Se parecen, se parecen..., pero no son lo mismo (22): bactericidal y bactericide; suicidal y suicide es una nueva entrega de la magnífica serie de Fernando A. Navarro que El Trujamán del Centro Virtual Cervantes ha retomado casi un año después del artículo dedicado a evening y afternoon. A ver si no espacian tanto la próxima.
El Rinconte del jueves fue Cien años con la inolvidable Carmen Martín Gaite. Un texto de Cristina Suárez Toledano que termina con una triple invocación de miranfú, la palabra inventada por Sara, la protagonista de diez años de Caperucita en Manhattan, que quiere decir va a pasar algo diferente o me voy a llevar una sorpresa.
Ultramarinos: todo un mundo en cinco sílabas es la nostálgica edición de La Punta de la Lengua publicada esta semana por Álex Grijelmo en El País. Un artículo que, como de costumbre, encontrarán íntegra en el anexo y nos ha traído a la memoria que uno de los restaurantes con más movimiento de la calle Jorge Juan, Ultramarinos Quintín, precisamente tomó su nombre del establecimiento que hace mucho años ocupó el local que hace esquina con la calle Lagasca. Y ultramarino apellido luce también en su rótulo el restaurante Áurea que el grupo Paraguas inauguró el pasado verano en La Moraleja. Parece que la palabra tiene gancho.
De lo publicado en Fundéu vamos a destacar las claves de uso del apóstrofo, un signo ortográfico que no es inusual ver incorrectamente denominado apóstrofe (DLE: Interpelación vehemente dirigida en segunda persona a una o varias, presentes o ausentes, vivas o muertas, o a seres abstractos, a cosas inanimadas, o a uno mismo).
Francisco Ríos publica hoy en La Voz de Galicia Veinte años del «Panhispánico», una reseña de la lllegada a las librería de la segunda edición del Diccionario panhispánico de dudas en la que comenta algunas novedades sobre la formación de plurales. Sepan que ya cuentan con la académica anuencia para decir másters y fans.
Pasamos al lenguaje del humor con la primera viñeta en que recordamos haber visto una referencia a la conocida como ventana de Overton, que es la recientemete publicada por Matt Wuerker en la revista Politico. Y no deja de ser curioso que sea un hallazgo casi coincidente con la publicación de Grandes rebajas en Cristalería Overton de Manuel Arias Maldonado.
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García Morán apoya su viñeta de hoy sobr ela sentencia de Rubiales en una expresión semánticamente conexa, el parto de los montes que da título a una fábula de Esopo a la que hizo referencia Horacio en su Epístola a los Pisones con la famosa frase Parturient montes, nascetur ridiculus mus (Parirán los montes, nacerá un ridículo ratón) con la que fustigaba a los escritores que escriben textos menores con estilos rimbombantes. Max completa desde El País el apartado paremiológico de hoy con su singular referencia a como un elefante e una cacharrarería.
Padylla dedicó su viñeta de ayer al Día de las Letras Canarias que la comunidad insular celebra en los aniversarios del fallecimiento de José de Viera y Clavijo (1731-1813). No falta en las recomendaciones médicas el homenajeado este año, que es la figura del modernismo canario Alonso Quesada (1886 - 1925). En beneficio de quines quieran seguir las recomendaciones del doctor, enlazamos el poemario 'El lino de los sueños' que está prologado por Miguel de Unamuno. En cuanto al vocabulario reguetonero, apuntar que cangri, que como adjetivo vale por extraordinario o excelente, es un acortamiento de cangrimán (Persona de gran poder e influencia política y también Tipo listo, hábil), palabra derivada del inglés congressman (congresista).
El propio Padylla ya había celebrado el miércoles un concurso de narices de Pinocho que contó con la participación de Ángel Víctor Torres y Luis Aldama. Sigue una sanchesca inserción de Idígoras y Pachi en su viñeta sobre el reparto del mundo más la versión de Blower de la famosa novela Crimen y Castigo de Dostoyevski.Concluimos con tres viñetas de hoy mismo: el elefante de Troya de Peridis, la referencia de Puebla al libro publicado por Irene Montero el pasado mes de noviembre y el bibliotecario libertario de Tom Gauld en The Guardian (¡Despierta, pueblo! El estado os está prestando estos libros para aplacar vuestras ansias naturales de compra y manteneros obedientes).
Anexo
Pasaba antes a menudo por el número 103 del Paseo de La Habana, en Madrid. Y he visto hace unos días que el comercio tradicional que funcionaba ahí a pie de calle ya no existe. Qué pena, porque desaparece así uno de los escasísimos establecimientos de la capital donde aún flameaba la palabra “Ultramarinos”. Ahora se ve un cartel que dice “Coko’s Catering”.
Eso probablemente sucedió tiempo atrás, pero me he dado cuenta ahora. (A veces ocurren hechos que uno, en su ingenuidad, tarda en percibir, y que después se le manifiestan con crudeza por no haber estado atento).
Siempre me fascinó el vocablo “ultramarinos”, porque representa el mecano que nuestra lengua ensambla para ampliar sutilmente el significado de un término.
“Ultramarinos” consta de doce letras, cinco sílabas y cinco cromosomas o rasgos morfológicos que ponen luz sobre su significado. Antes de llegar a la simple base “mar”, apreciamos el elemento compositivo latino ultra-, que, entre otros valores semánticos, significa “más allá” o “al otro lado de”. Con ello disponemos ya de la base ampliada “ultramar”.
Por la parte derecha se le añadió el sufijo -ino, acerca del cual todos los hablantes sabemos intuitivamente que sirve para formar adjetivos con el significado de pertenencia o relación (cervantino, andino, capitalino…). Así pues, deducimos en un milisegundo que a la base “mar” y al elemento ultra- –y por tanto a la nueva base “ultramar”– se ha incorporado la noción de adjetivo que se refiere a aquello que se encuentra al otro lado del mar.
Y finalmente, dentro de ese sufijo -ino identificamos los morfemas del masculino (-o) y del plural (-s).
Todas esas piezas constituyen la extensa palabra “ultramarinos”, a partir de una sencilla sílaba que nos habla del mar. En este caso, del mar por antonomasia: el océano; y del océano por antonomasia: el Atlántico. Y de los productos ofrecidos en esas tiendas, que llegaban de América principalmente pero también de Asia: el cacao, el café, el azúcar cande, la canela, el clavo, el té… Los traían en abundancia durante el siglo XIX decenas de barcos que entraban por el puerto de Cádiz.
Cuántos recursos de la lengua depositados en una sola palabra. Y cuánta memoria. Y cuántos alimentos en una sola tienda, porque con el tiempo acogieron también los recolectados o fabricados acá. “Tiendas de (productos) ultramarinos” se llamaron, para luego acortar su designación con un solo vocablo: “Lo compraré en el ultramarinos”.
Sin embargo, la modernidad reciente fue acorralando a la palabra y luego a estos comercios. Primero aparecieron términos más prestigiosos: “autoservicio”, “supermercado”; sin que eso afectara a la viabilidad del negocio. Pero después se establecieron los hipermercados de la periferia, y más tarde se instalaron en el centro las grandes cadenas de distribución, que podían ofrecer marcas blancas y ofertas llamativas en un mayor espacio.
El poder financiero y empresarial que hacía ejecutar todo tipo de desahucios sin despeinarse no iba a reparar en daños con este asunto menor. A quién le importa el pequeño comercio que articula los barrios, el tendero que fiaba al vecino apurado. A quién le importa un vocablo.
Y así hemos llegado hasta aquí, a la desaparición de ese letrero que durante tantos años vi en el paseo de La Habana, firme entonces ante el poder del dinero. Ya siempre asociaré la palabra “ultramarinos” con todo lo valioso que se extingue.
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