Desconcertante episodio de abusos sexuales el que se ha
destapado en la población inglesa de Rotherham.
¿Cómo han podido permanecer indiferentes las autoridades durante tantos años
ante tan masiva agresión que, además, acumulaba numerosas denuncias?
Pues una de las sorprendentes conclusiones de la
investigación que finalmente ha destapado el actual escándalo es que algunos de
quienes intervinieron tras las denuncias presentadas han confesado que
tendieron a no profundizar en las pesquisas por miedo a que su interés en las
prácticas del grupo de paquistaníes involucrado pudiera ser considerado
racista. Curioso desarme frente a ciertos delincuentes potenciales de las sociedades que gustan presumir de bienpensantes.
No es ninguna novedad que otra faceta del mismo subyacente es que ciertas minorías han convertido su
condición en un arma arrojadiza que esgrimen a la menor ocasión. Anteayer mismo una gacetilla que no hemos visto recogida en la prensa española narraba el
aparentemente intrascendente episodio en el que un pasajero francés fue apeado a causa de su mal olor de un vuelo de American Airlines que partía
del aeropuerto parisino Charles de
Gaulle. Lo llamativo es que el afectado interpuso una
denuncia contra la compañía por, seguro que lo adivinan..., comportamiento racista. Y a falta
de un odorómetro que establezca de forma objetiva el nivel de tufo corporal que
da derecho a los demás pasajeros a viajar libres del causante de la molestia, no
sería raro que la aerolínea acabe teniendo que aflojar la pasta ante la
imposible demostración de que ese fue el auténtico desencadenante del rechazo
del pasajero y no el color de su piel. Es constatable como en la práctica, al menos en los
juicios de bastantes medios de comunicación, se está imponiendo la inversión de
la carga de la prueba: es el acusado de racismo el que tiene que acabar por demostrar
que su comportamiento no lo fue.
El espinoso asunto de separar el auténtico y execrable
racismo del invocado como parte de un falso victimismo nos introduce en otra interesante
cuestión que ayer esbozaba Esteban Hernández en su columna en “El Confidencial”. Nos referimos al miedo a disentir públicamente de las corrientes
opinión que los tan curiosos como complejos mecanismos sociales convierten en
dominantes. Y ello incluso en casos en los que resulta improbable que sean mayoritarias (condición que tampoco concede patente de corso, ojo). Una de las interesante reflexiones que se hace de la mano del pensador Byung Chul Han en la citada columna es que, sorprendentemente, el auge de las redes sociales no ha servido de freno, sino mas bien al contrario, a esa represora autocensura.
La imposición coercitiva de ciertas líneas de pensamiento so riesgo de sufrir el ostracismo social, aunque caben hasta mediáticos linchamientos, es un asunto que ya ha llamado nuestra atención anteriormente. De hecho este blog identifica con la rotunda etiqueta “rompehuevos” las entradas manifiestamente contrarias a la “ortodoxia social aparente”. El mismo fenómeno que, como ya hemos advertido en alguna otra ocasión, está detrás del crecimiento de la adhesión a las tesis independentistas que se ha producido en Cataluña (algo que, guste o no, es un dato).
La imposición coercitiva de ciertas líneas de pensamiento so riesgo de sufrir el ostracismo social, aunque caben hasta mediáticos linchamientos, es un asunto que ya ha llamado nuestra atención anteriormente. De hecho este blog identifica con la rotunda etiqueta “rompehuevos” las entradas manifiestamente contrarias a la “ortodoxia social aparente”. El mismo fenómeno que, como ya hemos advertido en alguna otra ocasión, está detrás del crecimiento de la adhesión a las tesis independentistas que se ha producido en Cataluña (algo que, guste o no, es un dato).
Pero constatamos que nos hemos metido en demasiados asuntos de calado que no
cabe despachar con unas pocas líneas. Así que ejerciendo el mas noble de los avatares de las calientacosas como son las calientaneuronas lo dejamos aquí por hoy. Nosotros nos quedamos cavilando otra entrada sobre qué está haciendo
nuestro sistema educativo para ayudar a los ciudadanos a gozar de esa excelsa libertad
que es atreverse a manifestar las propias ideas.
Deberes para el fin de semana: mírese en el espejo con una intensidad pareja a la que le aplica Beri Smither desde una de las mejores portadas-mirada de la historia (ELLE, edición francesa, marzo de 1991) y atrévase a repasar cuales son las opiniones que no osa manifestar mas que en círculos muy próximos. O quizá ni eso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario