Uno de los episodios más lamentables de la trayectoria
política de Pablo Iglesias Posse, el
fundador del partido que se quedó a una sola letra de ser un acrónimo de su
segundo apellido, es su intervención en la sesión del Congreso de los Diputados del 7 de julio de 1910 en la que profirió
su famoso “tal ha sido la indignación
producida por la política del Gobierno presidido por el sr. Maura en los
elementos proletarios, que nosotros, de quienes se dice que no estimamos a
nuestra nación, que no estimamos los intereses de nuestro país, amándolo de
veras, sintiendo las desdichas de todos, hemos llegado al extremo de considerar
que antes que su señoría suba al poder debemos llegar hasta el atentado
personal” (enlace a una reseña más detallada de la intervención en el blog de Santiago González).
Y el 22 de julio Maura sufrió el
segundo atentado de su vida, nada más bajarse del tren que le había llevado a Barcelona. Fue en ese momento cuando un miembro de las juventudes del Partido Radical de Lerroux le disparó tres
veces causándole heridas en un brazo y una pierna que, afortunadamente, no revistieron gravedad. Un acto que un empecinado
Pablo Iglesias se negó a condenar.
Brutal y muy difícil de justificar, incluso en tan distinto contexto
social, en el que intentar situarse mentalmente resulta ahora un ejercicio casi imposible. ¿Tal era
la desesperación de los más desfavorecidos?
Una vez metidos a valorar la importancia de la orteguiana
circunstancia, es inevitable considerar lo preocupante que resulta comprobar cuanto
está dispuesto a cabrear a los ciudadanos con su “o yo o el diluvio” el
deletéreo tándem Rajoy-Sánchez. Cuando un
sector nada despreciable de electores ya ha dejado claro que está dispuesto al
diluvio de Podemos con tal de conseguir desembarazarse de ellos, está
claro que los culpables no quieren entenderlo. Sus egos están muy por encima. El pepero incluso ya ha proclamado que en caso de
que haya que celebrar nuevas elecciones volverá a ser el candidato de su podrido partido.
Así las cosas, y centrándonos en el PP,
básicamente caben las siguientes opciones:
- Qué la dirección del partido tome por una vez
una decisión en la que primen los intereses del país sobre los suyos [la descartamos por imposible].
- Que algún esforzado psiquiatra certifique que Rajoy ha perdido la capacidad para entender lo que ocurre a su alrededor y comience
el consiguiente proceso de incapacitación.
- La solución Pablo Iglesias Posse.
Desde un óptica cristiana, se nos ocurre que cabría una alternativa
a esta última, por medio de la mediación de la Divina Providencia. Esta sería la encargada de propiciar algún suceso, no necesariamente muy sangriento, que se encargaría de mandar a su casa a tan impasible
sujeto. Se nos ocurre que bien podría ser un ictus, incluso poco severo, puesto
que nos bastaría con una afectación (adicional) del habla que haga inviable un
discurso de investidura.
Claro que aún hay otra opción, que el Rey ejerza de verdad
las facultades que le concede la Constitución y en caso de que vuelva a proponer
un candidato del PP lo haga en una persona distinta, algo que es perfectamente
legal (ver artículo 99 de la Constitución).
Majestad, por el y por nosotros, ¡adelántese a los admiradores de Pablos Iglesias!
Y ahora a pensar que le encargamos a la Providencia para atemperar el acrítico ego de ese engreído personaje al que le dicen MAFO. Menuda avería dejó en el sistema financiero para descolgarse con el exculpatorio panfleto que acaba de publicar.
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