miércoles, 23 de enero de 2019

Si su pareja la hubiera pegado, quizá se hubiera salvado


La pasada semana encontraban muerta en su piso de Oviedo a una mujer de 34 años, que pereció  intoxicada por el monóxido de carbono producido por la mala combustión de una caldera (enlace a la noticia en El Comercio). Una de esas crónicas de sucesos que apenas desborda el ámbito local y tiene mínimo impacto en la opinión pública, no digamos ya en el ámbito político. Pero se trata de un fallecimiento que habría podido evitarse con un simple detector de ese pérfido gas. Un pequeño dispositivo cuyos modelos más sencillos cuestan poco más de 20 euros. 

O sea, que regalar un millón de ellos, alguna rebajilla conseguirían nuestras autoridades para semejante pedido, costaría menos de 20 millones de euros. Un redondo número que serviría para dotar con esa medida de seguridad a un buen número de hogares, particularmente de personas mayores, previsiblemente más renuentes a realizar esa compra por sí mismas. Modesto cheque-regalo de vida.

Y para el resto, una machacona campaña conminando a realizar ese pequeño gasto en un sistema de seguridad que bien podría ser declarado obligatorio.

La invisibilidad de este problema es tal, que ni siquiera es fácil encontrar cifras fiables sobre la mortalidad causada por la inhalación de tan, a fuer de inodoro, traidor gas. Pero parece que estaríamos hablando de más de cien muertes anuales, la principal causa del epígrafe 'otros envenenamientos accidentales' de la estadística de Defunciones por causa de muerte. Y son bastantes más que las debidas a otro omnipresente motivo que está recibiendo ingentes cantidades de dinero, difíciles de computar globalmente por la diversidad de administraciones que aportan los fondos.

No se vea en lo dicho una crítica a la lucha contra la violencia de género, pero parece que se está queriendo tapar con una lluvia de dinero otras insuficiencias en la gestión del problema. Y, como siempre que hay mucha pasta de por medio, no son pocos los oportunismos que se han abierto camino para acceder a tan bien dotada ubre.

En esto pasa un poco como con la homeopatía, que por sí misma es incapaz de hace daño, no deja de ser carísima agua, pero el peligro radica en que provoque el abandono de los tratamientos verdaderamente eficaces. Y cuando las políticas públicas concentran obsesivamente los recursos disponibles en un causa de muerte estadísticamente mínima, aunque cierto es que se trata de un problema con otros muchas preocupantes consecuencias, hay otras causas de muerte, cuya negra estadística parece fácilmente aliviable, que sufren un injustificable abandono. Esperamos que ahora quede claro el deliberadamente provocador título: si se tratara de otra casuística, es posible que sí que habría habido medios para acotar los riesgos.

Otro día tendremos que dedicar un apunte a ese creciente problema, del que tan poco gusta tratar, que es el suicidio. Una causa de muerte que, como muestra el siguiente gráfico, también elaborado con las cifras del INE, deja claro que esa violencia inherente al macho de la especie humana también es muy mortífera para el mismo. ¿Recibe una atención (y $$) acorde con la magnitud del problema?





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