La proximidad de los dos acontecimientos que se reseñan en
el título de hoy nos ha suscitado una reflexión comparativa entre los
comportamientos que provoca la multitudinaria romería onubense y los que parece
que vamos a ver en la próxima votación sobre la jubilación de Juan Carlos I.
Conviene recordar que no siempre se practicó el ahora famoso “salto de la verja”en el que se ha convertido en
uno de los mas mediáticos actos religiosos de este cada vez mas laico país. Todavía no había
llegado la democracia cuando los almonteños empezaron a confrontar el poder de
la Iglesia tomándose la libertad de “pasar” de esperar a que el sacristán
abriera la cancela. La primera reacción institucional se formuló en clave de
fuerza, así en 1978 se decidió duplicar la altura de la reja desde su anterior metro y medio largo. Sin embargo, en 1982 se deshizo parcialmente ese recrecimiento porque la media adoptada no
solucionaba el problema mientras que incrementaba considerablemente el riesgo de
accidentes. Para poner un poco de orden en el creciente caos la Hermandad Matriz optó entonces por apelar al respeto que impone su
condición y en 1989 introdujo un nuevo acto consistente en trasladar su simpecado
hasta la ermita marcando con su llegada el momento en que podía iniciarse la
procesión de la “Blanca Paloma”. Aunque no puede decirse que con ello se haya
conseguido que las cosas discurran con plena tranquilidad, no es mala muestra
de cómo el respeto institucional puede resultar mas eficaz que la fuerza.
El asunto de la Jefatura del Estado vive, diríase que emulando al Rocío, una efervescencia de la emotividad con la que se está afrontando un
proceso en el que demasiadas veces se olvida que la función básica de esa
institución con tan reducidas atribuciones sustantivas es dotar de estabilidad
a nuestro sistema político. Y no es mala referencia echar un vistazo a las
dificultades que han tenido el citado sistema para consensuar aquellas otras
figuras institucionales que resulta indeseable sean ocupadas de manera
partidista, sirva como ejemplo el Tribunal Constitucional. Esta
reflexión conduce inevitablemente a pensar si lo que algunos querrán no será símplemente
dinamitar esa estabilidad por aquello del río revuelto.
Lo que no se requiere para justificar la aceptación de una fórmula
que se ha mostrado eficaz a pesar de su inferioridad desde el punto de vista
racional es caer en el papanatismo. Todas esas alabanzas desmesuradas a una
trayectoria con muchas sombras no hacen sino eludir la gran pregunta: ¿habría
aguantado el reinado juancarlista alguna metedura de pata de grueso calibre
mas? Cuando la respuesta es tan incierta conviene no pasarse con los panegíricos.
Aprobado bastante raspado. Que pase el siguiente opositor.
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