Como recientemente hemos tratado sobre la marca turística de la Comunidad Autónoma asturiana no es mal comienzo constatar que también podemos encontrarla reproducida en la pared de un garaje del barrio de Pumarín con una peculiar interpretación cromática.
En el otro extremo de la ciudad, en Montecerrao, podemos encontrar como contrapunto la vista inversa de la inspiradora arquería de Santa María del Naranco.
En este edificio podemos aprender una primera lección sobre la práctica del arte urbano defensivo cual es la importancia de minimizar lo espacios no utilizados porque, como podemos ver a continuación, son una tentación irresistible. Quede como consuelo la mucho peor situación del edificio enfrentado que no está dotado de medidas antigrafitos.
Tampoco hay que tomarse muy a rajatabla eso de que "perro no come perro" porque desde aquí dudamos que el artista que suponemos autorretratado frente al
Hay creaciones que resisten bastante bien el paso del tiempo como las muy apropiadas obras que siguen en las que no tendrán dificultad en adivinar que protegen una academia, un bar cuyo símbolo es un búho y una farmacia, los dos últimos ubicados en la calle del Rosal. Debajo podemos ver otras intervenciones menos guiadas por la naturaleza de los negocios que las acogen.
En los garajes se pone de manifiesto la sempiterna dificultad de las comunidades de vecinos para alcanzara acuerdos y aún escasean los ejemplos, sirvan como excepción los de la calle Quintana, uno hasta nos canta la dirección, o al menos lo hacía hasta que el típico espontáneo decidió que ese guiño no era de su agrado.
Particularmente interesante es el garaje de la calle Padre Florencio que con una clásica representación de Atlas sigue la línea decorativa marcada por el atlante de su fachada, "rara avis" en la anodina arquitectura residencial de las últimas décadas donde es tan difícil encontrar adornos escultóricos. ¡Un bien por estos comuneros!
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