La escasa trascendencia de las noticias que han inspirado la entrada anterior, hasta el diario El País ha programado para hoy la publicación de los resultados de uno de sus habituales sondeos electorales para dotarse de materia de enjundia para su portada, nos obliga a dedicar un segundo apunte a la noticia realmente importante de la festiva jornada de ayer.
A la vista de como recogen dos antagónicos diarios el resultado de la eliminatoria Barcelona-Bayern, ¿qué lectores cree usted que están experimentado "schadenfreude"?
Ya hemos comentado en alguna ocasión anterior el descaro con el que se nos cuelan en casa mensajes emitidos en los llamados idiomas de prestigio. Y así es que vamos coleccionando anuncios como el de Nespresso, el de Scarlett Johanson que no nos acordamos ahora qué perfume promociona (luego no es buen anuncio, aunque tiene el detalle de incorporar subtítulos en español), o el de otra fragancia, cuyo nombre tampoco recordamos, que se larga un considerable parlamento en francés. Y anotemos que este bello idioma ha visto restringido su uso prestigiador a campos muy concretos como el de la perfumería (cualquier día les haremos una relación de federaciones deportivas internacionales cuyas siglas están formadas a partir de su denominación en francés para que vean el declive de la que fuera la lengua de la diplomacia).
El alemán, aparte de ser un gran desconocido entre la parroquia hispana, intimida más, quizá debido a su densidad consonántica. Así que al margen de en los lemas de las prestigiosas marcas automovilísticas germanas, esa lengua no aparece mucho por nuestros televisores. Pero no se puede negar que el "idioma de la filosofía", por más que Carlos V dijera que es el que utilizaba para comunicarse con sus soldados (o con su caballo, porque diversas versiones hay) ha dejado pocos conceptos sin palabra. Y así como el castellano cuenta con la palabra envidia para designar la "tristeza por el bien ajeno", nuestro idioma tiene mal resuelta la denominación de la opuesta "alegría por el mal ajeno". La palabra más apropiada que nos proporciona nuestro léxico es regodearse utilizada en su tercera acepción "3. prnl. coloq. Complacerse maliciosamente con un percance, apuro, etc., que le ocurre a otra persona", pero como también se usa muy habitualmente con el significado más próximo a su etimología de alegrase mucho (de re- y el latín gaudĕre, alegrarse), no proporciona una solución plenamente satisfactoria que disipe posibles ambigüedades y evite los siempre desagradables ¿y usted de qué se ríe? Es por ello que el lenguaje culto recurre, no sólo en español, sino también en inglés, que también cuenta con el término epicaricacy, o más raramente en francés, al germanismo schadenfreude de inequívoco significado al estar formado por composición de schaden (daño) y freude (alegría).
Ahora que tienen claro que la schadenfreude se ha desplazado en horas 24 de Barcelona a Madrid, es necesario aclarar que aunque para Nietzsche fuera la forma máxima del resentimiento, no siempre es moralmente condenable. No en vano mucho antes ya había proclamado Tertuliano, uno de los Padres de la Iglesia, aunque uno de los pocos que no han alcanzado la santidad, que uno de los principales motivos de la bienaventuranza de los que están en el cielo es ver cómo arden en el infierno los magistrados romanos. Algún pleito perdería. Ante esta patrística manifestación, cómo vamos a osar tildar de inmoral el comportamiento de quienes habitan el cielo.
Una interesante justificación de esa aparentemente malévola alegría la proporciona el poeta y filósofo romano Lucrecio en su kilohexamétrico (este neologismo no es gratuito, porque tiene 7.400 versos) poema "De rerum natura" (De la naturaleza de las cosas) en el que sostiene que está causada por el acto de darse cuenta de los males de que se está exento. Aunque, bien pensado, en el caso de hoy este razonamiento no encaja bien porque el mal es compartido, salvo quizá en intensidad, como bien se encarga de restregar Marca.
Esta línea de pensamiento fue compartida en siglo XVII por el suizo Jean Jacques Rousseau, uno de los padres del buenismo que tan de moda ha estado por el solar patrio, quien atribuyó la dulzura de la piedad a que al ponernos en el lugar de quien sufre sentimos el placer de no padecer como él. Algo así subyacerá en el gozo que indudablemente estarán experimentando hoy los partidos menores del llamado arco parlamentario al conocer las sustanciosas ganancias de escaños que les concede la citada encuesta de El País.
Para que ustedes también consideren si ese sondeo debería causarles algún tipo de schadenfreude, vamos a ilustrarles con un ejemplo tomado por aquí cerca, que entendemos ilustra bien el talante de estos presuntos llamados a renovar la cosa pública. Como del entorno de IU ya les hemos facilitado en otra entrada una perla de obligado visionado antes de cualquier proceso electoral, hoy vamos a dejarles un flash de como se las gasta UPyD con su particular interpretación del regeneracionismo.
Este híbrido de regenerador sui géneris y agencia de colocación de afines se llama Ignacio Prendes y es el único diputado de UPyD en el Parlamento Asturiano |
Y como la palabra schadenfreude tiene pocas posibilidades de cuajar fuera de ámbitos muy concretos, el habitual espíritu constructivo que anima Vetustideces nos lleva a proponer un sustitutivo autóctono que supere la ambigüedad de regodeo. Así que, si para pasar de la envidia al vocablo objetivo tan solo es necesario cambiar en la definición de la primera alegría por tristeza y bien por mal, haciendo también dos cambios en la palabra envidia, la inversión de una sílaba (ne por en) y su posterior transposición con la siguiente (vine por nevi) obtenemos vinedia (envidia > nevidia > vinedia). Fácil de recordar y sencilla de pronunciar. Y aunque solo sea por insistencia, algún día tendremos que colocar alguno de nuestros neologismos. Pero recuerden, a diferencia de la envidia, la vinedia si puede ser sana, que así lo sostiene hasta algún Padre de la Iglesia.
Adenda 9/2013: Hemos topado con un interesante apunte sobre el schadenfreude en el blog Tripodología Felina en el que se repasan las lenguas que tienen un vocablo equivalente. Aprovechamos para recordar que este no es siempre un sentimiento especialmente ruin, ¿qué nos dicen del schadenfreude que experimentan los espectadores cinematográficos cuando los malvados reciben su merecido?
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