En cuanto al italiano, esta semana hemos aprendido, junto con el papa Francisco, que el término "frociaggine" utilizado en el habla romana que cabe traducir como "mariconería" es muy despectivo. Pablo García es el único humorista a quien hemos visto ocuparse de este asunto que llevó a su tira del miércoles con una singular adaptación del Día del Orgullo Gay.
Álex Grijelmo critica hoy en La ‘paradinha’ locutiva el abuso periodístico del recurso al suspense dialéctico que no deja de ser uno más de los tics imitativos de esa profesión. Un artículo que bien merecía un videoanexo de ejemplos.
Otra lectura que nos parece recomendable es El idioma de la justicia penal de Jesús Zarzalejos en el Abc de hoy. Lo complementamos con un enlace para desinformados que no estén al corriente de por qué escribe que la señora Gómez no es «presidenta de Gobierno».
La tira del lunes de Asier y Javier, que acompañamos con la de Pablo García del jueves, invita a recordar que Sánchez apuntó en su impostada carta a la ciudadanía [tuit que ya supera los 48 millones de impresiones; da para pensar lo que podría haberse hecho con un buen uso de todo ese tiempo ciudadano] que fue Umberto Eco quien acuñó la expresión máquina del fango [1]. Lo hizo en su novela Número cero (Penguin Random House, 2015) que gira en torno al diario Domani, un periódico ficticio montado para intimidar a personajes públicos mostrándoles números cero en los que aparece información falsa sobre sus vidas presentada como cierta. El libro está inspirado en un personaje real, Mino Pecorelli, asesinado en 1979, que durante los años 60 y 70 dirigió la publicación marginal Osservatorio Político que practicaba el hostigamiento a destacados personajes. Un prototípico caso relatado en la novela es el de un magistrado que fue fotografiado mientras fumaba y la imagen se presentó dando a entender que estaba consumiendo marihuana. O la del director de un periódico católico luciendo unos estridentes calcetines que se utilizó para insinuar que era homosexual. La auténtica técnica de la máquina del fango es, por tanto, informar sobre algo que es cierto, pero de tal modo que se pueda interpretar otra cosa.
La viñeta de ayer de Peter Brookes nos parece una útil herramienta para la enseñanza de los phrasal verbs del ingés que atormentan a tantos estudiantes de esa lengua. Stand on frente a stand with.
Padylla encabeza la crónica del ludolingüísmo reciente con un ejercicio de retroacronimia que admite algún afinado en la concordancia de género (vg. PIB al alza en Canarias).Sigue la denominación embajode propuesta el martes por Javier Cuervo y Pablo García para las sedes de la nueva diplomacia israelí dirigida por el muy poco diplomático personaje que ha resultado ser el compulsivo tuitero ministro de Exteriores Israel Katz. Puebla, por su parte, acuñaba al día siguiente el paronímico identificador mileinial que parece aplicable a un sustancial sector de Vox.
La palabra genocidio volvía el domingo, por tercera vez, a una viñeta de J. Morgan, mientras que Napi aporta una irónica reseña del uso que hizo Margarita Robles que, por alguna extraña razón, pasa por ser una moderada dentro del gobierno. Ser, es antinacionalista.
El muy exitoso recurso humorístico al anfibológico uso de "reconocer" todavía colea hoy en la descolgada viñeta de Santy Gutiérrez sobre la decisión adoptada el martes.
Proseguimos con el dibujante cubano afincado en México Ángel Boligán que debutó el domingo en nuestro recopilatorio de Juegos con globos de texto con una tira publicada en el diario argentino La Nación, mientras que Vergara sumaba pocos días después una pieza, ya comentada en el apunte del miércoles, que es la enfangadora forma que ha ideado eldiario.es de hacerse eco de la reunión de Abascal con Netanyahu.
Anexo
La ‘paradinha’ locutiva
Álex Grijelmo (El País, 1/6/24)
Ese recurso retórico funcionaba bien en los chistes de Les Luthiers, pero mal en el remate de los reportajes de televisión
Se llama paradinha en el fútbol a la acción del lanzador de un penalti que consiste en detener de pronto la carrera hacia el balón, justo antes de golpearlo, para buscar con ello que el portero se mueva hacia un lado (si no se anticipa será difícil que detenga el disparo) y de ese modo lograr el tanto con facilidad por el otro palo. Se escribe con la grafía portuguesa porque el amago lo inventó el brasileño Didí, aunque se haya atribuido erróneamente a Pelé. Esa finta me viene a la cabeza cada vez que percibo una paradiña en las locuciones de los reporteros televisivos: la interrupción momentánea del ritmo natural del habla justo antes de terminar la información, a fin de mantener en suspenso el relato y concluirlo brillantemente. Porque a veces tiene también la pinta de engaño.
Esta salida adquiere sentido cuando tras una breve pausa se expresa algo sorprendente o ingenioso. Por ejemplo, si decimos (o escribimos, en cuyo caso acudiremos a los puntos suspensivos): “Fue a pescar al río y le picó en el anzuelo… una ballena”. Ahí sí comprendemos la suspensión del relato, porque lo que llega detrás es algo gordo, como las ballenas. Pero a cada rato nos topamos con ese recurso en los reportajes de cualquier cadena, sin que se den las condiciones necesarias para que la paradiña alcance sentido: “El desenlace de la eliminatoria llegará mañana, miércoles… a partir de las nueve de la noche”. Si ya sabemos que el partido se juega a esa hora, como suele ocurrir con las eliminatorias de los miércoles, la suspensión se vuelve absurda y no se le ve la gracia.
El horario habitual no le añade nada interesante ni al relato ni a la conclusión, al contrario de lo que sucedería con la alternativa “el desenlace de la eliminatoria lo tendremos mañana, miércoles… a partir de las siete de la mañana”. Aquí sí encajarían la forma y el fondo, la sorpresa, porque no estamos acostumbrados a ver partidos de fútbol tan temprano, sobre todo si corresponden a un torneo europeo.
La paradiña bien ejecutada sí podía ser pertinente en los ya legendarios chistes del grupo argentino Les Luthiers:
“Para los alumnos y profesores de la Universidad de Wildstone, la diversión y la recreación no son menos importantes que el estudio. Son... más importantes”.
“Pañales Pompón: impermeables... e hipermeables”.
Pero tal manera de crear expectación se viene abajo cuando, una vez lograda, las palabras que siguen expresan una simpleza. Esto es un recurso de riesgo, y hay que estar seguro de que no se defraudan las expectativas. Porque aquí funciona el reflejo de Pavlov. El científico ruso así apellidado, premio Nobel en 1904, estudió la relación entre las reacciones fisiológicas de su perro y los estímulos que el animalillo relacionaba con la comida. El can de Iván Pavlov salivaba cuando veía el plato, pero también al observar algún movimiento del dueño que él identificaba con que le estaba preparando el almuerzo. La secreción de saliva servía como muestra de su pensamiento: “Voy a comer enseguida”. De ahí deducimos la decepción que sentiría un perro si su amo lo engañase con las acciones habituales conducentes a prepararle el condumio cuando no hay tal.
Pues esto es lo que ocurre con las paradiñas locutivas fallidas: que desilusionan. Quien crea que la interrupción momentánea del discurso provoca que el remate suene brillante aunque no lo sea se comportará como el insensato convencido de que le basta con abrir el armario del pienso para que su mascota se dé por alimentada.
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