miércoles, 2 de julio de 2014

Futurología


Casi todas las previsiones sobre la evolución a largo plazo del progreso científico y tecnológico soportan muy mal la posterior confrontación con la realidad. Ello no impide que periódicamente encontremos algún valiente dispuesto a someterse al habitualmente muy duro juicio del tiempo. Ayer era Iván Gil quien firmaba en El Confidencial el artículo "10 fenómenos (que llegarás a ver) y que van a transformar el mundo por completo" que nos ha parecido entre osado y naíf. Osado parece pronosticar el fin de enfermedades como el sida o el cáncer por mucho que su tratamiento esté consiguiendo constantes disminuciones de las tasas de mortalidad. No es lo mismo, y en el caso del cáncer además juega en contra otra previsión contemplada, cual es la del aumento de la longevidad (pronóstico este no especialmente meritorio), por más que sea bastante dudoso que las generaciones actuales “lleguen a ver” muchos humanos de 150 años. 

También parece bastante evidente el previsto crecimiento del parque de coches eléctricos, al menos en el corto y medio plazo, después ya se verá, mientras que hay que esperar que a la prometida computación cuántica no le ocurra lo que a los reactores de fusión nuclear, que van muy retrasados respecto a los pronósticos más pesimistas. Incluso ya hay quien pone en duda su desarrollo comercial en ese horizonte de que “lleguemos a verlo” los actuales lectores de tales previsiones.

Tampoco falta el inevitable toque catastrofista que se concreta en el anuncio de una extinción masiva de especies. Un hecho bastante improbable en el caso de los mamíferos si se tienen en cuenta tanto los medios tecnológicos disponibles para apoyar la reproducción como el esfuerzo que se está haciendo para evitar esa tragedia. Cuestión distinta es que veamos una sensible reducción de las poblaciones de algunas especies, especialmente en libertad.

Los anticipados últimos coletazos de los teléfonos fijos, aparte de que no cambiarían gran cosa el mundo, nos han recordado la en su momento muerte segura vaticinada a la radio a manos de la televisión. Ya se vio que no se tuvo en cuenta la cantidad de cosas que pueden hacerse mientras se escucha la primera que son incompatibles con seguir un programa en una pantalla. En lo del fijo podría ser clave la disponibilidad de ancho de banda, así como alguna consideración económica.

Una vez tocado el asunto de la pugna entre radio y tv, no está de más recordar que la imagen ha fracasado en otros territorios como el de las videollamadas, que no consiguen triunfar pese a su disponibilidad técnica. Una historia repetitiva porque la compañía AT&T lanzó el videoteléfono en 1970 con una previsión de alcanzar millones de usuarios en una década, pero en 1974 decidió cancelar el servicio con apenas 500. Oficialmente se achacó al elevado coste de los terminales, pero el tiempo nos dice que en la mayor parte de las conversaciones telefónicas no media ninguna necesidad de verse. Es más, cada vez hay más contextos en que se evita el absorbente y monotarea hablar por teléfono, en parte equivalente a ver la tele, por la multitarea y más distante mensajería interactiva que, entre otras cosas, permite evitar revelar qué se está haciendo y el estado de ánimo. 

La comunicación interpersonal es un territorio que ha dado muchos disgustos a los futurólogos, como bien sufrió nuevamente la propia AT&T. Escarmentada por el fiasco del videoteléfono, en 1980 decidió encargar a la flor y nata de la consultoría estratégica (McKinsey & Co.) un análisis de la previsible evolución de la telefonía móvil. La cifra estimada para el mercado norteamericano en el año 2000 no llegó al millón de clientes. Una previsión que, pasados los años, permitió comprobar que el error cometido había sido de más de 100 veces. Y es que la cifra alcanzada en el año fijado como horizonte ascendió a 109 millones de usuarios. 

Como la referencia que se hace en el artículo que estamos comentando a la impresión 4D nos parece una moto parecida a esas ecografías también llamadas 4D que venden algunos ginecólogos, vamos a terminar este repaso con una crítica del vaticinio que se hace de una economía sin dinero en efectivo. Aquí la clave para fijar nuestra posición nos la ha proporcionado la afirmación de que “el mantenimiento de efectivo le cuesta a la economía norteamericana 200.000 millones de dólares” que, inicialmente, hemos tomado por una de tantas confusiones entre billions y billones. Pero no, efectivamente hemos encontrado un estudio de la Fletcher School de la Universidad de Tufts titulado “The Cost of Cash inthe United States” que ha llegado a esa apabullante cifra. Si se profundiza un poquillo en el análisis se da con un gráfico que desagrega la cifra en sus diversos componentes, entre los que destaca el llamado “Tax Gap”. Esta "brecha", que más bien es un lucro cesante, no es otra cosa que la merma de ingresos fiscales por las transacciones en "negro" que ya se sabe necesitan el inestimable concurso del dinero en efectivo, aunque en algunos casos quepa el trueque.


Así que ya se ve como razones tan poco tecnológicas como las que impidieron que el “video matara a la estrella de la radio” se encargarán de que el dinero en efectivo siga utilizándose durante muchísimos años. La previsión de su desaparición se nos hace fallida con seguridad.

Si les apetece seguir con el tema de hoy pueden encontrar una interesante recopilación de pronósticos tecnológicos errados en una página en inglés perteneciente a la web del economista catalán Xavier Sala i Martin, un conspicuo independentista y culé. Nosotros les dejamos con algunas ocurrencias de los años treinta aparecidas en revistas de divulgación tecnológica americanas que nos parece es bueno recordar antes de ejercer de futurólogo (y eso que la primera no iba del todo descaminada, no hay aerolínea magnética, pero sí trenes).




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