Comenzamos este 42º recorrido lingüístico del año con Lola Pons Rodríguez que el pasado lunes publicó en El País Serás pobre aunque te apellides “Rico”: el peso de tu nombre. Un artículo dedicado a los aptónimos, que es la denominación que reciben los nombres de las personas que ejercen la profesión de su apellido. Pero sesgada imagen de la bancaria es comenzar la lista con Emilio Botín, nombre tanto del fundador del Banco Santander, como de su sucesor hijo en la presidencia, ambos ya fallecidos.
Apunta la autora que también hay inaptónimos, nombres que contrarían el aspecto o la ocupación de sus portadores. Uno de los ejemplos que aporta es el de Gabriel Rufián, pero, más benévola en este caso, deja abierta su clasificación en este grupo o en el anterior.

En la segunda parte del artículo se ocupa de la hipotética discriminación que podría comportar el orden alfabético. Un asunto que ilustra con una controvertida teoría sobre la introducción de la k en el nombre de Corea que habría sido forzada por los japoneses. Algo no acaba de cuadrarnos en esa historia.
Una horas antes, Álex Grijelmo publicaba en el mismo diario La pasta de todos y de cada uno. Un artículo dedicado a las palabras de las que expresivamente dice que se pegan entre sí como con Super Glue. Como es el caso de “erario público”, un sintagma sobre el que el subtítulo recalca que si se dice sólo “el erario” parece que falta algo. Eso cuando tal pecunia solo puede ser, por definición, pública (o sea, de nadie, según gentes como la Vice antiaptónima).
Lo que nos ha llamado la atención es que omita la condición de epíteto de ese “público”, para desviarse hacia el valor expresivo de los pleonasmos, que son una categoría más amplia de redundancia. Pero en el improbable caso de que nos lea, quizás nos encuentre tan quisquillosos como nosotros le hemos visto a el en su artículo. Le animamos a componer otro sobre el Superglue de la hipocresía, que bien podría comenzar con la vigencia de los "piquetes informativos" en la era de internet. Y eso que observamos que en las crónicas de la huelga catalana ni se han atrevido a utilizar tan cínicamente eufemístico sintagma.
“Quienes actuando en grupo o individualmente, pero de acuerdo con otros, coaccionen a otras personas a iniciar o continuar una huelga, serán castigados con la pena de prisión de un año y nueve meses hasta tres años...” (art 315.3 Código Penal).
Comenzamos la crónica de lo que nos ha interesado en el Centro Virtual Cervantes con el Rinconete de Pedro Álvarez de Miranda titulado La dichosa almóndiga. Un recordatorio, al hilo de una indocumentada crítica de un texto de Javier Marías, de que esa variante popular de albóndiga ya está recogida en el Diccionario de autoridades de 1726.
Rosa Estopà se ocupó en el Martes Neológico de dos acepciones del sustantivo escarabajo que no están recogidas en el DLE. Apunta la autora, siguiendo una muy extendida cita, que fue el New York Times donde el 3 de julio de 1938 fue utilizada por primera vez la palabra beetle (escarabajo) para referirse al primer Volkswagen. No debería ser difícil encontrar ese artículo, pero no hemos conseguido dar con el.
Bien conocido es, en cambio, “Nazi Hopes Ride the 'Volksauto'” de Otto D. Tolischus, que fue publicado en The Times Magazine del 16 de octubre de 1938. Pero no incluye la denominación beetle que se entiende mejor a la vista del diseño W30 de 1937 que todavía no incluía lunas posteriores.



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'Apoteosis de Ramón Hoyos' (1959) de Fernando Botero |
Un poco más de neología, ya para finalizar esta primera parte, porque el sexo es fértil territorio para esos creativos ejercicios. Así es que el suplemento S Moda se hacía eco esta semana de la obsesiva búsqueda que, al parecer, se observa en las redes para ligar de “unicornios”, o sea, mujeres bisexuales dispuestas a tener sexo con las dos partes.
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