Sobre La punta de la lengua ‘Lecornú’ se llama ‘Lecojní’, que encontrarán en el anexo 1, tan solo apuntaremos que es un texto que pide formato podcast, porque nos parece un espanto la transcripción que se ve obligado a utilizar Grijelmo, entendemos que ante la asunción de que el Alfabeto Fonético Internacional es, hoy en día, un gran desconocido.
Pasamos al Centro Virtual Cervantes, cuyo director, Luis García Montero, ha desatado una polémica con el director de la Rae, Santiago Muñoz Machado, que ayer documentamos con detalle. Idígoras y Pachi dedican su tira de hoy al enfrentamiento suscitado.
Alberto Rivas Yanes narra en el Trujamán La revuelta universitaria de 1956 y el arte de la traducción: Francisco Bustelo la curiosa llegada al gremio de traductores de quien llegara a ser rector de la Universidad Complutense de Madrid.
El Rinconete Grafitos históricos (115). Astérix, siempre contra el César de José Miguel Lorenzo Arribas no resulta aconsejable, por el espoiler que incluye, para quienes tengan previsto leer El papiro del César (2015) de Jean-Yves Ferri y Didier Conrad. Lo complementamos, en todo caso, con el fragmento de ese libro en el que se hace la correctamente documentada referencia a que la realización de grafitos de protesta ya se producía en la antigua Roma.
Volvemos al humor gráfico con el irónico uso que JM Esteban hacía ayer del verbo fundar, aplicado a una hipoteca. Un juego que nos invita a señalar que en el pretencioso lenguaje de Yolanda Díaz los castigos "se profesan" (enlace vídeo).
También ayer, Asier y Javier proponían un calamburesco juego con los fondos opacos que ha manejado Koldo. Sigue la adaptación de Oroz del principio jurídico In dubio pro reo y la de Nieto del bélico aforismo si vis pacem, para bellum (si quieres la paz, prepárate para la guerra).
Una joven tan poco agraciada como devota pidió a Santa Rita de Casia, patrona de los imposibles, el favor de encontrar novio. La santa obró el milagro y le dio pareja, pero el mozo rompió la relación poco antes de casarse, por lo que la desairada chica volvió a vistar a la santa para presentar reclamación con el popular dicho. Pero infructuosamente, según la mayor parte de las versiones, como la recogida por Gregorio Doval en su libro Del hecho al dicho (2004), que concluye apuntando que "la doncella no consiguió este nuevo favor y hubo de quedarse soltera, sin otro remedio que quedar para vestir santos".
Miki y Duarte publicaron el jueves la primera viñeta en la que etiquetamos las expresión «que te den morcilla». Y es que morcilla es, en segunda acepción (incorporada en 1947), un «Trozo de carne envenenada usado para matar perros». Un significado que refleja la antigua práctica de combatir los brotes de rabia transmitida por los perros callejeros mediante la introducción de estricnina en morcillas u otros trozos de carne que se abandonaban para que los animales infectados murieran tras comerlas. De ahí que «Dar morcilla» signifique tanto «Matar con morcilla envenenada» como «Fastidiar, incordiar, ser molesto» y que la expresión coloquial «que me, te, le, etc., den morcilla» se utilice «para expresar vehementemente rechazo, desprecio o desinterés hacia la persona o cosa aludidas».
Proseguimos en territorio chacinero para mostrar cómo adaptó Puebla a las últimas tendencias lingüísticas una popular expresión.

- Esos profesionales de la política o de la opinión, y sus incontables seguidores, creen de verdad que su bando representa al bien, y por lo tanto que pueden ignorar sus errores éticos. Y si son conscientes de ellos, tienden a considerar que son un mal imprescindible para alcanzar el bien máximo: que gobiernen los suyos y no gobiernen los otros. Ramón González Férriz en Si no entiendes cómo piensa la gente partidista, no entiendes la política
Durante días se ha oído en las emisoras y en las televisiones españolas el nombre del guadianesco primer ministro francés Sébastien Lecornu. Y distintos medios repetían la pronunciación Lecornú, con la u del español y no con el sonido francés de esa letra, que viene a ser una i con ciertas gotas de u, pero generalmente interpretada por los hispanohablantes como una i. Para pronunciar Lecornú, su grafía debería ser Lecornou. Si figura escrito Lecornu, la lectura más parecida en nuestra fonética es Lecojní (si bien se puede obviar ese fonema gutural al que en francés remite la erre, porque ya sería pedir demasiado). No hace falta hablar el idioma galo para intuir la prosodia de este apellido. Un periodista debería conocer la pronunciación de un nombre como Albert Camus (más o menos Albej Camí), por ejemplo; o de una expresión muy extendida en el español culto: déjà vu (o sea, deyá vi, que significa “ya visto” o, en el lenguaje técnico, “paramnesia”: esa alteración de la memoria que consiste en creer que hemos vivido una situación que en realidad nunca ocurrió). Solamente con esos dos casos tan conocidos ya se debería sospechar que la letra u en el idioma escrito de los vecinos del norte no equivale en el verbal a la nuestra. Sin embargo, durante varios días seguidos he oído en la Cadena SER y en Onda Cero Lecornú, a cargo de prestigiosos comunicadores; con algunas excepciones de quienes eligieron la pronunciación adecuada, como Carles Francino.
En la fecha en que escribo estas líneas, solo en La 1 han expresado bien tanto el apellido como el nombre de pila de Sébastien Lecornu. O sea, en la lengua hablada Sebastián Lecojní (más o menos).
Por su parte, en La Sexta reprodujeron bien el nombre de pila pero repitieron el apellido inadecuado.
En Antena 3 dijeron Sebástian Lecornú, con pronunciación llana del nombre de pila, como si correspondiera a un inglés o a un alemán. (Puestos a leerlo literal, deberían haber sido coherentes en el error: Sebástien, con e). La entrada del corresponsal no sirvió para corregir nada, pues se refirió en todo momento al “primer ministro”.
En Cuatro sí habló su periodista en París, quien, pese a tener la torre Eiffel detrás, dijo también Lecornú (sin el nombre de pila). ¿Será que acababa de llegar a Francia?
En definitiva, la pronunciación de la u de Lecornu debe asemejarse a las de “déjà vu” o “Camus”. Pero nunca a la de “Pompidou”.
A veces ocurre que los mismos informadores que procuran pronunciar bien los nombres en inglés, para no sentirse unos paletos, renuncian a hacer lo mismo en francés porque les da miedo parecer unos cursis. Los complejos de siempre. Pero con esto pueden transmitir una idea de descuido, desatención, desgana; la impresión de no haber hablado con ningún ciudadano de allí, o de no escuchar sus medios, o de no tener oído. Rasgos todos ellos inconvenientes para el buen periodista.
Un fallo lo tiene cualquiera. Y yo, claro. Pero no se puede permitir que un mismo error aparezca boletín tras boletín, en un telediario y el siguiente, por la mañana y por la noche, un día sí y otro también, sin que un solo jefe o algún periodista bregado se dé cuenta y anime a sus compañeros a evitar la desidia y el me da todo igual si ya se entiende. Sí, cierto: se entiende. Pero también se entiende así la falta de rigor en el trabajo.
Juan del Val, el mejor ganador del Planeta de todos los tiempos
Alberto Olmos (El Confidencial, 17/10/25)
El premio con la mayor dotación económica de España es también el único que muestra una rigurosa coherencia
Para ganar el premio Planeta, hace falta lo mismo que para ganar las elecciones generales de España: que la gente sepa quién eres. Si para convertirte en presidente del gobierno necesitas que cerca de diez millones de españoles sepan quién eres, para obtener el Planeta necesitas que lo sepan por lo menos veinte. Es mucho más fácil convencer a la gente de que acuda a votar que convencerla de que compre un libro.
Juan del Val ha ganado el premio Planeta 2025 gracias a que el pueblo español sabía que existía. Ahora además sabe que escribe libros. Lleva firmando novelas desde 2011, y desde 2017 ha publicado un libro cada dos años. Vera, una historia de amor es su quinta novela. La gente ha visto a este señor en televisión durante años sin saber que quería leerlo. Ahora, gracias al Grupo Planeta, lo va a leer. Todos deberíamos estar contentos.
Sus rivales en el galardón mejor dotado del mundo (un millón de euros) eran nada menos que 1219 personas que han hecho lo mismo que él (escribir un libro), pero que antes no se han preocupado por ser presentadores de televisión, ni por casarse con Nuria Roca, ni por salir en las revistas del corazón, ni por trabajar en El Hormiguero. ¡La gente se cree que te van a dar un millón de euros por escribir un libro sin aguantar antes a Nuria Roca! Hombre, no. Hay mucho trabajo matrimonial en ese millón de euros que ha ganado Juan del Val, no vale sólo con escribir doscientos folios.
Además, es muy probable que entre las mil doscientas novelas que se han presentado al Planeta no haya un libro mejor (y, desde luego, no mucho mejor) que Vera, una historia de amor. Miren la lista de finalistas. ¿Ven acaso el nombre de Arturo Pérez Reverte, de Alberto Olmos o de Rosa Montero? No, porque no se han presentado. Entonces, ¿quién quiere usted que gane el Planeta, su cuñado de A Coruña, su tía la de los talleres literarios, su prima medio bizca? Porque han de saber que de los 1200 rivales de Juan del val, 1200 son cuñados, tías talleristas, primas con problemas oculares o taxistas que leen el Marca los domingos. No es como que fuera o Juan del Val o Javier Marías.
De hecho, el premio Planeta también se equivoca, y a veces premia a un escritor de prestigio internacional, incluso galardonado en Suecia. Y aquí viene la retranca: ¿no son las novelas con premio Planeta de Vargas Llosa o Camilo José Cela sus peores novelas con diferencia? Lo son. O sea, si el Planeta premia al escritor que algunos creen que debería premiar, el escritor presenta su peor libro y el premio vende menos que nunca (sucedió con
El premio Planeta coherente, palaciego, benéfico y vivo es el que premia a un presentador de televisión, a una mujer elegante (Carmen Posadas) o a un autor o autora que ya vende doscientos mil ejemplares. Si no cumples estos requisitos, no te presentes al premio Planeta. O, en todo caso, no llores. Es como si quieres jugar al póker con cacahuetes. No, aquí se juega con dinero.
El premio Planeta es tan maravilloso que un día premió a una mujer y eran tres hombres. Yo sólo por eso quiero que el premio Planeta no se acabe nunca.
Juan del Val es el ganador más justo que ha tenido este premio en toda su historia. Se trata de alguien famoso, apuesto, buen comunicador, que seguramente ha escrito su propio libro (¿qué más queréis?) y que va a vender cientos de miles de ejemplares porque en el título ha puesto la palabra “amor”. ¿Acaso ven ganadora del Planeta una novela titulada Écfrasis del ser en su disonancia azul? ¿Acaso quieren comprar por Navidad una novela con frases que se alargan durante veinte páginas, como las de László Krasznahorkai? Les reto a regalar a sus padres un hermano Vera, una historia de amor y otro hermano
Mucha gente odia a Juan del Val (no sé por qué) y sólo ve el millón de euros que se ha llevado por escribir un libro. En rigor, Hacienda se lleva más que él. En rigor, lo que se ha llevado Juan del Val es una gira promocional que agotaría al propio Miguel Induráin, de televisión alpina en televisión alpina y de radio cordillera en radio cordillera; amén de tener que estampar su firma cinco mil veces en los próximos meses en su propio libro, al cabo, martirizante.
Si se creen que muchos escritores quieren ganar el premio Planeta, porque sienten que su obra literaria es de una gran calidad, se equivocan. El premio Planeta es totalmente coherente: gana el que trae fama y es capaz de afrontar más fama todavía. ¿O ustedes se creen que hay mucha gente en España que quiere ser presidente del gobierno?
Para ganar el premio Planeta, hace falta lo mismo que para ganar las elecciones generales de España: que la gente sepa quién eres. Si para convertirte en presidente del gobierno necesitas que cerca de diez millones de españoles sepan quién eres, para obtener el Planeta necesitas que lo sepan por lo menos veinte. Es mucho más fácil convencer a la gente de que acuda a votar que convencerla de que compre un libro.
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