había sido elevada un año en 1970). La primera producción en recibirla fue “Henry y June” (1990) del director Philip Kaufman.

En España se implantó en 1978 la autóctona clasificación “S”, una letra tomada de la palabra softcore que es la denominación que da el inglés a la versión menos explícita del cine porno. Estuvo vigente hasta 1984 en que siendo Directora General de Cinematografía Pilar Miró se legalizaron los cines pornográficos y se procedió a la paralela eliminación de esa clasificación. Se oficializaba así el declive del “cine S" que fue tan rápido como su auge.

Otra letra con significado propio en la cinematografía es la B. Llamamos cine B o películas de serie B a las de bajo presupuesto que durante la edad de oro de Hollywood, allá por los años treinta, identificaba las que se proyectaban, sin apenas promoción, como parte de una doble función. El término fue desdibujándose con el tiempo, máxime tras la eclosión de las producciones específicas para televisión, por lo que hoy es una poco precisa referencia a producciones de bajo coste que ha perdido bastante uso. No digamos ya la denominación cine Z que se aplicaba al segmento inferior del cine B.

También ha perdido casi todo su uso la denominación cara B que en los vinilos designa la que contiene la canción secundaria que se “empaquetaba” con la principal. Ponerla podía ser un socorrido plan B si se rayaba la cara A.

Y es que las primeras letras del abecedario conforman una codificación muy habitual que ya hemos visto en las vitaminas. Con ellas diferenciamos los carnets de conducir y en el sistema educativo anglosajón se utilizan para establecer las calificaciones.
En Gran Bretaña la escala va desde la A hasta la E, mientras que Estados Unidos también utilizan un juego de cinco notas pero sustituyen la E por la F para hacerla coincidir con la inicial de failure. Nuestra falta de familiaridad con ese sistema hace que el episodio de los Simpsons “Bart Gets An F” fuera titulado en España “Bart en suspenso” y “Bart reprueba” en Hispanoamérica.

Por lo mismo, la adjunta portada de octubre de 2014 de la revista Stylist no trasmite íntegro su mensaje "el feminismo debe intentarlo con más fuerza" a quienes desconozcan esa codificación. 

Esa nomenclatura alfabética también tiene aplicación en medicina, donde el uso más conocido es el realizado en la clasificación de las hepatitis. Una enfermedad en la que, en función del tipo de virus causante, se suele diferenciar desde la A hasta la E, aunque hay quien también utiliza las letras F y la G. 

Hasta ahora hemos visto usos de letras por mera convención, pero también hay casos en que se recurre a la inicial de uno de los términos de una expresión compuesta. Por ejemplo, la sexología ha acuñado la denominación punto G, donde la letra procede del apellido del ginecólogo alemán Ernst Gräfenberg, para designar un área genital de las mujeres de gran potencial erógeno cuya existencia como estructura orgánica distintiva resulta, sin embargo, discutida.

En otras ocasiones se produce una sustantivización. La fuerza gravitatoria pasa a ser abreviada como fuerza g y de ahí hemos pasado a hablar símplemente de ges para cuantificar las aceleraciones o deceleraciones, por comparación con la generada por nuestro planeta. Un término indispensable en el lenguaje de todo aficionado a la Fórmula 1: en el accidente de marzo de 2015 ocurrido en Montmeló  el McLaren de Alonso sufrió una deceleración de 31 G.

Otro caso notable de ese fenómeno de conversión en sustantivo son los zetas de la policía nacional. Los propiamente llamados coches Z tomaron ese nombre cuando los vehículos radiopatrullas de Madrid se dividieron por "zonas" y recibieron indicativos zonales comenzados con esa letra. Por sonora analogía se utilizó la K para los vehículos camuflados. Y es que, por su fonética, esa letra resulta mucho más radiofónica que la C.

Rebasadas las aconsejables mil palabras, dejamos para otro día, que seguramente será mañana, el resto de este afabético repaso.




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