viernes, 19 de octubre de 2018

Cosas de la lengua (42/2018: 1ª parte)


 Grabado de Juan Bautista Morales y Fe
 que se utilizó como frontispicio en la
 edición de La pícara Justina de 1605
Es un placer poder volver a comenzar una de estas lingüísticas reseñas semanales, que hemos adelantados al viernes porque la extensión alcanzada aconseja el fraccionamiento en dos partes, con la recomendación de un Rinconete. Una sección del Cervantes Virtual que nos tiene menos enganchados que antaño. Pero nos ha gustado el artículo Palabras fantasma (3): veranero en el que David Prieto García-Seco explora el curioso territorio de los vocablos que cobraron existencia en la errada mente de algún lexicógrafo.

En esa tercera entrega de la serie se explora la segunda acepción que el Diccionario de la lengua española da a veranero: «m. 2. Lugar donde algunos animales pasan el verano». La que se considera consecuencia de una mala lectura de La pícara Justina (1605), una novela que aportó nada menos que 856 citas al Diccionario de Autoridades. Pero lo que en este caso realmente dice ese texto es «Salí de noche como cigüeña que va a veranadero». Y este sí que es, según bien registra el Diccionario, el «Sitio donde en verano pastan los ganados».


El Martes Neológico sigue sorprendiéndonos con su escaso sentido de la oportunidad. El que ha llevado a esa sección del Cervantes Virtual a ocuparse ahora del adjetivo eurovisivo -vaque se aplica a todo lo relacionado con el certamen musical que se celebra en mayo. Un festival cuya primera edición tuvo lugar en Lugano en 1956 con la participación de siete países, mientras que el debut de España se produjo en 1961 con la cantante sevillana Conchita Bautista como representante.

Alba Milà-Garcia señala que el Observatori de Neologia recoge por primera vez el término en el año 1998. Pero una simple consulta de algunas populares hemerotecas permite encontrarlo en Abc en 1969 (Abc 5/4/69, pág. 60) y en La Vanguardia, todavía entrecomillado, en 1967 (La Vanguardia 4/5/1976, pág, 55). Sin ánimo de parecer repugnantes, tenemos que decir que no es la primera vez que advertimos que la base de datos que maneja ese Observatorio nos parece muy mejorable. Y es que 30 años son muchos, a efectos de estudiar el nacimiento de una palabra.

Cambiamos de fuente. La semana pasada nos dejamos sin reseñar el artículo ‘Open science’, o cómo cambiar la cultura de la producción científica, publicado el viernes en El Laboratorio del lenguaje del Diario Médico. Una reseña del estado, después de 15 años, de la Declaración de Berlín sobre el libre acceso a la literatura científica. Y se que constata que, aunque cada vez se publica más en abierto, cerca del 80% de los artículos continúan apareciendo en revistas que exigen un pago para el acceso.

Interesante dato el que se aporta de que las instituciones científicas se han gastado durante el último año 7.600 millones de euros en suscripciones a revistas que han publicado 2 millones de artículos. Así que cada uno saldría a 3.800 euros, mientras que el coste medio de publicar en abierto se estima en 2.000 euros. Pero también habría que contrastar el nivel de revisión, un asunto clave, máxime en la era de las fake news. Complejo asunto.

El domingo leímos a Fernando A. Navarro explorar en ‘To empower’ y ‘empowerment’ (I)  algunos perniciosos efectos de la adopción de algunos anglicismos. Como en ocasiones ocurre con este verbo que la RAE admitió en 2014 en el Diccionario con la definición «hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido».

Y es que en inglés se utiliza como un comodín cuyos matices muchas veces hacen preferibles otras palabras. Aporta el autor, a modo de muy oportuno ejemplo, la frase patients must be empowered with respect to treatment decisions, que se entiende mejor traducida como «los pacientes deben intervenir más en las decisiones terapéuticas», que en la forma «los pacientes deben ser empoderados con respecto a las decisiones terapéuticas».

También se citan los resultados de una encuesta a profesionales sanitarios en la que las preferencias para traducir «empowered patient» fueron encabezadas por «paciente involucrado» (15,18%), seguida de «paciente copartícipe» (13,36%), mientras que tan solo un 4,28% optó por «paciente empoderado».

En la segunda parte del artículo, publicada el miércoles, se abunda en la cuestión a partir de la constatación de que son muy pocos los hablantes que entienden claramente el significado de empoderamieto, el calco hispano de empowerment. Navarro plantea alternativas como facultación, promoción, emancipación, esta con un espléndido ejemplo, potenciación, participación, autonomía, capacidad de decisión, habilitación, pleno ejercicio de los derechos, responsabilización o toma del poder.

Sobrevaloración y desgaste de los premios Nobel es el muy descriptivo título del editorial del Diario Médico sobre los galardones que concede la Academia Sueca, que este año no tienen modalidad de literatura por el escándalo sexual destapado. Coincidimos en lo riguroso del corsé de un máximo de tres premiados, pero apoyarlo en ese disparate que es la atribución del hallazgo de las ondas gravitacionales a más de mil investigadores es sacar billete a Guatepeor. Los equipos involucrados pueden ser inmensos, pero los hallazgos clave son el producto del genio de unos pocos.

Pasamos a El País, donde Álex Grijelmo critica en el artículo Los verbos reiterativos los que asimismo llama, y nos gusta más, verbos depredadores. Los chicos para todo de ese periodismo de empobrecido lenguaje que hoy en día es demasiado habitual. Los escogidos para explorar alternativas son arrancar, dejar, generar, hacer y realizar.

Lola Pons Rodríguez publicó en ese mismo diario Las evocaciones de los nombres: ¿por qué 'Ambrosio' nos suena a mayordomo? Un escrito en el explora los motivos por los que los nombres de pila se llenan tan fácilmente de connotaciones, luego muy cambiantes con el paso del tiempo. Pero tenemos que reconocer que en esta tan mecánica semana, nos ha pasado un poco lo de «No hay marcha en Nueva York».

Finalizamos esta primera entrega confesando que ha sido un tuit de Manuel Conthe el que nos ha descubierto la palabra  Tsundoku (más sobre ella en el blog hipertextual). Luego hemos en visto en El País que es una de las ilustradas en el libro 'Lost in Translation' (2016) de la escritora británica Ella Frances Sanders. Se nos hace buen colofón. Mañana más.





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