El Martes Neológico del Centro Virtual Cervantes, a cargo esta semana de Laura Salvador Pérez, se ha ocupado de la voz stiletto. El nombre dado al calzado de tacón alargado y puntiagudo que recuerda una ‘daga de hoja muy estrecha y aguda’ cuya denominación en italiano procede de la sufijación de stilo, derivado del latín stilus, 'punzón para escribir' y, por extensión, 'modo de escribir'. De ahí que la primera acepción de estilo sea 'Modo, manera, forma de comportamiento'. Una interesante curiosidad que apunta la autora es la italianización de ese italianismo que hay quien afectadamente practica al escribirlo con una doble ele que no tiene en origen. En todo caso, nos da que no la veremos en el DLE.
En el ámbito de la neología humorística contamos con el Homo Hipersapinsisdetó de la viñeta de J. Morgan del martes. Cuando cobran por ello ya pasan a llamarse opinólogos.
Álex Grijelmo se ocupa en Cayó la mundial, artículo que, como es habitual, adjuntamos como anexo, de esa forma expresiva que el Corpes registra por primera vez en una crónica taurina publicada en Abc el 24 de mayo de 1989. Y bien parece que la calificada por Vicente Zabala como expresión castiza sea el resultado de la elisión del término “guerra” en “se montó la [guerra] mundial”.
Lola Pons publica hoy, también en El País, Lugar nuevo de la Corona. Un interesante comentario de la tragedia de Valencia que utiliza la toponimia como hilo conductor que lleva hasta el municipio más pequeño de España, que es el de poco más de una hectárea de extensión que da nombre al artículo que también encontrarán íntegro en un anexo.
Pasamos a Fundéu, que publicó el lunes unas claves de redacción para las elecciones de Estados Unidos que nos ofrecen la ocasión de recordar el primer Joe Biden representado como pato cojo que tenemos registrado, que es el de la magnífica viñeta de Dave Brown del pasado 5 de octubre que ya tratamos en el CLIPDA DCCXIII. Un apunte en el que encontrarán el inspirador grabado de Gustavo Doré.
Los urgenciólogos del lenguaje publicaron ayer unas segundas claves de redacción, estas sobre la COP 29 que se inaugura el lunes en Bakú. Nos ha llamado la atención su preferencia por crisis climática frente al más establecido sintagma cambio climático. Parece claro que no connotan lo mismo.
A falta, esta semana, de piezas de inspiración literaria, Tom Gauld aporta desde The Guardian Books un libresco divertimento que nos sirve de colofón.
Anexo 1
Cayó la mundial
Álex Grijelmo (El País, 6/11/24)
La mayoría de los ejemplos de esta expresión conducen a relacionarla con algo peyorativo, en consonancia con su posible origen
Se ha oído mucho durante estos días: “Está cayendo la mundial”. Interesante formación expresiva a partir de un adjetivo que en el diccionario académico recibe hoy por hoy significados ajenos a lo que se pretende expresar con tal locución. La entrada de “mundial” recoge estas tres acepciones: “Perteneciente o relativo a todo el mundo”. “Perteneciente o relativo al mundo humano”. “Campeonato en que pueden participar todas las naciones del mundo”.“Está cayendo la mundial” aparece a menudo en conversaciones de la lengua oral y familiar; o por escrito en WhatsApp y en los mensajes de Twitter/X. Pero también Ana Rosa Quintana pronunciaba esa locución el miércoles 30 de octubre en Tele 5: “¿Qué hacía la gente yendo a trabajar cuando está cayendo la mundial?”. O al día siguiente: “Estábamos preparando el programa y dijimos ‘hay que hacer el programa de esto. Hay que hacer todo el programa porque se va a liar la mundial”.
Muchos medios han reproducido (yo lo he visto en el Diario de Burgos del jueves 31) el testimonio de un agricultor valenciano, Juanvi Palleter, que había alertado en TikTok el viernes anterior, 25 de octubre, de que los radares de la AEMET en Valencia no funcionaban: “La gente no va a estar informada. Si hay víctimas vamos a pedir responsabilidades (…). ¿Cuándo caiga la mundial que están anunciando, qué va a pasar?”.
Bueno, algo funcionaría bien en la AEMET si el día 25 ya se anunciaba la mundial.
El banco de datos académico muestra el primer registro de esta locución en 1989, dentro de una crónica taurina de Abc: “Y pidamos todos a Dios que en un momento de esos no salga un día un torero con una femoral rota, porque entonces sí que se podría liar lo que los castizos llaman ‘la mundial”. Y el segundo, de 2004, en un texto de Julián Lago publicado en La Razón: “Así que piensen por un momento la mundial que se le montaría al gobierno si, en el entretanto, la posguerra [de Irak] se cobra otra víctima española más”.
¿De dónde viene esta locución? El corpus académico del español del siglo XXI (Corpes), que incorpora muchos registros orales y coloquiales, ofrece 14 casos de “formarse [o montarse, o liarse, o armarse] la mundial”. Esos verbos tan reiterados nos hacen pensar en una originaria elisión del término “guerra”, que se sobreentendía: “se montó la [guerra] mundial”. Y podemos conjeturar que, una vez estabilizada la locución, se adentró por el idioma para abarcar nuevos ámbitos y significar la gran magnitud de cualquier otro asunto.
La mayoría de los ejemplos hallados por aquí y por allá conducen a relacionar “la mundial” con algo peyorativo, en consonancia quizá con el posible origen bélico de tal formación. Sin embargo, la expresión neológica no solamente aparece en contextos negativos o catastróficos. Otra crónica taurina, de 2004 en El Mundo, cuenta que “Morante montó la mundial” con una gran actuación. Unos apartamentos turísticos de Málaga se llaman La Mundial, sin que en su momento pudiera tener eso ninguna relación con la catástrofe de estos días. Y La Mundial es igualmente el nombre de una banda valenciana que anima las verbenas españolas, o tal vez mundiales.
Sea como fuere, el hallazgo es eficaz y expresivo. Quizá con el tiempo siga creciendo su aplicación a hechos agradables, más que a catástrofes.
Ojalá en la siguiente ocasión digamos tras un diluvio que “el sistema de protección civil ha sido la mundial”.
Anexo 2
Lugar nuevo de la Corona
Lola Pons (El País, 9/11/24)
Hay dos mecanismos al nombrar a las cosas: desde abajo y desde arriba. Ambas direcciones se parecen mucho a las dos realidades de la tragedia en Valencia
En el relato de vida de muchos españoles que nacieron antes de los sesenta está la narración del asombro que sintieron la primera vez que pisaron la playa. Reconstruye Jorge Carrión en Lo viral (2020) el viaje de su madre desde el pueblo cordobés de Santaella cuando migró a Barcelona a trabajar: en un mismo día conoció la Mezquita, mientras hacía tiempo hasta que saliera el tren de Córdoba, y el mar, cuando por la tarde divisó desde su vagón la costa de Valencia. Hay una memoria adulta del mar propia de una generación que en su niñez no disfrutó de veraneos ni de jornadas domingueras asociadas al autobús o al coche propio.
En cambio, los ríos han sido realidades conocidas para toda la población española, de interior o de costa. No hay mejor previsor de un asentamiento humano que la proximidad del agua. Las sociedades buscaban ríos cerca, y su curso importaba: la fertilidad agrícola, el alimento del ganado, el ciclo que llenaba y vaciaba el pozo estaban ligados al agua que corría, el agua en que bañarse y de la que beber y vivir. Para muchas zonas dialectales del español, el agua que venía del cielo era llamada así: agua, y no lluvia, dando una continuidad lógica al agua dulce que manaba de la tierra y a la que caía de las nubes.
Muchos de los nombres de lugar nacen de la observación cotidiana del terreno con ojos humanos (alturas, colores, texturas...). En los mapas vemos que si hay agua en un territorio, la toponimia siempre la consagra. Por eso, las noticias de estos días nos enfrentaban a una tautología dramática, ya que se hablaba del desastre de las inundaciones en localidades que han convivido históricamente con cauces y juntas de ríos, y que lo mostraban en su nombre. La palabra latina balneum (baño) generó Buñol; en la comarca de Requena-Utiel, Caudete de las Fuentes deriva del latín caput aquae (cabeza de agua, punto de emanación), por lo que el agua está doblemente en la denominación de la localidad, que en su apellido hace mención directa a las fuentes. Estas se invocan también en Fuenterrobles, en la misma comarca. El topónimo Mislata se ha explicado como una posible referencia a las aguas de acequia y río mezcladas en la zona (latín misculata); la convergencia de aguas se expresa en un topónimo transparente como Siete Aguas, igual que es diáfana la mención al río en Riba-roja de Túria; el pueblo de Torrent consagra en su designación la avenida impetuosa de los arroyos... Como en todo el Levante, lo árabe se mezcla con lo latino: dentro del nombre de Chiva, la localidad que registró el máximo de lluvias durante esta trágica gota fría, está el árabe ğibb, que significa pozo, y Guadassuar, junto al río Magro, contiene la mención al árabe wadi, río. Bajo la toponimia de los lugares afectados por esta reciente desgracia siento la etimología del agua que hace siglos motivó las denominaciones de muchos de estos lugares.
Algunos nombres son muy fáciles para nuestro entendimiento lingüístico, otros han quedado ocultos por la evolución fonética de lenguas que ya no hablamos. Pero todos ellos conforman una toponimia de siglos, sedimentada en la observación del terreno, que me resulta congruente y honesta, propia de un tiempo de consumo local, de playas salvajes, de trabajo agrícola demorado, de mirar a la tierra y bautizarla atendiendo a su singularidad. No creo en el buenismo de las sociedades primitivas, pero sin duda esta toponimia vieja expresa una relación con la tierra más realista que la nuestra. Comparo estos nombres con esos otros de urbanizaciones recientes que bautizamos con una hortera obsesión enaltecedora, del tipo Lomas del Vizconde, Cumbres Turdetanas, Torre Sky Gran Vista... Me invento los ejemplos, pero saben a qué aludo: es esa toponimia publicitaria que intenta engatusar al consumidor bautizando un predio con pretenciosos nombres noveleros.
Es evidente: hay dos mecanismos en la forma de nombrar a las cosas: uno desde abajo, y otro desde arriba, y esas dos direcciones se parecen mucho a las dos realidades de esta semana aciaga para Valencia: el trabajo realista de bota de agua con que se ha sacado adelante tanta ruina estos días y el discurso huero que ha circulado desde arriba, en las declaraciones ante los micrófonos que han revelado un decepcionante choque de administraciones.
Cerca de Benetúser y Alfafar, al sur de Sedaví, existió una residencia religiosa filial del convento de la Corona de Jesús de Recoletos de San Francisco. Ese lugar, el municipio más pequeño de España, se llama oficialmente hoy Llocnou de la Corona, en español “Lugar Nuevo de la Corona”. Y viendo la dignidad con que los Reyes mantuvieron la compostura el pasado domingo durante el penoso curso de la visita a Paiporta, me pareció que ese topónimo religioso de la zona hablaba con transparencia de lo ocurrido allí. Fue un escenario nuevo para la Corona real, sin duda, un lugar alejado de los aplausos cálidos con que se suele recibir a los Reyes en inauguraciones y actos oficiales. Pero fue también un lugar nuevo en la percepción que muchos españoles tienen de la Monarquía, que con su firmeza mostró su utilidad en una democracia a la que le sobra (dicho en palabras del Rey) “intoxicación informativa” y sobre cuyo mapa la polarización política está abriendo preocupantes vías de agua.
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