domingo, 19 de marzo de 2017

Firmas contextualizadas (y II)


Cuando van a cumplirse dos semanas de la publicación de la primera entrega de esta miniserie, ya va siendo hora de ir con la segunda parte que se nos había quedado despistada. 

Un antecedente de la conversión de la firma en la marca de un producto que veíamos en la primera entrega es la portada de la revista Collier's del 3 de setiembre de 1954 en la que Al Hirschfeld se asignó el papel de fabricante del piano que hacía tocar al músico Liberace.


Los juegos con las firmas son practicados desde antiguo en las portadas de las revistas. El gran J. C. Leyendecker lo puso en práctica en octubre de 1923 en el Saturday Evening Post firmando la reina egipcia de aquella cubierta con una imitación de los característicos cartuchos de la escritura jeroglífica. Adjuntamos una muestra de su firma completa, y también en forma de monograma, para que puedan advertir los sutiles retoques.

Aún anterior es la adaptación de su firma que hizo George Wolfe Plank para convertirla en una mariposa más de las que llenaban su ilustración publicada en el número de Vogue de mayo de 1913. La comparamos con una de las formas habituales de su rúbrica, por más que no se trate de una muestra de mucha calidad.


Damos un salto en el tiempo hasta 1968 para traer un ejemplo tomado del comic underground titulado “The East Village Other” en cuya tapa el ilustrador Spain Rodriguez convirtió su identificación en un cartel publicitario.

Ya en 1979, John Pound creó con sus iniciales un monograma que remedaba el conocido logotipo de una productora de dibujos animados, aunque curiosamente no era la creadora de los personajes que parodiaba en el comic para adultos “No Ducks!”.

 

De los ochenta traemos dos artificios no especialmente imaginativos. Primero, el uso del pedestal de una estatua que puede verse en un comic de 1982 de Leonardo, un personaje inspirado en da Vinci creado por el duo Turk & de Groot. A su lado, una etiqueta pasa a ser la encargada de albergar la firma de Lawrence Mynott en la arcimboldiana portada del número de la británica The Spectator de diciembre de 1984.


 

Más irónico consigo mismo fue Lowel Davis, que firmaba sus trabajos más comerciales como Pierre Davis, en una portada de 1972 de la revista humorística 'Sex to Sexty'. En la misma se concedió el empleo de perrero de la ciudad de Lamar,  circunstancia que le granjeaba un poco amigable trato por parte de los canes. En otra cubierta de esa misma revista ya mostrada en un apunte sobre la Mona Lisa hacía un guiño a la escritura especular de Leonardo da Vinci al plasmar su firma reflejada horizontalmente. Quede claro que la banda explicativa inferior es un añadido nuestro.

 

Otros dibujantes han recurrido a la un tanto macabra idea de la lápida. A continuación puede verse una más así fechada y firmada por Marshall Rogers en el espléndido desplegable que sirve de portada al nº 2 de Shadow of the Batman (1985).




Ese tétrico recurso para la colocación de la firma tiene un antecedente tan antiguo como es el grabado 'El entierro de Cristo' de Alberto Durero, que está fechado en 1512. Y es que ese artista alemán hizo un extenso uso de artificios para colocar su famoso monograma representativo de la puerta de cuya denominación en húngaro nace su apellido.

Otro ejemplo notable de integración en la escena es "La familia del sátiro" (1505) en donde la colocó en una tablilla que colgó del árbol.

 

Otro artificio utilizado por Durero fue firmar sobre un papel que servía de marcador introducido entre las páginas de un Talmud en el cuadro 'Jesús entre los doctores' que forma parte de la colección del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. Pero estamos derivando hacia una extensa cuestión que excede nuestros iniciales propósitos circunscritos a la producción editorial moderna.


Así que volvemos al comic para concluir con una variante del juego muy practicada por nuestro gran F. Ibáñez. Un dibujante que ha llegado a firmar hasta con un autografiante autorretrato. Pero el recurso habitual de este genial barcelonés consiste en incorporar a la escena representada un casi siempre antropomórfico 'cartucho' en el que tiene por costumbre encerrar su rúbrica. Nos despedimos con un puñado de ejemplos.







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