sábado, 6 de septiembre de 2025

Lenguaje de la semana 36/2025


Hasta esta semana no hemos reparado en que el Martes Neológico del Centro Virtual Cervantes ha seguido publicando en agosto sus bimensuales entregas. La edición del día 12, que estuvo a cargo de Javier Puerma Bonilla, trató la palabra nanosatélite y en la del día 26 Martí Freixas Cardona se ocupó de la ley de Murphy. Un principio cuya autoría se atribuye al ingeniero aeroespacial Edward A. Murphy Jr. (1918-1990), aunque su formulación más habitual sea la popularizada por el escritor de ciencia ficción Larry Niven.

Como contexto para el primero de los citados artículos, apuntaremos que, además del prefijo nano-, tienen entrada propia en el DLE las voces nanociencia, nanoestructura, nanomedicina, nanométrico, nanotecnología y nanotubo. Adicionalmente, en el Diccionario histórico de la lengua española hemos encontrado nanotermómetro. Y como candidata añadida se nos ocurre nanorobot.

La no demasiado apropiada ilustración escogida por el Cervantes es una imagen de una nave carga Space X Dragon (3.7 m de diámetro y 6, 1 de longitud) sujeta por el brazo robótico de la Estación Espacial Internacional. No estaría de más sustituirla por una foto de un auténtico nanosatélite, como el adjunto tipo CubeSat

En el campo de la neología despectiva, hemos leído con interés el artículo de Juan Manuel de Prada Hispanidad o 'hispanchidad'. Conexa temática trata Hughes en Hispanchismo, publicado en el voxero digital La Gaceta de la Iberosfera.

En el Trujamán de Chiara Albertazzi titulado Los traductores somos buscadores de luciérnagas nos ha sorprendido que la autora, emulando el falso mito esquimal con la nieve, tome por su literal la licencia poética de los versos de O vagalume (La luciérnaga), que forma parte del poemario O que fica fóra (‘Lo que queda fuera’) de Manuel Rivas, para cifrar en un centenar los sinónimos gallegos de luciérnaga. Eso cuando, a la hora de la verdad, se limita a transcribir los 16 registrados en el Dicionario da Real Academia Galega. 

Adjuntamos el completo poema de Rivas junto con una traducción:


O vagalume

Na lingua de Galicia,
o ser máis nomeado é o vagalume.
Deusa miúda, lucerna.
Deus verme, lucecú.
Contando polo baixo,
cen nomes ten o vagalume.
Mesmo ganou un concurso
de palabras fermosas,
xunto a bolboreta,
e a costureira reirrei,
esa a quen preguntas:
Cantos anos vivirei?
Cen nomes ten o vagalume,
mais el xa non existe.
Só fica un rumor de luz no país invisíbel.
Ese crime,
a fábrica do non ser,
non é noticia.
Cen nomes ten o vagalume,
cen sartegos na cripta
dun dicionario. 


La luciérnaga

En la lengua de Galicia, 
el ser más nombrado es la luciérnaga
Pequeña diosa, lucerna.
Dios verme, lucecú.
Contando por lo bajo, 
Cien nombres tiene la luciérnaga
Incluso ganó un concurso 
de palabras bonitas, 
junto con la mariposa, 
y la mariquita,
esa a la que preguntas:
¿Cuántos años viviré?
Cien nombres tiene la luciérnaga,
pero ella ya no existe.
Solo queda el rumor de luz en el país invisible. Ese crimen,
la fábrica de no ser,
no es noticia.
Cien nombres tiene la luciérnaga,
cien sepulcros en la cripta
de un diccionario.

Concluimos el recorrido por el CVC con el Rinconete Páginas teatrales (56). Los poderes ocultos del Profesor Alba de Alba Gómez García. Lo complementamos con unos recortes de Abc con reseñas de los espectáculos del citado  Profesor que adjuntan caricaturas en las que aparece acompañado por sus ayudantes Yu-Li-San y "Gioconda" (Abc, 14/3/1950 y 2/7/1955). Adicionalmente, sumamos una imagen fotográfica promocional publicada en Abc de Sevilla el 7/12/1955.




Álex Grijelmo ha retomado su semanal sección La punta de la lengua con ¿Alguien ha prohibido el verbo “carbonizar”? Un artículo que encontrarán íntegro en el anexo 1 en el que denuncia la tiranía ejercida por el verbo calcinar en las crónicas de los incendios. Lo acompañamos, por alusiones, con un segundo anexo que recoge El dardo en la palabra Calcinar publicado por Fernando Lazaro Carreter en El País del 7/11/1999.

Y calcinada está, en redacción de JM Esteban, la primera viñeta de hoy. Sigue el retruécano incluido por Vergara en su tira del pasado domingo titulada Vox arrastra al PP a su terreno y la dilogía de la tira del lunes de Gallego y Rey. Ricardo completa este bloque con un nuevo juego con el doble sentido de reconocer que tanto éxito ha tenido (véase Lenguaje de la semana 30/2025; desde el mismo nos traemos la viñeta de Ricardo del 23 de mayo).

Peridis llevó a Tarradellas a su viñeta sobre el encuentro entre Illa y Puigdemont. Un dibujo en el que no podía faltar el el famoso "ja soc aquí" que tanto gusta al humorista cántabro. En la nota al pie de La lengua en la semana 36/2023 (2ª parte) encontrarán unos cuantos ejemplos. 

Puebla encabeza el apartado literario con su evocación del jueves, a cuenta de la quita de la deuda autonómica, del cuento de Blancanieves. Sigue la viñeta que Javi Salado basda en la nueva entrega de las aventuras del Capitán Alatriste que ha presentado Arturo Pérez Reverte y la catalana adaptación de García Morán de la fábula de La cigarra y la hormiga. Concluimos con el primer ministro de Canadá convertido en Ebenezer Scrooge por David Parkins en la muy adelantada primera viñeta basada en la Canción de Navidad de Charles Dickens que hemos encontrado este año.


Cachitos

- Pero "todo el mundo", qué cosas, sólo son los demás. Juan Soto Ivars en "¡Asco de turistas!", exclamó la turista en Menorca

En España, país de artistas y pícaros, tenemos un pincel para pintar la realidad. Con él podemos negar y borrar las consecuencias de aquello que nos disguste: los repetidores de curso, el déficit de la seguridad social, los delitos de insurrectos o la deuda autonómica. Josu de Miguel en Cuentas y cuentos de la condonación

- En términos de progreso, el salto del 78 en medio siglo va de las entrevistas en TV de Soler Serrano [...] a la entrevista de Pepa Bueno a Sánchez. Ignacio Ruiz-Quintano en Juglares y bufones

Yo sospecho que la razón última que explica su triste obstinación en el camino del calvario que conduce a 2027 es más profunda, casi ontológica: no se va porque no tiene una vida a la que volver. Jorge Bustos en Presidente botulínico.

- Para quien ocupa el poder siempre son mejores las mayorías imaginarias, fáciles de proclamar a través de la palabra sin someterlas a ninguna prueba de contraste democrática. Sobre todo después de haber descubierto que en España los políticos pueden mentir sin que suceda nada. Ignacio Camacho en La mayoría subjetiva.

Si de algo puede acusarse a los legisladores de los primeros años de la democracia es de su clamorosa ingenuidad, que les hizo ignorar lo que podría suceder cuando los inescrupulosos llegaran al poder.  Ignacio Varela en Para defender a la Justicia, acudir hoy a su sede. Para ayudar al Rey, comportarse como él

- Por desgracia, el desequilibrio demográfico y la territorialización del parlamento han terminado por convertir a este abundante espécimen [el sujeto irrazonable] en destacadísimo protagonista de nuestra vida democráticaManuel Arias Maldonado en El decisivo voto del ciudadano irrazonable



Anexo 1 

¿Alguien ha prohibido el verbo “carbonizar”?
Álex Grijelmo (El País, 3/9/25)

Nada impide utilizar con rigor esa opción para referirse a los bosques quemados de estas semanas

Pobrecito el verbo “carbonizar”, abandonado por periodistas y portavoces como si hubiera hecho algo malo. Podía haber obtenido en estas semanas su momento estelar, cuando cerca de 400.000 hectáreas de masa arbórea se reducían a carbón (eso significa “carbonizar”). Él levantaba la mano invocando su idoneidad para la ocasión, pero se desoían su valor, su rigor, su precisión. Algún designio ha impuesto en su lugar el verbo “calcinar”, que etimológicamente se refiere a “reducir a cal” y que por tanto se puede presumir destinado a aparecer cuando se queman coches, avionetas, casas o metales en general.

Es lo que tiene la pérdida de riqueza léxica, que “escuchar” ha invadido el terreno de “oír”; que “generar” anula a “producir” o “crear”; que “arrancar” ha desplazado a “empezar”, “comenzar”, “emprender”, “iniciarse”… Y que “calcinar” ha quemado a “carbonizar”.

“Calcinar” aparecía en el primer diccionario académico (1729) con el solo sentido de “reducir a polvo los metales u otras materias sólidas por medio del fuego”, y con la etimología latina de calx, calcis, la cal, “por quedar como el polvo de ella”.

“Carbonizar”, por su parte, se definía como “hacer carbón una cosa, encendiéndola, y poniéndola hecha ascua”. No obstante, los primeros académicos advertían: “Es de poco uso”. Quizás porque entonces no se incendiaban los bosques como ahora; o porque no había televisión para contarlo.

De hecho, el verbo “carbonizar” se ciñe años después a significar solamente “combinar con el carbono” (más tarde, “con el carbón”). Pero en 1844 reaparece con su ser original: “Reducir un cuerpo orgánico al estado de carbón”. Esa es la acepción que luego progresó hasta adquirir gran uso en los siglos siguientes, y la única hoy en día.

Sin embargo, “calcinar” tomó a veces un sentido que engloba el de los dos, para significar también “calentar fuertemente, quemar”, según documenta desde antiguo el Diccionario histórico de la lengua española“El estiércol humano bien calcinado es un gran arcano para detener la gangrena” (1733). “…O de las heces del vino, calcinadas hasta que se pongan blancas” (1770).

Pero durante siglos los diccionarios académicos entendían que se carbonizaban los árboles y las personas cuando sufrían abrasamiento; mientras que los compuestos minerales se calcinaban. (Recuérdese además que el carbón mineral tiene origen vegetal).

Así se fijó hasta 2001, cuando las academias ya recogieron, tal vez por la insistencia periodística que había denunciado Fernando Lázaro Carreter, que “calcinar” equivale también a “Abrasar por completo algo, especialmente con fuego”. De ese modo, los árboles podían carbonizarse (reducirse a carbón) o calcinarse (abrasarse por completo). Con este uso se arruinaba la diferencia de resultado entre quemarse vegetales, animales o personas y quemarse metales y otras materias, y además se daba a entender que la madera se puede reducir a cal.

El hecho de que la expansión de “calcinar” figure recogida ya en el Diccionario servirá como disculpa para quienes colaboran en el galopante empobrecimiento léxico de nuestros medios informativos. Nada impide, sin embargo, que el periodismo cuidadoso utilice al menos alguna vez con precisión “carbonizar” para ganar así en rigor y en estilo, y mostrar además cierto conocimiento del mundo.

Este verano habría venido bien aumentar en muchas Redacciones la dotación de bomberos de las palabras.



Anexo 2

Calcinar
Fernando Lázaro Carreter (El País, 7/11/1999)

Me cuento entre los peores televidentes del país, pero no tanto que llegue al ayuno y, menos aún, a la abstinencia de carne. Zapeo, veo y, normalmente, vuelvo al zapeo. Sin embargo, el lenguaje que sale del aparato me retiene bastante. Lo que se ve es fuerte, esos concursos talentosos donde se remunera con diez mil duros por saber qué río baña Miranda de Ebro; o esas impresionantes controversias sobre "famosos" que se entreacuestan por hastío y lucro; o con padres llorando de gozo cuando su criaturita se contonea y desgañita, la pobre, imitando a alguna cantante españolísima; o, aún más "humano" -así dicen-, las cuitas de quienes exhiben su intimidad. Están, como perfección última, las series indígenas, habladas pavorosamente por abundantes actores.Pues bien, aun siendo casi todo perfectamente harapiento, lo es aún más el lenguaje revolucionario que emplean las TV (superadas tal vez por las radios). Así, un noticiario que, al menos ese, debería pasar por filtros más rigurosos, ha contado que los desventurados supervivientes de una patera marroquí, tras saltar a tierra, "se mimetizaron entre la vegetación próxima", esto es, adquirieron el aspecto de la fronda circundante; pero no: sólo se quería significar que tomaron el olivo. Pues digámoslo así con mayor cultura y modernidad: el ladrón me ha arrancado el reloj y se ha mimetizado; al igual que se mimetiza ese banderillero cuya tirante y oronda taleguilla ha irritado al toro.

No pasa día sin que oficiales y privadas peguen quince o veinte arreones parecidos al idioma. Los dan en casi todos los programas, y son más de sentir, por su naturaleza, en los noticiarios que, a la hora de comer o cenar, se ensañan mostrando cadáveres escarnecidos, manchas de sangre o sesos, llagas con moscas y vísceras frescas. Momentos hay, sin embargo, en que se rinde culto al chisme brillante y a los fastos de la vida social; ¿cómo olvidar a este apuesto actor yanqui con quien tantas mujeres aspirarían a un vis a vis, a pesar de que hoy festeja su sesenta onomástica? Así pues, a pesar del soberbio aspecto que exhibe, sus huesos ya han sido baqueteados por muchos Saint Charles. Y hoy, que es Saint Charles, soplará en la tarta la vela sexagésima. Obviamente, el redactor de esa interesante noticia confunde los cumpleaños con los santos.

Turbación semejante obnubiló el habla del locutor que traducía a palabras los trotes que veíamos en el reciente partido Madrid-Barcelona: "Es el último derbi del milenio", decía encareciendo la trascendencia de aquel vivo vaivén del balón. "¡El último del milenio!", volvía a repetir insistentemente, por si alguien se había adormecido. ¿Era verdad? ¿Qué catástrofe impedirá que vuelvan a chocar esos equipos el año 2000, en que efectivamente acaba el milenio? Si esto no fuera así, el actual constaría de 999 años: serían mil años mal contados. ¡Cuántos píndaros de estos precisarían a su lado un maese Pedro que les enfriara el énfasis! Con lo cual, no cabe ignorarlo, irían al paro.

Por eso, se defienden hablando la jerga profesional que, en el fútbol, empezó utilizando chut chutazo, tiro, disparo, cañonazo y otros sinónimos así de sencillos: con el chut nos metía un gol el inglés, pero las otras metáforas volvían a introducirnos en tierra propia: simples tropos, diría un lacónico. Sin embargo, en la busca del clímax impetuoso a que se entregan los locutores de audiovisuales, el zapatazo se les está comiendo el terreno; y aquí no hay metáfora, sino invasión. Ya hay mucha fantasía en llamar zapato a ese calzado de los futbolistas, que, en portugués tiene el nombre cautivador de chuteiras y que, en español, tuvo y aún conserva el genérico nombre de botas (borceguíes dicen algunos, más precisos que breves). Pero a nadie se le ocurrió llamar botazo al chut; el zapato, sin embargo, goza del privilegio aumentativo. En efecto, el zapatazo es el golpe dado con el zapato (inevitable Jruschov), y, a veces, el puntapié: "Echar, tratar, llamar a una puerta a zapatazos". Nada parece oponerse, pues, a que esta delicadeza entre en el recinto sacro del balompedismo, ya que el chut se da con esa punta. Pero hay algo que choca sin duda a los bien amigados con su idioma. Y es que el zapatazo se da con enfado o ira para maltratar a una persona o cosa, lo cual no ocurre en este juego; porque el futbolista no quiere reventar el balón ni dejarlo en cueros muertos. Por el contrario, pone su anhelo en convertir la bola en vivísimo obús: no ha deseado descalabrarla, sino persuadirla razonablemente, amorosamente a veces, de que vaya a la red. Aquí el zapatazo lo recibe el idioma.

A diario pueden oírse docenas de errores, como el de la onomástica, o el que cometió un hermoso busto cuando, la pasada semana, en un programa "cultural", llamó Sadé al obsceno marqués: son fallos personales que quedan en eso, y, por tanto, de escaso efecto sobre la lengua común; todos nos equivocamos (la frondosidad de dislates entre quienes hablan en público es lo preocupante). Pero hay ignorancias y haraganerías peligrosas especialmente, las que se contagian a otros, y además achican el idioma.

He aquí un caso notable de común empequeñecimiento. Calcinar es una vieja palabra que la Academia definía en 1729 como "reducir a polvo los metales u otros materiales sólidos por medio del fuego". La definición sufrió varios cambios poco sustanciales hasta la última, que reza: "Reducir a cal viva los minerales calcáreos...", y "Someter al calor los minerales de cualquier clase para que de ellos se desprendan las sustancias volátiles". En la lengua española sólo se calcinan, pues, los minerales. Sin embargo, la TV muestra a diario piltrafas humanas renegridas, diciendo que están calcinadas. Y es que el francés, aunque cuenta con charbonner, "reducir a carbón", emplea calciner para significar "reducir a carbón o a cenizas". A pesar de que la cal es blanca, los cadáveres achicharrados y las ciudades bien chamuscadas están, según nuestros medios, calcinados. Otra palabra, carbonizar, carbonizada.

Igual que cómputo, voz tan apta para noches electorales como la reciente. Los votos se cuentan, y esa acción consiste en computar. No oí cuanto se dijo esa noche, pero sí casi: ni una sola vez sonaron en las largas y engañosas informaciones esas dos palabras tan evidentes: "Se están computando los últimos votos" o "El cómputo acabará pronto": siempre el tozudo recontar, que, aunque sea legítimo, resulta tan pelmazo como la espera.


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