Difícil tarea periodística la que se produce después de una tragedia. La sociedad quiere saber que sienten los afectados, pero las manifestaciones que se hacen desde el dolor no suelen ser muy ecuánimes. Por ello, es necesario aplicar una especial delicadeza para transmitirlas.

Encima, se añade ese presuntamente omniscente subtítulo "Hay cosas que no se hicieron bien", que recoge lo que no deja de ser una aventurada afirmación hecha desde un muy imperfecto conocimiento de lo ocurrido. Y también de cómo funciona el transporte de viajeros, como bien pone de manifiesto la candorosa declaración, que hasta podría constituirse en una póstuma inculpación (que bien pudo omitir el periodista), de que (su marido) siempre que podía no iba a sentarse más allá de la segunda fila, para no perder la oportunidad de "ir hablando con el chófer de política o de lo que sea”. De tanto como cogía el autobús conocía a los conductores habituales y tenía confianza".
Vale que ella no lo sepa, o en su tribulación no haya caído, pero el periodista sí que debería haber reparado en que no hay reglamento de viajeros, entre los muchos que rigen este autonómico país, que no incluya entre las obligaciones de los transportados la de "No hablar al conductor mientras el vehículo esté en marcha, salvo por razones de necesidad relacionadas con el servicio". No pocas placas lo recuerdan, habitualmente en formato bastante taxativo que omite las excepciones.
Así que la viuda puede añadir otra hipótesis a las barajadas en la entrevista. Pero mejor que deje ese trabajo a lo especialistas y que la prensa procure informar con lo que estos vayan comunicando. Las emociones de esta víctima, y vaya desde aquí nuestro pésame para ella, bien podían haberse plasmado en otro tipo de titulares. Como podría haber sido uno que recogiera el trágico presentimiento que narra: “Supe que estaba en el autobús accidentado antes de que me lo confirmaran”.
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