Hoy en día las portadas de las revistas están llenas de
tatuajes que rara vez faltan en la piel de los famosos que las acaparan, pero
aprovechando que la última cubierta de nuestra admirada The New Yorker está protagonizada por una anónima exhibidora de ese adorno corporal
vamos a tratar sobre las tapas en las que el protagonista es el tatuaje como concepto y no
el concreto tatuado.
El número de la revista neoyorquina fechado el 22 de
setiembre con la habitual posdatación propia de estas publicaciones luce una espalda femenina en el que la tinta perfila los espacios que dejaría a la
vista un escotado vestido creando en definitiva una vestimenta en negativo. La ilustración
de Lorenzo Mattotti titulada “Back Story”, una expresión que
significa trasfondo pero también cabe interpretar como historia de la espalda, pone
de manifiesto la afición este artista italiano por estos ornamentos cutáneos que
ya había llevado a otra portada en marzo de 1996.
El tatuaje que se corta al llegar a la superficie habitualmente cubierta por una prenda de la que se prescinde no es un concepto nuevo en la revista neoyorquina puesto que ya lo habíamos visto sobre un soporte masculino en una ilustración de Peter de Seve de agosto de 2005. Como ya hemos comentado en otras ocasiones no es raro que las cubiertas de la revista neoyorquina reincidan en conceptos ya utilizados previamente, una falta de originalidad que se compensa con la diversidad y calidad de los enfoques artísticos aplicados.
Otro reciclado creativo cuya segunda parte ya hemos visto en
un antiguo apunte es la brillante
reinterpretación del “tatuaje por amor” realizada por Art Spiegelman en mayo de 1993 con motivo del “Día de la Madre”. Ya
se ve que en este caso sí que hay un giro del concepto que lo convierte en una
creatividad diferente y ciertamente ingeniosa. Su antecedente se remonta nada
menos que a 1928 en que Julian de Miskey
representó la clásica escena del marinero en el proceso de dotarse de un indeleble
recuerdo de su amada. Obsérvese de paso como ha cambiado el aspecto de los tatuadores.
La mutación de las preferencias convertidas en tatuaje que
tantos disgustos está dando a muy fotografiados famosos es el motivo
inspirador de una famosa portada de Norman
Rockwell que fue publicada en el Saturday
Evening Post en marzo de 1944. Muchos años después, con motivo de las elecciones presidenciales
americanas de 2012, Barry Blitt
realizó una genial reinterpretación de la misma en la que el voluble tatuado
era el candidato republicano Mitt Romney
a quien se hacía emular el procedimiento para ilustrar su desvinculación de
algunas de sus promesas iniciales electorales. Asímismo procede recordar que la creación de Rockwell
ya había inspirado una portada de la revista erótica francesa Lui que en 1979 había realizado una más
limitada revisión del concepto en la que simplemente se ponía en el papel de artista
de la tinta a una sugerente dama.
Todavía nos queda una séptima portada del semanario The New Yorker en la que el tatuaje es
protagonista, la que representa una playera escena creada por Robert Burns en la cubierta del número
del 29 de julio de 1996. Este septeto es todo un record de apelación
a ese adorno corporal en una revista de información general aunque lo cierto es
que los tatuajes no solo son el tema central de un buen número de revistas
especializadas, sino que están habitualmente presentes en las imágenes de portada
de publicaciones de todo tipo. Un ejemplo interesante es el de un narcisista Ryan Reynolds que aparecía en junio de
2011 en Entertainment Weekly provisto
de una falsa representación de sí mismo tatuada en el brazo. Un concepto que,
sin embargo, ya había sido utilizado anteriormente en publicidad.
Centro Comercial Rio Sul de Rio de Janeiro (agencia Salles D’Arcy, noviembre 2000) y C & F Cosmetics & Fragrances (agencia Impact BBDO Líbano, 2007) |
Un falso tatuaje también fue el soporte de una de las más
famosas meteduras de pata de la revista Rolling
Stone. En el número del pasado 24 de
abril se utilizó como portada una imagen de la actriz Julia Louis-Dreyfus con un entintado que reproducía los primeros pasajes de
la Constitución de Estados Unidos que aparecían firmados por John Hancock. El único problema es que la firma de ese famoso patriota norteamericano no
figura al pie de ese documento sino en el de la Declaración de Independencia de la que fue el primer signatario el 4 de julio de 1776, once años antes de
que se proclamara la Constitución.
Para quitar hierro al error la protagonista
de la portada llegó a tuitear un humorístico montaje que proclamaba que la
firma no era parte del tatuaje dorsal sino una marca de nacimiento.
Como contrapunto a la nutrida presencia de tatuajes en la
portada de The New Yorker cabe destacar la escasa aparición de los mismo en la prestigiosa Time. Aun así, cuando en 2007 llevó a la tapa una actualización de la icónica “Rosie the Riveter”, aparte de sustituir el pañuelo por una gorra y
colocarle una pulsera que bien pudiera ser de un reloj de zurda, se dotó a esa nueva Rosie de dos atributos muy
actuales: un tatuaje, cierto que bien discreto, y unos auriculares para escuchar
música. Signos de los tiempos.
Finalizamos con un par de portadas bastante antiguas. Una de Vanity Fair de octubre de 1934 en la que el simbólico Tio Sam aparece recubierto con siglas de las múltiples organizaciones creadas por la administración americana en los años treinta a instancias del grupo de asesores del presidente Roosevelt conocido como Brain Trust, de ahí el académico atuendo del artista. A su lado un ejemplar del Saturday Evening Post de noviembre de 1941 pone de manifiesto como ha cambiado el perfil de los tatuados.
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