Vamos a tratar de reparar, aunque sea con imperdonable
retraso, el olvido que hemos tenido al no felicitar a los responsables del
interesante “Laboratorio del Lenguaje” del Diario Médico con motivo de
su décimo aniversario celebrado el pasado 30 de marzo. Asumimos que teníamos ese
blog un poco abandonado, de hecho hasta ahora no lo hemos citado ninguna vez en
nuestras finisemanales recopilaciones lingüísticas, y no es aceptable excusa lo
difícil que resulta sacar tiempo para seguir todas las bitácoras interesantes
de las que tenemos noticia.
El apunte de esta semana de esa sección coordinada por Fernando A. Navarro y Jose Ramón Zárate se hace eco de un
curioso estudio realizado por Lisa D.
Cook de la Universidad Estatal de
Michigan que ha sido publicado en la revista Explorations in Economic History. Tras analizar los certificados de
defunción de tres millones de afroamericanos que han vivido entre 1802 y 1970, esta
investigadora ha concluido que quienes llevaban lo que ella llama nombres
históricamente distintivos, básicamente de origen bíblico, como Elías, Abraham,
Isaac o Moisés, vivieron una media de un año más que quienes recibieron otro
tipo de nombres.
No empiecen con supersticiones. Como apunta la propia investigadora,
la conclusión más razonable es que el uso de tales nombres aumenta con el nivel
cultural y es, por tanto, probable que
los así llamados se hayan beneficiado de un nivel educativo superior, así como de unos
lazos familiares y sociales más fuertes, factores que influyen positivamente
en la longevidad. No hay, pues, tal secreto.
Este es un interesante
ejemplo de una correlación que puede ocultar a los analistas menos rigurosos la
auténtica relación causa-efecto. Una fuente habitual de clamorosas falacias que
merece volvamos sobre ella en alguna otra ocasión.
P.S.- Como esto ha sido cortito, háganse un favor y pásense por El País a leer la columna de Félix de Azúa titulada Inquisición que tampoco llega a las 300 palabras. Y dice mucho es lo que dice con tan pocas.
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